De la resistencia al comercio justo LAURA CASTELLANOS Surgida, como muchas otras organizaciones,
de la crisis internacional del aromático aparejada a los ajustes
del salinismo, la Coordinadora Estatal de Productores de Café de
Oaxaca (CEPCO) ha bregado durante 15 años en las zonas más
pobres de un estado pobre. Su experiencia, no exenta de errores y choques,
muestra a la vez las posibilidades de la organización comunitaria
desde abajo, por encima de diferencias políticas, religiosas y étnicas.
Gracias a su persistencia, la CEPCO es hoy una de las mayores agrupaciones
de pequeños productores de café orgánico
Entonces, los socios de dos organizaciones mixes, ambas afiliadas a la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca (CEPCO), quedaron en uno y otro bando. Pedro, católico, con el Partido de la Revolución Democrática (PRD); los hombres que tenía enfrente, católicos y testigos de Jehová, con el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La violencia estuvo a punto de desbaratar el trabajo organizativo de más de una década en la región. Un enfrentamiento tuvo como saldo tres muertos y 30 heridos, en junio del año pasado. Y la intervención externa quizá no hubiera sido suficiente para alejar el monstruo de la violencia, de no ser por la intervención de la CEPCO a través de sus socios en los dos bandos. Don Sixto Ramírez, el viejo socio mixe, testigo de Jehová y patriarca priísta, lo resumió así: Nos dijeron nuestra bandera es el cafetal, nada de políticos, nada de religiosos. Y así se cumplió. En un sorbo de café Diez y seis mil mujeres y hombres (y sus familias) mazatecos, nahuas, chatinos, mixes, zoques, tacuates, chinantecos de la alta y baja, zapotecos istmeños, de la sierra y el sur, mixtecos de la baja y de la costa. Son también católicos, presbiterianos, evangélicos, sabáticos, pentecosteces, de la Luz del Mundo o testigos de Jehová, y tienen vínculos, cada grupo por su lado, con algún partido político o se asumen apartidistas. Todos, de 42 organizaciones, sostienen a la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca. Y se entienden. Cada grupo indígena tiene sus costumbres y variedades dialectales regionales (tan solo el zapoteca tiene 14). Cada organización tiene su particular caleidoscopio cultural. Cada socio tiene una familia promedio de seis integrantes (a veces el padre y la madre y alguno de los hijos están asociados), y son poseedores de pequeñas extensiones (la mayoría, de uno o dos hectáreas, los menos, de tres a cinco hectáreas), trabajadas principalmente en familia. Esas familias viven en 423 comunidades gran parte encajadas en el monumental nudo montañoso, unidas por una historia de miseria, falta de servicios, caminos de terracería accidentados, migración galopante y, en muchos casos, víctimas de la violencia. El arraigo al cafetal y el espíritu de los usos y costumbres de sus antepasados, sumados a los principios de su organización (pluralidad, democracia, autonomía y transparencia) los han hecho forjar una estructura productiva, agroindustrial y comercial que ha convertido a la CEPCO en una de las principales exportadoras de café orgánico a Europa y Estados Unidos, entre las agrupaciones de pequeños productores. La pluralidad de la CEPCO no es mero folclor. Es resultado de un movimiento de resistencia de miles de comunidades cafetaleras que quedaron a su suerte cuando el gobierno de Carlos Salinas de Gortari disolvió el Instituto Mexicano del Café (Inmecafe). Ese sí que fue un trago amargo. La muerte anunciada Miguel Tejero es un mexicano de origen español, de ademanes resueltos y voz enérgica, y conoce, como pocos, la historia de la CEPCO. Fue uno de sus fundadores. Recuerda 1989 como el año nefasto en el que Salinas de Gortari comenzó a desincorporar las empresas de apoyo al campo de acuerdo con las recomendaciones de las agencias financieras internacionales. Las instituciones gubernamentales de apoyo al tabaco, hule, café, entre otras, fueron desmanteladas. Las poblaciones cafetaleras quedaron en la orfandad. Inmecafe, dice, había sido como la madre, padre, hermano, compadre de las comunidades porque les daba fertilizantes, becas, les decía cómo sembrar, comercializaba sus cosechas, les pagaba, y tenía un ejército de técnicos que en muchos lugares eran los únicos representantes del gobierno. A pesar de que el Instituto tenía