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México D.F. Jueves 27 de mayo de 2004

El ambulantaje, imperiosa necesidad que ha sobrevivido a la modernidad

Legumbres, frutos, flores, géneros y ahora hasta productos electrónicos, las mercancías

Las transacciones de compra venta de diversas mercancías al aire libre, que se originaron en los tianguis de nuestros antepasados, y el esfuerzo de las autoridades por erradicarlas, han ido de la mano por siglos

JORGE LEGORRETA ESPECIAL

Esta es la historia y la memoria del comercio popular, imperiosa necesidad de las personas que existe desde hace siglos en calles y plazas de la ciudad de México. Comercio al aire libre que no ha desaparecido y cuyo origen se remonta a los tianguis de las grandes plazas, donde nuestros antepasados compraban y vendían; actividad que, a pesar de la colonización y la edificación de grandiosos palacios barrocos, neoclásicos, eclécticos y contemporáneos, así como de la lucha por erradicarla, no ha desaparecido de los escenarios públicos de nuestra capital. Ha sobrevivido a la modernidad y a la globalización

Diferentes testimonios dan fe de la existencia de esa forma de intercambio comercial desde tiempos remotos. En 1523, Hernán Cortés escribió una carta al rey Carlos V en la que relataba: la ciudad "tiene muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande, como dos veces la ciudad de Salamanca, donde hay arriba de 70 mil ánimas comprando y vendiendo. Hay en esta plaza 10 o 12 personas que son jueces y mandan castigar a los delincuentes (y) otras personas que andan entre la gente mirando lo que se vende y las herramientas con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa".

Hacia 1825 un audaz viajero inglés de nombre Thomas Gage refería en sus escritos la dimensión del comercio al aire libre en pleno Zócalo. Decía: "La Plaza Mayor de México, hasta la época del virrey Revillagigedo, no fue sino un enorme tianguis en el que se compraban y vendían las legumbres y las flores que acarreaba la trajinera de Xochimilco y Chalco a través del canal de la Viga, los cereales del Bajío y aún los géneros importados de Flandes. La plaza del mercado de Méjico era tan espaciosa que contenía más de cien mil personas; cada oficio, o más bien cada especie de mercancía, tenía su puesto propio, que las otras no podían ocupar..."

Para 1857, en tiempos de las confrontaciones políticas entre liberales y conservadores, el escritor veracruzano Marcos Arroniz relataba el bullicio que se vivía en las calles del Centro Histórico: "Los gritos de vendedores en las calles de esta ciudad tumultuosa se escuchan por todas partes. Las mercancías y los frutos de todas las estaciones. Desde la mañana a la noche no se oye otra cosa que ¡carbosiu!, ¡mantequia!, ¡cecina buena! Un buhonero o mercader ambulante de mercancía menuda, y entrando hasta el patio, buscando sus ojos a las mujeres grita: ¡agujas, alfileres, dedales, tijeras, botones de camisa, bolitas de hilo...! Hasta la noche cesan estas vendimias..."

Prohibiciones ignoradas

Heroicas han sido las prohibiciones para el comercio ambulante en la ciudad. Bandos, leyes, decretos y reglamentos promulgados han sido invariablemente propuestos para erradicar esa ancentral actividad económica. El más antiguo vestigio de esas medidas se conserva en pleno Zócalo capitalino. Se trata de una pequeña placa de mármol -poco visible para los transeúntes-, colocada en los portales ubicados en la esquina de 16 de Septiembre y 5 de Febrero. El ordenamiento, escrito en español antiguo, reza lo siguiente: "El convento Real de San Agustín, cuyo es este portal, tiene ejecutoria del Superior Gobierno de esta Nueva España para que no se pueda poner cajón (en) esta esquina. Año de 1673".

Sin embargo, con el paso de los siglos los comerciantes permanecieron en sus sitios. Un acercamiento histórico a la forma en que algunos medios escritos del siglo XIX trataron en sus páginas los conflictos del comercio ambulante, lo brinda la compilación de Hira de Gortari y Regina Hernández en su texto La ciudad de México y el Distrito Federal. 1824-1928. En las páginas de esa obra se recogen no sólo las prohibiciones de esa época, sino también las reubicaciones y otros asuntos relacionados con el comercio ejercido en las calles de la ciudad. De ella hemos extraído algunas citas.

