LETRA S
Junio 3 de 2004
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ls-camioneta Por el carril de alta velocidad
 
 

En el juego, en el deporte y en el sexo, muchos jóvenes asocian el riesgo con la emoción y con el placer. Según esta visión, desafiar el peligro es llevar al máximo la posibilidad de goce. El siguiente relato, busca propiciar la reflexión sobre esa creencia al sugerir que el correr riesgos está más asociado al afán de probarse como hombres, de reafirmar la hombría, que al de procurarse verdadero placer.
 
 

Por Alejandro Brito

La carretera a Cuernavaca me revienta de emoción por sus curvas. Es un orgasmo agarrar a toda máquina los últimos ocho kilómetros justo antes de llegar a la Ciudad de México. ¡De bajada y curveada! (A propósito, qué curvas tiene la Sandra, me cai'que un día de estos tiene que aflojar). Y qué diversión pasar echo la mocha de un carril a otro esquivando a los pinches autos. Pero lo más emocionante es coger el carril de alta velocidad y darle sus llegues a los conductores güeyes (Como el que le pienso dar a la Sandra cuando menos se lo espere). Nomás les prendes las altas y les acercas tantito las defensas y salen huyendo como gallinas espantadas.

El Rony dice que es más chido hacerlo en moto y con tu chava aferrada a tus espaldas (Pero yo prefiero hacerlo moto y al revés, aferrado a las espaldas de mi chava. ¡Ja, Ja, Ja! Pachecos alcanzamos unos orgasmos muy pornos). El güey ni casco usa cuando su carnal le afloja la moto para andar faranduleando por ahí. Quesque no es lo mismo. Con la cabeza cubierta, dice, no sientes la velocidad, y lo chingón es sentir en la jeta cómo te golpea el viento hasta achatarte la nariz. Pinche Rony es bien farandulero, nomás trae el casco pa' lucirse pero nunca se lo pone. Lo mismo hace con los condones, los enseña a todo el mundo para sentirse muy acá, muy entrenado y experto pero el güey nunca los usa, ni con su chava. Según dice que a ella la respeta y no la va a ofender tratándola como a una cualquiera. Está reloco el bato. Pero cuando la morra le salga con su domingo siete entonces sí va a saber lo que es tramoya.

Y ya encarrerado el ratón...

El pedo es apañar una nave y llegarle a un rave, y ya de madrugada enfilarte con los cuates a la carretera a Cuernavaca, o si no traes suficiente gas, entrarle a los arrancones en la Zaragoza. Y entonces, como en el faje, a calentar motores, ¡qué chingón se siente acelerar a fondo sin arrancar! (Como cuando estás a punto de venirte y te retiras, para no embarazar a tu chava. Aunque la Chester dice que eso no funciona, que no es seguro, que así fue como salió premiada. Bueno eso dice ella, pero nadie le cree.). Y ya cuando estás acá bien puesto con tu auto y dan el pitazo de salida ¡a volar! Ahora sí, le sueltas el clutch a la máquina y sales disparado, echo la mocha, y ya encarrerado el ratón... hasta te olvidas de abrocharte el cinturón. (Pasa lo mismo cuando estás muy caliente. ¿A poco vas a andar preocupándote de ponerte el condón cuando logras convencer a una chava de que afloje, si lo que quieres es amachinar luego luego? ¿Qué tal si la morra se arrepiente cuando tú estás ahí tratando de medio ponértelo y te deja colgando el condón como moco de guajolote? Además, no se siente lo mismo con el pinche hulito.)

En una de esas competencias, el Rogelio salió disparado por la ventana del auto cuando el Yogui se le cerró gacho casi llegando a la meta. El Roger logró esquivarlo, pero tuvo que meter a fondo el freno para no estamparse en un pinche poste. Y como no traía puesto el cincho de seguridad, ahí tienes al güey jugándole al superman sin capa, dando piruetas por los aires para irse a estrellar directito al poste. Estuvo recagado, el coche la libró, pero el que se estampó fue él. ¡Qué broma tan macabra le jugó la vida! Fue él quien impuso la regla de no abrocharse el cinturón. "No es lo mismo", decía retador, "el chiste es arriesgarse en serio, y llevar la adrenalina al máximo". (Por las mismas razones tampoco usaba condones, pero que sustote se llevó cuando le salieron unas bolitas blancas en el pito. El pendejo creyó que era sida y hasta se anduvo despidiendo de la banda porque según él se iba a morir pronto. El güey salió a buscar tuerca y encontró tornillo, pero de todos modos le atoró. Y volvió a las andadas nomás desaparecieron las bolitas.) Pobre cuate, todos salimos en estampida y lo dejamos solo con todas sus costillas rotas. La tira llegó enseguida y se lo llevaron. Ni modo, son gajes del oficio.

