Agustín
Escobar Ledesma
Al poco tiempo arribaron a estas tierras otras bestias para desempeñar diversas encomiendas: arar, tirar, transportar y gobernar. Entre ellos estaban el buey, la mula, el burro y el virrey. Los cuadrúpedos que más tardaron en presentarse en nuestro continente fueron los de divertir. Éstos llegaron varios siglos después, con los circos. Fue de esta manera que los ñäñho, de manera tardía, bautizaron en su idioma al pony como méxuji fani, es decir, caballo chaparro; a la jirafa manguyuga, que equivale a pescuezo largo y al elefante dofo, que literalmente significa nalgonzote. CHICLE DE YERBABUENA Los tambores de la cuadrilla de San Miguel laten en el ritmo vital de la fiesta que inicia en los últimos días de junio y culmina en los primeros días de octubre. Son más de tres meses de música, canto, poesía, flores, comida, bebida y pólvora que estallan en la memoria colectiva de la comunidad otomí del semidesierto queretano resguardando la magia de la vida en terca resistencia por conservar su identidad. Uno de los principales actores comunitarios, sin ninguna duda, es don Erasmo Sánchez Luna, hombre de conocimiento de esa realidad aparte del pueblo ñäñho, que desempeña varios papeles primordiales dentro de la colectividad ya que es rezandero, cronista y curandero que lo mismo bendice alimentos y bebidas con el idioma muerto de los romanos: In Nómine Patri et Fili et Spirictu Sancti, amén, palabras mágicas que también utiliza para sacralizar los rincones brujos de flores y doncellas. Don Erasmo conserva en su memoria la otra historia, la de chichimecas y ñäñhos que fundaron este sitio para la Corona española en el siglo xviii. Don Erasmo tiene aptitudes metafísicas que impactan a los lugareños, además de la capacidad de ver lo que está vedado para la gente común. Afirma que él conoce al Gran Crimorio, un diablo de enorme grano en la frente, que en ocasiones propicias se sienta tranquilamente en los quicios de las casas y edificios coloniales de Tolimán a ver pasar la vida humana. Don Erasmo mismo, según testimonios, es nagual, ya que tiene la capacidad de transformarse en animal. En cierta ocasión en que Julia, la hija de doña Cata, estaba sentada dejando su hierba sin raíz, detrás de un garambullo en el basurero que está a un lado de la carretera vio llegar a don Erasmo. El hombre se quitó el sombrero de su cabeza de rayos de plata y el guangoche que llevaba terciado al hombro para colocarlos en el espinoso perchero. No se dio cuenta que Julia estaba al otro lado del cacto, escondiéndose para que no advirtieran su comprometida posición. Ante el asombro de Julia, don Erasmo se transformó en un pájaro de cabeza pelona que parecía zopilote. Enseguida voló a unos cuantos metros hasta donde estaba un perro muerto que por la mañana había sido atropellado por la camioneta repartidora de pan Bimbo. No bien llegó al difunto cuando ya lo estaba picoteando para devorar las tripas y comerlas vorazmente. Julia se quedó como estatua de sal por el espanto y el miedo de que Erasmo-zopilote la viera y le hiciera algo por haber descubierto su secreto. Después la muchacha vio cuando el pajarraco se transformó nuevamente en don Erasmo, quien tranquilamente recogió el guangoche, se colocó el sombrero y se encaminó, como si nada hubiese ocurrido, a la tiendita de doña Cata (mamá de Julia) en donde compró unos chicles Adams de yerbabuena, para exorcizar el mal aliento que le dejaron las vísceras del can insepulto. Es por eso que desde aquel día, en el que Julia vio lo que no era para sus ojos, sufre de estreñimiento. MALA MUJER La mala mujer es una planta que crece entreverada con la espinosa flora semidesértica; por sus hojas, tiene cierto parecido a la higuerilla. Los hombres de ciencia conocen diversas variedades con distintos nombres: Jatropha, Wigandia, Urera, Euphorbia, Solanum, Rhus, Hibiscus, Cnidosculus, entre otros. Aunque es sumamente venenosa, no es agresiva con quienes la conocen y respetan; cuidado con quienes desconocen sus atributos y virtudes. Ella vive tranquilamente meciéndose al ritmo del viento del septentrión, acunando entre sus brazos minúsculas espinas, más finas y delgadas que los vellos púbicos de las vírgenes. La mala mujer es prima hermana del guau y la hortiguilla, por lo que a menudo se les ve juntos y revueltos. Los ñäñhos del