El 14 de octubre de 1828 el Ayuntamiento constitucional de México, exhibió el siguiente anuncio: "Por no haber tenido efecto las repetidas providencias de policía que prohíben los puestos de fruta y otras vendimias en las esquinas y las banquetas de las calles (...) y no haber sido bastantes para su observancia las multas impuestas por semejantes transgresiones, el ayuntamiento se ve precisado a adoptar medidas para contener tales abusos perjudiciales al público que transita por las calles. Deben instalarse en los puntos y mercados que están designados para sus respectivo expendio y que son las plazas de San Juan de Dios, del Carmen, la Santísima, San Pablo, San Juan de Letrán y Colegio de Niñas".

Queja de los establecidos, otra constante

El 2 de mayo de 1862 las páginas del periódico El Monitor Republicano consignaron las quejas de comerciantes establecidos por la invasión de las calles de Flamencos y Portacoeli (hoy Pino Suárez y Venustiano Carranza, respectivamente): "(en estas calles) adyacentes a la Plaza del Volador hay un gran concurso que acude allí a hacer sus compras y llenan las calles, y obstruyen el tránsito. Los zapateros y comerciantes, que tenían tiempo inmemorial establecido su comercio en las calles de Jesús, fueron trasladados por orden del señor gobernador a la calle de la Universidad, mientras se les alistaba su sitio a propósito en uno de los mercados de la capital. (Pero) este mal no se corregirá hasta que no se subdivida el mercado en varias plazas por distintos rumbos de la ciudad..."

Quince años después, los comerciantes ambulantes permanecían en la calle. Un anuncio del ayuntamiento, enviado a la Comisión de Mercados el 10 de julio de 1887, exigía un "plazo perentorio para que los vendedores ambulantes en la calle de Portacoeli la abandonasen por quejas de los propietarios a los que impedían que sus negocios se vieran. A los vendedores les parecía exagerada la queja y pedían que se les construyera un lugar, (y que) mientras, no se les desalojara".

Al despuntar el siglo XX el mejoramiento del aspecto físico de los comerciantes de la calle fue objeto del interés de las damas acomodadas de la sociedad porfirista. El 27 de diciembre de 1901 El Imparcial consignó que dichos comerciantes son "gente que tiene el deseo de dedicarse a algún trabajo honesto, pero que, seguramente, no les da resultado (...) La falta de aseo personal inspira repugnancia, y las señoras evitan que sus hijos compren golosinas a los vendedores desaseados". Por tanto, se propuso proporcionar a esas personas los medios para que se presenten aseados, "lo que indudablemente aumentará su clientela, así como suministrar lo necesario para que laven sus ropas..."

Panorama reciente

Con el crecimiento poblacional de la ciudad durante la primera mitad del siglo XX, el comercio ambulante obviamente aumentó. El Zócalo y sus alrededores no dejaron de ser, como lo fueron desde el siglo XVI e inclusive antes de la conquista, el mejor lugar para el comercio popular.

Los mercados públicos construidos a lo largo de la historia han resultado insuficientes para cubrir las necesidades de una población que sigue yendo "al centro" a realizar sus compras. El famoso Parián, edificado en pleno Zócalo; el mercado del Volador, en los terrenos donde hoy está la Suprema Corte de Justicia; la Merced, y las 23 plazas comerciales de fin del siglo, han tenido siempre los mismos resultados: se construyen como alternativa para erradicar el comercio ambulante, pero a los pocos años las calles vuelven a ocuparse por nuevos vendedores.

Los más recientes ordenamientos de la autoridad que registra la memoria de la ciudad datan de 1993. Fue un bando vigente emitido por un órgano legislativo denominado en ese entonces Asamblea de Representantes del Distrito Federal, y cuyo propósito fue prohibir el "ejercicio del comercio en la vía pública en puestos fijos, semifijos y de cualquier otro tipo en las calles comprendidas dentro del perímetro determinado por el (entonces) Departamento del Distrito Federal, mismo que dictará las medidas y realizará las acciones necesarias para el cumplimiento de este bando, a efecto de asegurar que no se ejerza el comercio en las vías públicas que en este mismo se determina". El perímetro comprende aproximadamente un área de 3.5 kilómetros cuadrados y 10 kilómetros de calles del Centro Histórico.

Sin embargo, el bando emitido para tratar de suprimir el comercio en las calles del Centro Histórico no se ha cumplido. En este siglo XXI, la historia se repite y el comercio ambulante continúa.

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