Lo mismo le pasó al Fayucas pero con un caballo. El güey quiso dárselas de muy machito al montar sin silla a un bayo bronco. Quería apantallarnos a todos montando a pelo, pero el mamón ni siquiera ha montado hembra. Le salió mañoso el cuaco y al primer relincho el pendejo salió patitas al aire y ¡a besar el suelo! No se la acabó el güey, lo agarramos de bajada en todo el viaje. Desde entonces anda medio rengueando con la cadera chueca. Pinche Fayucas siempre ha sido muy fantoche. Anda ahí presumiendo de su ropa dizque de marca cuando todos sabemos que la merca en los tianguis de Iztapalacra, donde su carnal tiene un puesto.

Quise pasarme de lanza

Yo les estoy contando todo esto desde la sala de urgencias de la Cruz Roja. Quedé muy madreado, con tres costillas rotas, la clavícula zafada, el cuello bien torcido, un tendón desgarrado, vidrios clavados por todo el cuerpo y moretones por todos lados. Me quise pasar de lanza. Le aposté a la banda que era capaz de recorrer la carretera México-Cuernavaca en 25 minutos y sólo llegué al kilómetro 27, perdí el control y el auto se volcó en una curva. Quería igualar el récord del Flavio que se ufanaba de haberlo logrado con su vocho. Pero ahora que lo pienso, ¡qué pendejo fui! Se la creí, me la tragué y ahora estoy aquí. Por muy buena máquina que le haya puesto, su vochito no alcanza a levantar ni los 130 kilómetros por hora. Y todavía de fanfarrón ni el cinturón de seguridad me abroché para apantallar al personal. Lo importante era no dejarse impresionar por ese güey. Mi chava me lo advirtió y hasta se me enojó, pero sintiéndome muy acá no la pelé. (Como tampoco la pelo mucho cuando ya muy entrados me pide que me ponga el condón. Para que no se saque de onda, simulo ponérmelo mientras la entretengo con unos lengüetazos. Es que no es lo mismo, no se siente igual con el pinche hulito). Lo peor del caso es que el auto era de mi carnal. El coche ahora parece moco embarrado. Se va a poner como energúmeno cuando lo vea. Tanto que le estuve rogando para que me lo soltara. Ya no va a volver a confiar en mí. Lo mismo mi chava, no se cómo la voy a alivianar, la quiero un chingo. Pero ya me la sentenció.

Dicen que un hombre se hace a punta de fregadazos, pero la verdad ahora que estoy aquí, viéndome y sintiéndome tan jodido, me digo a mi mismo que si este es el precio a pagar, yo prefiero ahorrármelos. No es que me haya vuelto un sacatón, pero me pregunto ¿qué sacas de todo esto?, ¿con quién quieres quedar bien? Voy de acuerdo, sí, fue muy divertido, pero ¿vale la pena arriesgarse? Yo era de los que pensaba que correr riesgos era una forma de demostrar valor, de destacar entre la banda y ser admirado. Me decía: '¡a cabrón, cabrón y medio!', 'el que no arriesga no gana', y mamadas de ésas. Pero la neta, todo eso no es más que pura fantochada. Y la verdad, es una forma muy pendeja de demostrar que uno es muy hombre. Además, no es cierto que no se sienta lo mismo si uno se protege. La emoción y el placer son los mismos con condón o sin condón, con casco o sin casco, con cinturón o sin cinturón, nomás que uno los rechaza para dárselas de machín.

Arriesgarse a lo pendejo no vale la pena. Me cai que si salgo de ésta, prometido está a la Virgen Morena que el cinturón, el casco y el condón serán mis fieles y eternos acompañantes.