prácticas corruptas y burocráticas, con su futura y precipitada desaparición se vislumbraba un pinche desmadre, dice Miguel sin rodeos. Sociólogo de profesión, Miguel había llegado a México en los setenta. En 1989 trabajaba en una organización no gubernamental, había formado una familia con la antropóloga mexicana Josefina Aranda, feminista con trabajo en la lucha urbana popular, y ambos también participaban en el Centro de Apoyo al Movimiento Popular Oaxaqueño (CAMPO). Miguel le imprimió su enjundia al asunto cafetalero. Con Fidel Morales, dirigente campesino de la región Papaloapan, recorrió remotas poblaciones indígenas para hablar con los delegados comunitarios de Inmecafe y prevenirlos de su desaparición. No les creían. Luego se les unieron dos dirigentes sindicales del Instituto y fueron agrupando a las organizaciones con más conciencia. La iniciativa de ley del gobernador Heladio Ramírez para crear en plena tormenta un Consejo Estatal del Café, de carácter corporativo, les llevó a realizar un foro de discusión. El primero de junio de 1989 reunieron a 230 interesados. Trece días después lograron convocar a 500 cafetaleros. El 15 de junio de ese año, la Unión Campesina e Indígena de la Zona Oriente y Norte del Istmo (UCIZONI), Pueblos Unidos del Rincón, la Unión Campesina Independiente Cien Años de Soledad (UCI-100), las Cooperativas de Tuxtepec, y Asociaciones Locales Agrícolas de Huautla, Chicotla y San José Tenango, así como delegados comunitarios del Instituto, decidieron crear la Coordinadora para resistir los embates por venir. Nació la CEPCO. Y en su historial guarda una decena de casos de socios ajusticiados, entre ellos una mujer, por intereses caciquiles. Aprender en el camino A unos días de su creación, la Coordinadora fue sacudida por el rompimiento de México con la Organización Internacional del Café (OIC). El 3 de julio se hizo pública la caída del precio del aromático y la inminente desaparición del Inmecafe. Con la crisis cafetalera surgió la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC), que agrupó a productores de Guerrero, Puebla, San Luis Potosí y Oaxaca, como los de la CEPCO, entre otros. La resistencia se desató. En Oaxaca, de agosto a septiembre de 1989 escribió Armando Bartra, contingentes de la CEPCO tomaron delegaciones del Instituto demandando los habituales anticipos a cuenta de cosecha, logrando obtener 6 mil millones de aquellos pesos y 500 millones más para comprar despulpadoras de café familiares. Por un lado, la CEPCO presionaba; por otro, extendía sus redes a más pequeños productores, mientras en el camino buscaba suplir los servicios del Instituto. Nos fuimos dando cuenta de la complejidad y de la bronca en que nos estábamos metiendo, cuenta Miguel Tejero. En diciembre de 1989 se constituyó la organización formalmente. Ante el aviso del desahuciado Inmecafe de que sólo acopiaría una parte mínima de la cosecha, tomamos todas las oficinas del Instituto por cuatro días en la ciudad de Oaxaca, Huautla, Ixtepec y Tuxtepec, y todos los centros de apoyo. Aún así, no lograron comercializar toda la cosecha por carecer de infraestructura y contactos, y los coyotes se aprovecharon de una forma bestial de la situación. Ya integrados a la CNOC, exigieron que los activos de Inmecafe fueran transferidos a organizaciones sociales a precios accesibles y presionaron para que el Instituto Nacional Indigenista (INI) apoyara a los cafetaleros. Consiguieron las dos cosas, a través de cientos de reuniones, marchas, toma de oficinas. Se fueron metiendo en el terreno de la producción y el mercado cafetalero sin querer queriendo, dice Miguel. Por un lado, había un fuerte compromiso por hacerlo, pero por otro, un reto personal de decir, cómo chingados se arma una comercializadora, qué impuestos paga, y cómo se exporta, y lo del transporte y el mercado internacional. No teníamos financiamiento. Tuvimos que aprender. Y cometimos todas las regadotas posibles. Meses después, la CEPCO echaba a andar la Comercializadora Agropecuaria del Estado de Oaxaca (CAEO), con fondos de ahorros y de programas gubernamentales para salvaguardar el acopio de la cosecha siguiente. Y cuatro años después, creaba la Unión de Crédito Estatal de Productores de Café de Oaxaca (UCEPCO), con el fin de otorgar créditos no sólo a sus socios, sino a otras organizaciones cafetaleras