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México D.F. Viernes 11 de junio de 2004

Jaime Martínez Veloz

Todos contra todos

ƑAlguien puede explicar racional y coherentemente el concierto nacional de desatinos? Las tensiones se acumulan, la desesperanza crece. Los actores políticos carecen de la capacidad argumentativa, autoridad moral y actitud convincente para delinear políticas estratégicas. Los flagelos sociales existen, no son invento de las ideologías. El secuestro, el crimen organizado, la delincuencia, la pobreza, la corrupción, y todo lo que de ello se derive, están ahí, en el seno de la sociedad, lastimando y destruyendo el tejido social.

El Gobierno del Distrito Federal y el de Baja California, uno del PRD y otro del PAN, se equivocan al escandalizarse por el reclamo social ante su incapacidad para combatir la ola delincuencial que azota ambas entidades. Las policías de todos los niveles, de todos los estados, están infiltradas en mayor o menor grado por el crimen organizado.

En lo político, la asunción de Vicente Fox no marcó la sustitución del sistema político. La alternancia no devino transición, y con su posposición el grupo en el poder usufructúa las ventajas de tripular el sistema político sin actualizar sus fundamentos ni atender sus obsolescencias.

La divisa principal de esta crisis no es la fractura o el desgarre de las instituciones o la convivencia, sino el estancamiento de la vida nacional en todos los órdenes: la economía no tiene crecimiento ni rumbo satisfactorios, la política no produce coincidencias, acuerdos ni convenios, y en la sociedad cunden la desilusión, la suspicacia y el resentimiento hacia la política institucional.

El trabajo legislativo no ha sido suficiente ni lo bastante certero para resolver a satisfacción sus responsabilidades; la improductividad ha sido acentuada por los embates de desprestigio, el fraccionalismo partidista y la cooptación con que Vicente Fox respondió al rechazo bicamaral a sus iniciativas privatizadoras, llamadas "reformas estructurales".

Este conjunto de rasgos de la coyuntura política ha provocado la expansión de la incertidumbre social sobre el desenlace de la cuestión pre y poselectoral en 2006.

Sobre el compromiso democrático de todos los protagonistas, la salvaguarda colectiva de la estabilidad y la preferencia al interés nacional, predominan aspiraciones a cual más descabellada que demuestran temeridad y audacia suficientes para emplear cualquier recurso con tal de salirse con la suya, que no es otra que ocupar el poder cueste lo que cueste.

Al posponer la transición, gobernar sin brújula ni destino, y declarar oficialmente abierta la temporada sucesoria a menos de medio camino y desenfrenarse ambiciones individuales, se ha dado paso libre a la incertidumbre sobre el futuro nacional inmediato. A la pérdida de certezas básicas podría seguir casi cualquier cosa.

La videograbada corrupción política en casa de los autodeclarados impolutos, el eventual uso de las ventajas del poder para maquinar un complot y la caída de togas y caretas, se han reunido en un espectáculo que sólo festejan los inconscientes, porque bajo su tono circense se desarrolla una lucha sorda, sin escrúpulos ni miramientos de principios, en las más altas esferas de responsabilidad institucional, lo que acentúa la disfuncionalidad de sus decisiones.

Las viejas formas ya no sirven para resolver las contradicciones con lealtad democrática ni para generar suficiente confianza, indispensable para garantizar la estabilidad política, y la repetición de ocurrencias sólo descalifica y debilita más al grupo gobernante.

Esos son demasiados desatinos graves y conflictos prescindibles para tan poco tiempo, y resultan, también, más que improvisaciones y chambonadas explicables, de coyuntura; lo actuado no se gestó en las circunstancias que rodean a los hechos escandalosos, sino en la orfandad estratégica del Poder Ejecutivo federal, en la imprecisión de su timoneo al rumbo nacional y en la impericia de sus principales secretarios de Estado para gobernar.

Entre cuidar la espalda y los intereses propios, localizar y aprovechar las debilidades del contrario, reforzar atalayas, guarniciones y prevenciones de ataque; sopesar debilidades y fortalezas para la ofensiva inmediata y fortalecer el ánimo propio con el escarnio de los errores y tribulaciones del adversario, los miembros de la clase política, ensordecidos por el fragor y la batahola, descuidan la ideología, el programa, la estrategia, la construcción y combatividad de sus partidos, la movilización popular, la fuerza transformadora de la sociedad en movimiento y otros factores que hacen historia, con tal de sobrevivir a la escaramuza inmediata, o la batalla campal de moda de todos contra todos.

Hoy hay más preguntas que respuestas, pero creo que no hay que desmayar por encontrar la coincidencia entre ciudadanos, organizaciones y partidos, o fracciones de partidos, por buscar una alternativa política que impida o contenga la confrontación social que se avecina.

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