La
Jornada Semanal,
13 de junio de 2004 484
HISTORIAS INSULARES
AGUSTÍN CADENA
 |
Socorro
Venegas,
Todas
las islas,
Universidad
Autónoma Benito Juárez de Oaxaca,
México,
2003. |
La oferta narrativa que caracteriza
a la literatura femenina de las dos últimas décadas se ha
centrado en dos temas dominantes: la exploración narcisista del
intimismo, a veces impregnado de erotismo light, y el examen sociologizante
por lo general apuntalado con elementos historiográficos o autobiográficos
de la circunstancia femenina. En torno de estos dos ejes se ha desarrollado
la producción narrativa del segmento de moda de las escritoras que
debemos llamar contemporáneas, desde las nacidas en la década
de los cuarenta hasta algunas de las más jóvenes, nacidas
ya en pleno colapso de las ideologías radicales. Por supuesto, la
mayor parte de culpa la tiene la industria editorial, que deseosa de encumbrar
talentos que generen ventas ha tendido a elevar una simple tendencia a
la categoría de canon.
Para fortuna nuestra, aún existen
las disidentes, las que no desean figurar en la lista de las "grandes escritoras",
sino en la de los "grandes escritores", como lo dijo una vez Inés
Arredondo. Entre ellas, la más joven (para hablar sólo de
las que tienen ya publicado por lo menos un libro) es Socorro Venegas.
De voz dura, voz fraguada más en
los purgatorios rurales de diversas geografías vistas o soñadas
que en el rumor adecentado de las avenidas urbanas, de pocas pero sustanciosas
palabras, Socorro Venegas comenzó a explorar sus temas axiales desde
sus primeros libros: La risa de las azucenas (1997) y La muerte
más blanca (2000). En ambas colecciones de relatos se percibe
una visión del mundo indudablemente personal, articulada en torno
de ciertas figuras recurrentes: el individuo aislado en su mundo interior,
el alcohólico, el infante que debe elegir entre salvarse y salvar
su inocencia, el ser condenado a cualquier forma de silencio, el ángel
en la tierra que tanto nos recuerda a José Revueltas. El mundo a
través del cual estos personajes tratan de moverse es un espacio
simbólicamente denso, donde cada objeto parece ser parte del aura
de quien lo usa, lo porta o lo mira: proliferan los colores, los seres
del mundo vegetal, los paisajes ásperos, las desnudeces; hay objetos
vestidos, globos terráqueos, bicicletas, camas, campanas, árboles,
muchos árboles; animales caballos, perros, zorras, aves; abundan
las referencias a los ojos y las miradas y a la luna, como si las tres
cosas acabaran por ser lo mismo. Y las manos: casi tan importantes como
los ojos. Hay muchos, muchos viajes, algunos a lugares que quién
sabe si existen. Ciertas palabras percuten con insistencia: remordimiento,
odio, memoria, dolor.
En
Todas
las islas, el libro por el cual recibió el Sexto Premio Nacional
de Cuento "Benemérito de América", emisión correspondiente
al año 2002, Socorro Venegas lleva más allá la exploración
de sus constantes. En efecto, se trata de una colección de quince
relatos en los cuales las figuras del alcohólico, el niño
desolado, el amante que se asume transitorio y otros más parecen
transitar un espacio todavía más desnudo, más ajeno,
si esto es posible. La condición insular que anuncia el título
del volumen se rebate y finalmente se reafirma en cada pieza. Todos los
personajes de Socorro Venegas se han ido o se están yendo o están
por irse. Todos se han muerto o se están muriendo o están
por morirse. Deambulan en el mundo y sin embargo fuera de él; han
encontrado una manera siempre dolorosa de ponerse a salvo de él.
Sufren para no sufrir tanto. Contemplan. A veces se diría que no
tienen otra actividad que ésa: contemplar una tierra que parece
irreal de tan bella, de tan espantosa. Eso hacen la alcohólica que
bebe desde en la mañana en la playa de Varadero, la niña
que debe recorrer la ciudad en busca de su padre ebrio, la mujer que pone
un anuncio para cambiar sus pertenencias por otras, la niña que
ve morir a su hermano, el hombre que entrega su mujer al río, la
agonizante que sólo desea ver un cuadro... todos ellos parecieran
vivir la vida como una condena. Atraviesan por ella en un paisaje de casas
deshabitadas, de mudanzas, de islas reales y metafóricas. Y ahí
están acompañándolos, como siempre en Socorro Venegas,
los colores y los símbolos y los ojos. Y la pintura los grandes
cuadros de los grandes pintores, otro tema recurrente desde La risa
de las azucenas. La pintura: único lenguaje capaz de expresar
algo vivo en un mundo donde lo que no es silencio es ruido ensordecedor
y, finalmente, también silencio. Está también el asunto
más sutil, menos explícito en los libros anteriores del
triángulo, la tríada, las Parcas, la Diosa Triple de la feminidad
que inspira, da vida, enloquece y mata.
Al final, la conclusión resulta
obvia: Todas las islas son todos los seres humanos. Difícil
encontrar en esta época un narrador con tanto impulso poético
|