semidesierto saben que la mala mujer merece su cariño y su respeto. Hablan con ella, le amonestan dándole algunos golpecitos con una vara para que no les cause mal; le solicitan permiso para cruzar por su reino. No sólo eso: le prometen un hermano, si es hembra, y a la planta macho le ofrecen una hermana. Sólo así permite la incursión por su territorio. Los lugareños de esta antigua frontera mesoamericana saben que la mala mujer tiene virtudes, que sólo quien busca en lo más profundo de su ser, puede apreciar. Es por eso que cuando los lugareños caminan agobiados por el inmenso calor, se inclinan ante sus plantas para solicitar su auxilio. Ruegan que los libere de la sed. Ella, sacrificando su vida, ofrece sus raíces. León Rodríguez, habitante de la comunidad ñañho de Cieneguilla, Tierra Blanca, Guanajuato, cuenta que hace algunos años una persona originaria de la ciudad más grande del mundo se vio obligada a satisfacer una necesidad fisiológica de segundo grado entre un matorral del monte. El caso es que el hombre, quien nunca había cagado de aguilita, acostumbrado a las exigencias del mundo civilizado, utilizó las hojas de la mala mujer para suplir las suaves y aterciopeladas hojas de papel pétalo. Craso error: la planta, sumamente agraviada por la ofensa recibida, volcó sobre la piel del cosmopolita su rencor y desprecio. El hombre, dicen quienes lo vieron, arrastraba el culo sobre la tierra, como los perros, aullando de dolor en busca de alivio. DIOSES INDIOS Los santos del templo mayor de Mexquititlán, Amealco, así como reciben aromáticas nubes de incienso, hermosas y coloridas flores o escuchan atentos los cantos y alabanzas de los fieles ñäñhos, también saben escuchar las demandas de la comunidad que se congrega como mazorca de maíz ante sus sagradas plantas. Es por eso que San Isidro Labrador, atendiendo las apremiantes necesidades de la población india, el 15 de mayo, día de su onomástico, se encarga de que en las milpas no falte el semen divino que fecunde a la madre tierra. Ha habido ocasiones en que el santo, con fama de llovedor, no ha calculado la cantidad de agua a grado tal que los campesinos le suplican agradecidos: "San Isidro Labrador: que se quite la lluvia y que se aparezca el sol." Sin embargo, cuando al santo se le ha olvidado su responsabilidad con la comunidad, ya sea porque andaba de borracho con las bebidas de la ofrenda o bien porque, al igual que a los viejos, la memoria le falla, los otomíes, por muy sagrado que sea el santo, le aplican un ejemplar y público castigo para que no ande de irresponsable. Cada vez que San Isidro ha incumplido su vital función es llevado en procesión a un gallinero dejándolo abandonado y sentenciado: "De aquí no te sacaremos ni te limpiaremos las mierdas de las gallinas hasta que vengas acompañado de la lluvia." San Isidro Labrador no es único en el oficio, Santiaguito es otro de los responsables de que el maíz, la calabaza, el frijol y el chile nutran la tradición ñäñho. Santiaguito es el encargado de que la lluvia llegue puntualmente en julio. Es por eso que unos días antes del 25 de ese mes, la pequeña y sagrada figura es llevada alegremente en andas entre nubes de incienso, música, bebida, cánticos y cuetes por las milpas de maíz tierno para que enamore a la lluvia y ésta baje a la tierra. Sin embargo, Santiaguito, al igual que cualquier santo, también falla. En cierta ocasión no supo cortejar adecuadamente y el agua de las nubes cayó fría, dura, e indiferente sobre los sembradíos de Mexquititlán flagelando las pequeñas y tiernas plantas de maíz. Santiaguito no pagó el error. La comunidad ñäñho fue al templo mayor por la imagen de Santo Santiago para llevarla al campo a fin de que se enterara de los destrozos causados por la granizada: "Mira las pendejadas de tu hijito", le denunciaban los encabronados cargueros, mayordomos y fiscales mientras le golpeaban el lomo, para que tuviese más cuidado con lo que hacía Santiaguito, su hijo. AZOGUE