del país. El logro siguiente fue el arranque de la exportación. La entrada al Comercio Justo Desde 1990 CEPCO buscó entrar al selectivo mercado de Comercio Justo, una red comercializadora europea que coloca productos de organizaciones alternativas que cuidan el ambiente, son democráticas y buscan hacer sustentable la vida de sus integrantes. La CEPCO cumplía los requisitos. Sus delegados son nombrados de manera autónoma en cada una de las organizaciones, su mesa directiva es elegida en congreso cada dos años y en ésta tiene que haber representantes de las siete regiones cafetaleras del estado, y tiene asambleas mensuales. Hasta 1993 lograron entrar a Comercio Justo, en un periodo en el cual esta red empezó a dar prioridad al nicho del café orgánico sobre el café convencional. Esto acarreó un complicado proceso de conversión y seis años después obtuvo la certificación orgánica de 31 de sus organizaciones y pudo vender a Comercio Justo 20% de su producción. El mercado cafetalero que más ha crecido en los últimos años es precisamente el del café orgánico y justo. El año pasado, 90% de su producción (casi 15 mil sacos de 69 kilos cada uno) fue exportada a Europa por Comercio Justo. El café de la CEPCO empezó a tomarse en hogares alemanes, daneses, holandeses y estadunidenses. Lograr la certificación de café orgánico les costó trabajo, pero les permitió dar rumbo y algo de certeza a la precaria vida de sus asociados, 35% de ellos mujeres. Terminator no habla
mixe
En la estancia de su casa esperan decenas de costales de café pergamino, que al día siguiente serán pesados en la bodega de la Unión de Pequeños Productores de Café Chuxnabán, una de las organizaciones más pequeñas de la CEPCO. Es el gran día. Los 63 socios, 32 de éstos mujeres, llevarán en carretillas, sobre su espalda, o si pueden pagar, en alguna camioneta, sus costales con la cosecha anual. Antes el café estaba puro silvestre. Ni podábamos, ni abonábamos, lo cortábamos y vendíamos al coyote, revuelto, granos verde, otros maduros, así se despulpaba, platica Pedro. Ahora, en Chuxnabán, cumplen las estrictas exigencias del café orgánico pero ganan el doble. Mientras el kilo de café convencional se paga en el mercado en siete pesos, el orgánico vale 14 pesos, dice este mixe de 37 años, tesorero del consejo de administración de la CEPCO. Adentro, su esposa Angelina y sus tres hijas están rodeadas de chiquillos descalzos que centran su atención en una televisión nueva. Es una de las 20 que hay en Chuxnabán. Ven la película Terminator con rostros desconcertados. No entienden la trama ni lo que se dice. La mayoría es monolingüe. Al día siguiente, en la bodega de la Unión, llegan mujeres y hombres con sus costales. Luisa López Ramírez, de 32 años y sonrisa tímida, mira con atención cómo Pedro pesa lo que ella cosechó en sus dos hectáreas y media: cerca de 400 kilos, por los cuales recibe... poco más de 5 mil pesos de pago. Sí. Por la cosecha de un año. En paz con el medio ambiente Jesús Martínez es otro de los fundadores de CEPCO y está al frente del programa de café orgánico. Actualmente 6 mil de los 16 mil socios están certificados como orgánicos y mil más están en proceso de serlo. Como muchos de sus cafetales se encontraban en estado silvestre, el grano no tenía la suficiente calidad, además de que así no se hacía nada para conservar el medio ambiente. Ahora se trata de restaurar y conservar el suelo, de no contaminar los mantos de agua, de controlar plagas y enfermedades de manera ecológica. Para estar sanos, los cafetales deben podarse y limpiarse. Como la mayoría están en terrenos inclinados, deben hacerse barreras escalonadas para que la lluvia no escurra el abono de lombriz de composta. Las instrucciones de cómo cosechar, despulpar, secar y lavar el café son precisas para que sea aceptado. Para asesorar y supervisar, la CEPCO ha capacitado a un centenar de socios como técnicos comunitarios. El periodo de conversión orgánica de los cafetales no es automático, dura tres años, periodo en el que el grano es llamado café de transición y es pagado a un precio mayor que el convencional. El cafetal debe ser verificado por Certimex, una empresa mexicana de certificación supervisada por rigurosas organizaciones europeas. Pedro Pablo García, de la organización Mixteca Alta del Pacífico, dice que además de que el café orgánico