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México D.F. Miércoles 26 de mayo de 2004

Alejandro Nadal

El velo de ignorancia y la mano invisible

Adam Smith propuso una idea revolucionaria en su obra La riqueza de las naciones: aunque los individuos son egoístas por naturaleza, el mercado les permite vivir en armonía, como si estuvieran guiados por una mano invisible. Esta idea contrastaba radicalmente con la del contrato social desarrollada por Hobbes y Rousseau, entre otros. Según esta visión, los seres humanos habrían dado su consentimiento para formar una sociedad y salir del estado de naturaleza en el que la vida era brutal, violenta y breve según la fórmula de Hobbes.

Para Smith el mercado hacía innecesario el contrato social. No podía haber dos ideas más antagónicas: la de la mano invisible permite tener un discurso sobre la sociedad en el que la ética no aparece; el contrato social, en cambio, implica una deliberación ética antes y después del pacto social.

Ginebra es un extraño punto de contacto entre las dos ideas. Aquí nació Juan Jacobo Rousseau, autor de El contrato social, y aquí se encuentra la sede de la Organización Mundial de Comercio, la máquina que encarna la idea de que la mano invisible del mercado debe funcionar sin obstáculos en el mundo entero. La consolidación triunfal de este paradigma de política económica casi convirtió a la idea del contrato social en reliquia de museo.

John Rawls, filósofo estadunidense, buscó dar el rigor intelectual que merece la idea del contrato social. Construyó un modelo analítico sobre los fundamentos del Estado moderno, integrando la moral y la teoría política en un solo edificio. Y dicen sus estudiantes que le gustaba el juego siguiente: les pedía que construyeran un nuevo pacto social para el mundo contemporáneo. ƑCómo podrían hacerlo y lograr el máximo de equidad? Aquí es donde entra la innovación de su maestro: debían imaginar no saber nada sobre la posición que ocuparían en la nueva sociedad.

Los participantes en el experimento debían imaginar estar detrás de un velo de ignorancia. Ignorarían todo sobre sus habilidades naturales, su capacidad de trabajo, sus relaciones sociales y su dotación de recursos materiales; en la nueva sociedad podían ser ricos o pobres. Ni siquiera debían conocer su sexo, raza, nacionalidad o grupo étnico.

En lugar del mítico "estado de naturaleza", detrás del velo de ignorancia los estudiantes del filósofo eran libres y podían comportarse como entes racionales. Con Rawls la ignorancia tiene un poder liberador: los participantes en el juego están libres de prejuicios y sesgos. Así cada individuo se acerca más al ideal de racionalidad pura y es moralmente equivalente a los demás.

Según el autor de Teoría de la justicia, la sociedad justa se basa en dos principios. Por el de igualdad en la libertad, cada persona tiene derecho a un esquema básico de libertades esenciales compatibles con todos los demás. El segundo principio reconoce a las desigualdades siempre y cuando cumplan dos condiciones: deben estar asociadas a cargos públicos abiertos a todos bajo condiciones de igualdad de oportunidades, y deben servir para proporcionar el máximo beneficio a los miembros más desprotegidos de la sociedad. Sólo así los ciudadanos se verán los unos a los otros como libres e iguales, y pueden cooperar entre sí. Todos soportan la "carga del juicio": los desacuerdos razonables cuando la evidencia es contradictoria y compleja no fracturan el orden social.

Por supuesto que los estudiantes de John Rawls sabían que en el "mundo real" hay diferencias sociales en términos de distribución de riqueza, conocimientos y habilidades. También hay diferencias entre grupos y clases sociales, y entre sexos. Hay corrupción y manipulación de las instituciones.

Pero el velo de ignorancia permite reducir el impacto de esas diferencias. El cemento del contrato social será entonces la justicia, tal como lo imaginaba el autor de Liberalismo político al buscar conciliar la dimensión política de la ética (idea presente en Aristóteles) en un modelo con sabor a teoría de juegos. Cada participante actuaría como si lo único que le importara fuera el bien de la comunidad. Como parte de un modelo analítico, el velo de ignorancia sería más poderoso que el dispositivo de la mano invisible del mercado.

En el modelo de Rawls la ignorancia es buena. En cambio, en el manejo de los asuntos públicos en México, el manto de ignorancia amenaza con destruir las bases mismas de la sociedad. Los altos funcionarios del gobierno parecen hundirse bajo el peso de ese manto, lo cierto es que saben muy bien en dónde están los privilegios, y conocen los vericuetos del aparato estatal y la maquinaria burocrática y el engaño para servir bien a ricos y poderosos.

Por esta razón se hace tanto hincapié en el libre mercado. Se puede expulsar así a la justicia de cualquier deliberación sobre la vida social en México. También se busca hacer redundante la idea de un nuevo pacto social. Pero la realidad se confirma todos los días: hace falta redefinir el Estado y la vida social con nuevos cimientos de justicia y equidad.

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