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México D.F. Martes 25 de mayo de 2004

Itala Schmelz

Las edecanes del mal

Desde los comienzos del cine, la carnalidad lujuriosa del sexo femenino ha sido parte de la fórmula perfecta del éxito en taquilla, aderezo particularmente común en los argumentos más cargados de acción y violencia. Elemento, asimismo, sobrexplotado en el género de los luchadores. Productos nacionales que auténticamente expresan el gusto de los mexicanos por lo exuberante, redondo y grande. En este tipo de cine abundan cuerpos esculturales apegados a los caricaturizados en los cómics y exagerados por los pin-ups, de donde son deliberadamente importados.

El cine de luchadores lleva a la pantalla los rituales de la arena. Es un género completamente híbrido que retoma elementos del melodrama, la comedia, el horror y la ciencia ficción, articulándolos en un singular pastiche que representa, en concreto, lo simbólico de la pelea, es decir, la batalla del bien contra el mal: Máscara contra Cabellera. Conflicto maniqueo que, mediante la película, se resuelve en epopeyas en las que el luchador se enviste de la figura mítica del superhombre, con amplios conocimientos científicos y usuario de alta tecnología, agente especial, investigador privado y el único capaz de enfrentar poderes sobrenaturales.

Si la lucha es un ejercicio de sometimiento, subyugación y ultraje, cuando esto se desplaza a la pantalla y aparece el factor femenino el asunto alcanza una denotación sexual sumamente excitante. No es lo mismo un laboratorio con maquinarias sosfisticadas y seres deformes, que un laboratorio con maquinarias sofisticadas, seres deformes y una linda chica atada, semidesnuda, desmayada sobre una camilla, indefensa, con toda su sensualidad a la disposición del mal. Mientras el carmín de los labios se mantiene intacto, el vestido ha sufrido los precisos desgarres que amplían el escote y dejan las piernas al desnudo. Aun bajo la mayor tensión y peligro, la atracción sexual (el asomo a los pechos) tiene lugar.

En realidad, en estas películas los que se tocan entre sí son los hombres, cuerpo a cuerpo se baten dentro y fuera del ring. Sobre las mujeres hay un constante escaneo morboso, frases sugestivas, calentura, pero poca acción física. Lo sugerido, el deseo que fluye entre los cuerpos, puede ser más excitante que lo pornográfico.

La inscripción del elemento erótico produce una excitación que atraviesa transversalmente toda la trama y sostiene, como factor perverso e indirecto, la atención del espectador. La mirada libidinosa sobre el cuerpo femenino es, a su vez, metáfora del espectador de cine: el deseo se activa por la mirada.

La tentación como móvil principal, especie de sustancia afrodisíaca, puede llegar a la latencia sádica, estar cercana a la tortura. Agresión, frenesí, flagelación y blasfemia, sangre y dolor, quedan implícitos, si no manifiestos en algunos de estos rodajes. ƑQué es lo que une inconscientemente al sexo bello con la tecnología, el horror y la violencia?

En El Santo en el museo de cera (1963), una bella reportera es secuestrada por el doctor Karol para convertirla en mujer pantera, un engendro más dentro de su colección de monstruos que no son de cera, sino auténticos muertos vivientes.

"Tienes que pagar tu crimen de ser bella, pronto dejará de existir tu maldita belleza", dice con demencia el cirujano, mientras prepara los ácidos que harán áspero ''tan hermoso cutis, suave como pétalo", ''šLa boca perfecta se convertirá en una mueca deforme!", exclama exaltado Claudio Brook, en su papel.

Sin lugar a dudas, las fantasías sexuales no están hechas del mismo material que el orgasmo, el acto amoroso se resuelve en el diálogo directo de los cuerpos mientras que el horror erótico está lleno de fetiches, excitación pervertida por una calentura meramente fantaseada, zozobra alucinatoria de una fiebre mental.

Como es bien sabido, solamente pueden existir dos tipos de mujeres: las santas y las putas. Cuando no son Evas en peligro -mascotas adorables, deslumbrantes Circes, iconos sacros en las garras del mal, a punto de sacrificar su virginidad para salvar al mundo- son mujeres invasoras violadas por seres contra natura, monstruos repugnantes que acercan sus bocas viscosas al nacimiento de sus senos.

El poder de la sensualidad femenina se presenta como la otredad amenazante del mundo de y para los hombres, la plaga más temida por una sociedad patriarcal: šno hay ente más diferente! Estas damas sospechosas suelen ser científicas extranjeras, amantes de villanos, viudas negras, mujeres vampiro, extraterrestres, amazonas, mataharis, sibilas, hijas de Lilit (la mujer negada por Adán), cofradía de malditas.

La caracterización física de las buenas puede abundar en atractivos, pero siempre son respetables, mientras que las malas se reconocen por su desinhibición sexual; pertenecen al catálogo de las ninfómanas y su arma letal es la seducción. El poder de la seducción es la facultad de transfigurarse en el deseo del otro. Espectro del ''como si", mortal caída del otro lado del espejo, Narciso ensimismado, técnica de control e hipnosis. Pocas veces ha estado más cerca El Santo de perder su máscara como cuando unas marcianas tentadoras lo seducen para quitársela (1966) ƑCómo resistir a estas ardientes, sexys y muy dispuestas visitantes, exquisitas representaciones del mal? Al final, por supuesto, todo resulta una inducción alucinatoria de la cual el héroe se logra zafar. Quien sí logró desenmascarar a El Santo, pero en la vida real, fue la mismísima Lorena Velázquez:

''El santo era muy carismático. Me dijo: 'Oiga, ƑPor qué todo el mundo quiere conocerme la cara y usted no?' Le contesté que le veía bien los ojotes y él me preguntó si quería conocer su rostro. Le dije que me daba igual. Entonces me invitó a su camerino y se quitó la máscara y... pues yo le dije que mucho gusto. Era peloncito y con una carita muy agradable, medio gordito con las pestañas muy grandes pero muy lacias.''

Así pues, el cine de luchadores realizado básicamente por hombres nos brinda, involuntariamente, la expresión más prístina de un profundo imaginario, misógino. En estos filmes podemos observar un mundo programado por y para los hombres, en el cual las mujeres se supeditan al varón. La mujer, más que un papel en la historia, es parte del display; decoración, ornamento, deleite para la vista que mantiene el atractivo sobre la aventura y, a la vez, permite que aflore y se reafirme la superioridad viril.

Las féminas deben ser virtuosas y abnegadas, como esposas o como madres, más cuando hablamos de sexo... no te metas con mi hermana, pero arrímame a tu prima. Estas películas están coyunturalmente ligadas con esa mentalidad, son testimonio de una idiosincrasia añeja, pero que aún se practica. Insólitas puestas en escena que simplemente revelan el concepto masculino acerca de las mujeres fuera de casa; las mujeres de caza.

Texto incluido en el número 27 de la revista cuatrimestral Luna Córnea

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