implica más trabajo, los gastos de inversión para producirlo (si pagan a cortadores o limpiadores) hacen que hasta un jornalero gane más que el dueño de la parcela. Si es tan complicado producir café orgánico y su pago es pequeño, ¿por qué lo cultivan? El mazateco Faustino García Pineda, presidente del consejo de administración, dice que por amor a la tierra, porque les permite seguir con una tradición familiar cafetalera, y porque pertenecer a una estructura social como la CEPCO les hace enfrentar colectivamente y con dignidad la crisis económica del país. Para enfrentar las cosas difíciles el colectivo ayuda mucho. Además, Josefina Aranda observa que en algunas regiones cafetaleras se aprecia que la migración de sus miembros es menor entre las familias de socios, particularmente entre quienes producen café orgánico. El frágil equilibrio económico de estas comunidades recae de manera especial en sus mujeres. La trabe femenina Nunil Castro es una mixteca de Guadalupe Miramar, en la sierra noroeste del estado. Es la esposa de Pedro Pablo García, actual secretario de la mesa directiva de la CEPCO, por lo que éste temporalmente vive en la capital oaxaqueña. Su ausencia refleja la carga que muchas mujeres llevan cuando sus esposos migran o las abandonan. Ella se levanta a las cuatro de la mañana a moler el maíz para las tortillas y da de desayunar a sus dos hijas, que van a la primaria y a la secundaria, antes de irse a atender las tres hectáreas de su cafetal. Es la época de la poda de cariño, como le llama, en la que tiene que podar con cuidado la mata, así como deshierbar el terreno. Lo hace por su cuenta porque si pagara peones no rendiría el dinero. A su jornada debe agregar el trabajo comunitario o tequio que se hace en la iglesia, las escuelas o la agencia municipal. Si no hay hombre en su familia, debe pagarle a otro para hacerlo, y si no tiene dinero, ocuparse ella misma. Su marido acaba de ser elegido tesorero de la agencia municipal. Pero como está en la capital, a ella le corresponde asumir la responsabilidad del cargo. Esta realidad es parte de los abusos y costumbres contra las mujeres indígenas, dice Miguel Tejero. Desde 1993, Josefina Aranda participó en la organización de las mujeres de la CEPCO en proyectos para criar aves, borregos, sembrar hortalizas, tener panaderías, papelerías, viveros, producir artesanías, elaborar despensas, que aportaran un ingreso extra. Actualmente hay 2 mil mujeres organizadas. También tienen su mesa directiva y reuniones mensuales, y crearon la Sociedad Cooperativa Ita-teku (Flor y Vida). La miseria y la histórica desigualdad de sexos han hecho que algunos de estos pequeños negocios sean vistos como una caja chica de la comunidad. Eso ocurre con dos de los proyectos más antiguos que impulsó CEPCO y que llevan ya su propio curso. En la farmacia de Guadalupe Miramar y las tiendas de abasto de mujeres de ésta comunidad y la de Zaragoza, en la mixteca alta, las mujeres han asumido su trabajo como un servicio comunitario obligatorio que multiplica su carga diaria y por el que no reciben un centavo en su beneficio. Todo lo destinan a la inversión de más mercancías, que con frecuencia se ven obligadas a fiar por la pobreza de los pobladores, además de que deben cooperar económicamente en actividades escolares, religiosas o municipales. Gradualmente, Josefina ha ido sensibilizando a las mujeres con respecto a sus derechos. Algunas se han rebelado ante los maltratos físicos, otras se han separado. Incluso una de sus socias, Estela Ambrosio Luna, fue asesinada en octubre pasado en San Agustín Loxicha por su activismo en pro de las mujeres zapotecas de su comunidad. La consolidación de este programa
es uno de los grandes retos de la CEPCO, di-
La quinceañera Este 15 de junio la CEPCO cumple tres lustros
de vida en medio de una crisis cafetalera similar a la que le dio origen.
Una muestra de sus logros es el nuevo edificio de dos plantas en la parte
posterior de sus oficinas centrales. No es una Torre de Babel. Son los
dormitorios para que sus mujeres y hombres tengan dónde dormir al
venir a las asambleas mensuales desde sus lejanas poblaciones. También
ahí estará el laboratorio del experto catador, responsable
de garantizar que el fruto de su historia se saboree con gusto en un sorbo
de café.
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