Su voz suplicante y chiquita dijo: "Oiga apá, présteme unos cien pesitos, cuando esté güeno y regrese a la mina se los pago." "Sí mijo, no te apures, mañana te los traigo." Su marchito rostro se alegró por un momento, pero yo estaba tan pobre como él, lo único que traiba en la bolsa de mi pantalón era un hoyo. La enfermedad atosigó a mi hijo cuatro meses dejándolo en los puros güesos. Un día, así nomás, de pronto desapareció el mal, lo dejó en las manos de la muerte que esperaba pacientemente sentada en la puerta. Le hicimos un cajón de tablas viejas y velamos su cuerpo con llanto y cuetes. Apenas amaneció Dios lo llevamos al camposanto. Quienes lo cargaban no pudieron con el peso, pidieron ayuda en dos ocasiones. Mijo tenía sus pulmones testos de mercurio. ALEJANDRO Nació sin padre, como los huevos de tierra de las gallinas, el 26 de junio de 1990, en Altamira, Cadereyta. Su joven mamá, Modesta Morán Reséndiz, fue asesinada a machetazos en un callejón oscuro de la cabecera municipal y él, de año y medio de edad, salvó la vida al ser colocado por su madre bajo las llantas de rines cromados de lujoso automóvil. Perrito sin dueño, un tío suyo de oficio albañil lo adoptó. Desde entonces vive con sus primos, otros siete niños desnutridos, andrajosos y traviesos a quienes disputa cada pedazo de tortilla que come; con ellos también ríe, juega y corre con sus veloces pies descalzos entre la escarpada serranía pastoreando una cabrita blanca. Dicen que al perro más flaco se le trepan más las pulgas y no hay cosa más cierta en la huérfana vida de Alejandro. El 11 de noviembre de 2001 viajaba en la Chevrolet pick-up, color vino y negro, modelo 1989, con placas del DF 503-LKD conducida por su tío, Eustacio Yáñez Ledesma, quien se estrelló contra cinco motocicletas bmw de rines cromados, una de ellas conducida por el gobernador de Querétaro. A los cuantos días del malhadado suceso, aunque Alejandro es mudo, la judicial lo interrogó para que diera su versión de los hechos. IXTLA El pueblo de Ixtla es una pequeña comunidad del municipio de Apaseo el Grande, cuya única autoridad, que le brinda amparo y protección, es el milagroso Señor de Ojo Zarco, sagrada imagen a la que año tras año acuden cientos de peregrinos de diversas comunidades circunvecinas en busca de alivio a sus históricas penas que se repiten sin cesar. La riqueza material (como siempre, concentrada en unas cuantas manos) que en alguna ocasión existió en esta región quedó sepultada en el pasado, cuando en la época de la Colonia la hacienda de San Diego Ixtla fue un pequeño feudo donde los amos de horca y cuchillo tenían todo un emporio textil en cuyos obrajes producían telas, cambayas, paños y otras prendas de lana gracias a la mano de obra gratuita de indios, negros y mulatos. A mediados de la década de los cincuenta del siglo xviii, en este centro de cultivo de maíz y producción industrial, un esclavo estaba tasado en 145 pesos, más o menos lo mismo que una res, y figuraba en el testamento de los hacendados, como un objeto más de las vastas propiedades. Este lugar guanajuatense, situado a unas cuantas varas de los límites con el estado de Querétaro, al igual que la capital queretana sufrió los fuertes embates de las torrenciales lluvias que azotaron la región en los primeros días de septiembre de 2003; el río que pasa por el lugar se desbordó de tal forma que en su impetuosa marcha arrastró a un campesino con todo y burro y las precarias viviendas de Ixtla; la corriente del río tampoco respetó las sepulturas del antiguo camposanto, los ataúdes fueron exhumados por la incontenible fuerza de la naturaleza que se los llevó dando tumbos sin ton ni son, sembrando con las albas osamentas de los esclavos negros las orillas de la creciente. Junto a los huesos también viajaron los cadáveres de los animales que engulló el río, iban cerdos, borregos, chivos, perros, gallinas y guajolotes, el escaso patrimonio de los ixtleños. Por más palma bendita quemada para
alejar a la tempestad, por más magníficas rezadas para exorcizar
a la lluvia, por más súplicas que los aterrorizados lugareños
hicieron al Señor de Ojo Zarco, el desastre no se detuvo y, una
vez pasada la torrencial lluvia, la gente de Ixtla acudió a la cabecera
municipal en busca de auxilio de las autoridades terrenales quienes, al
advertir la magnitud de la tragedia, expeditos les proporcionaron a los
damnificados unos cuantos bultos de calhidra para cubrir los cadáveres
putrefactos de los animales muertos y una despensa con un kilogramo de
azúcar, una bolsa de galletas de animalitos, un litro de aceite,
una sopa maruchan, una lata de frijoles y una coca familiar.
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