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México D.F. Miércoles 26 de mayo de 2004

Elena Urrutia

De doctorados y medallas

Todo ocurrió en la ciudad señorial de Pau, capital del departamento de los Pirineos Atlánticos, constituida en un verdadero balcón que domina la incomparable belleza de la cordillera nevada. Se otorgaba a Elena Poniatowska el doctorado honoris causa de la Universidad de Pau y la región del Adour y, por otra parte, el alcalde le hacía entrega de la medalla de oro de la ciudad.

La región, la ciudad misma despertaba en Elena ecos entrañables. Muchos años atrás, en 1942, había despedido en la estación de Toulouse a su padre Jean Poniatowski, quien se dirigía precisamente a Pau para iniciar la aventura de unirse a las fuerzas libres de la Francia de De Gaulle, en Africa. Pero antes de cruzar a pie la frontera escarpada era preciso ponerse en forma. Varios días debió ejercitarse de cara al enorme obstáculo que debía remontar.

Fue así que al recibir la medalla de oro, contestando al reconocimiento que se hacía a la escritora, Elena Poniatowska no habló de literatura sino de sus padres, de esa época en que la guerra sacó lo mejor de ellos en defensa de Francia: Jean, que después de haber sido hecho prisionero en tierras españolas participaría en la campaña de Africa del Norte, de Italia, de Rusia, para volver de nuevo a Francia cuando el armisticio. Y Paula Amor Poniatowska, nacida en Francia de origen mexicano, enrolada en la sección sanitaria móvil femenina de la Cruz Roja, quien debía conducir una ambulancia sin importar riesgos, horarios ni cansancio.

Y habló también de cómo siendo francesa de corazón, se volvió mexicana. Porque gracias a la guerra, la madre y las dos pequeñas hijas habrían de venir a México para acogerse a la seguridad de la familia materna, uniéndoseles más tarde el padre para quedar definitivamente establecidos en este país.

A esta francesa de corazón se le concedía su primer doctorado honoris causa francés. Fiel a su inveterada costumbre de ocultarse detrás de lo otro, de los otros, si al recibir la medalla de oro se escudó tras de sus padres, en su discurso con motivo del doctorado puso por delante las voces que suben de la calle.

''La literatura que sube de la calle" tituló su conferencia, esa literatura testimonial que revela a la sociedad hechos ocultos, que informa acerca de lo que no sabemos, o de lo que no quisiéramos saber.

Poniatowska señala que no hay literatura testimonial sobre la riqueza, porque los magnates tienen siempre un ''escritor fantasma" al que dictan su autobiografía. La clase dominante engendra sus amanuenses y sus apologistas. La historia oral está con frecuencia ligada a la miseria porque, fundamentalmente, es una denuncia. Y una acusación: La noche de Tlatelolco es un coro de voces que cuentan una matanza, la del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en la ciudad de México. Y junto con estas voces emergen, desde la selva húmeda, la voz del subcomandante Marcos en el fondo remoto de las montañas del sureste de Chiapas; las de los enterrados vivos bajo los escombros de los terremotos de 1985 y que pudieron establecer, gracias a su sistema de golpecitos, un verdadero diálogo entre la vida y la muerte.

Todas estas voces se convierten en textos que forman parte de la vida social del país. Para Poniatowska la literatura de nuestro continente es la recapitulación de sus hechos sociales, de sus batallas perdidas, del hombre cotidiano, de los desaparecidos en el fondo de los calabozos; es la historia de quienes no tienen derecho a la palabra, de los que son carne de cañón, de los esclavos, la historia de los que sufren el colonialismo interior.

''La literatura testimonial pone en evidencia problemas políticos, habla de masacres, escudriña en los basureros, sacude los colchones llenos de pulgas y recoge la voz de esos que Franz Fanon llamaba 'los condenados de la tierra'."

El encuentro internacional ''Escritura femenina y reivindicaciones de género en América Latina", en cuyo contexto tuvieron lugar los discursos mencionados, clausuró sus actividades en la ciudad de Bagnères de Bigorre, en las mismas faldas de los Pirineos, con la entrega que hizo el alcalde de esa ciudad a siete escritoras e investigadoras latinoamericanas siendo la primera, sin duda alguna, Poniatowska.

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