Jornada Semanal,  domingo 23 de mayo  de 2004                núm. 481

Luis Tovar

DIEZ RAZONES PARA VER EL ZAPATA DE ARAU (I DE II)

"Que hablen bien o mal, pero que hablen": esta vieja recomendación parece haber sido rigurosamente atendida por el enorme grupo de personas involucradas en la producción, distribución y exhibición de Zapata, el sueño del héroe, comenzando por Alfonso Arau, director, principal responsable y acaso mayor beneficiario de lo que, de modo más que anunciado, se convirtió en un desapacible circo mediático mucho antes de que la cinta se instalara en cartelera con sus apantallantes 430 copias.

Otra frase popular a la que el Zapata de Arau –o mejor dicho, Arau hablando de su Zapata– da cabal cumplimiento es: "explicación no pedida, culpabilidad manifiesta". Auténtico parto de los montes, este Zapata es como el "Vals del minuto" de Les Luthiers: el prólogo, fecundo en verborrea, es diez veces más largo que la obra y por momentos también más memorable, para bien o para mal.

De las diez razones aquí apuntadas para ver el Zapata de Arau, las primeras cinco no tienen que ver con la película en sí misma sino con todo lo que la ha rodeado desde que su director anunció lo que se traía entre manos. Este proyecto así nació y así ha proseguido, tan arropado por la publicidad –de la pagada y de la otra–, que desde siempre cupo el temor de que bajo la parafernalia en medios no hubiera casi nada.

ME DEFIENDO MEJOR SOLO

Arau y su Zapata se han encargado, sin que haya sido necesario picarles demasiado las costillas, de indisponer a Mediomundo en su contra. Y si no, que lo digan los despropósitos, los excesos y los incordios enlistados a continuación:

1. Alfonso Arau afirmando, salmahayeskamente, que él no es historiador sino un contador de historias, como si quien quisiera contar una historia –en filme, libro, canción o lo que sea– estuviera necesariamente peleado con la Historia o tuviese la obligación de alterarla para hacerla "atractiva". (Y si Emiliano Zapata no era por sí mismo "atractivo" para contar su historia, ¿entonces para qué hacer una película acerca de él?)

2. El mismo Arau dando una inopinada, desconcertante y –hay que suponer– involuntaria muestra de insensibilidad machista, al afirmar literalmente que con su Zapata "violé la historia, pero le hice un hijo muy bonito..." Amén de lo desafortunado de la metáfora, quedaba por averiguar si de verdad el hijo era o no bonito, para lo cual el menos autorizado a opinar era, desde luego, el propio violador.

3. El enfoque, inédito hasta donde un servidor conoce, de una película como si se tratara de un espectáculo en vivo en el mejor de los casos, y en el peor, de un programa de televisión, con la campaña de publicidad en la que una marca de cerveza se ostentaba como "patrocinadora oficial". A temblar, pues si ahora cada película será abierta y explícitamente "patrocinada" por una marca comercial, ésta no tardará en exigir que su producto tenga presencia directa en el filme (cosa que ya ocurre más o menos veladamente: vea de nuevo, si se atreve, La hija del caníbal, por citar sólo un ejemplo).

4. En la misma ruta de mercachiflería, Alejandro Fernández aparece constantemente en spots publicitarios, caracterizado como Zapata y promocionando un tequila que "se pide como es". No hay ninguna ingenuidad en este abuso, pues la última de las características de un "creativo" publicitario es la candidez, y al que se le ocurrió semejante barrabasada no le pasó inadvertido que el público no vería a Fernández sino a Zapata. Sencilla y desagradablemente, se tomó a un personaje histórico –bueno, a su caricatura– y se le puso a vender alcohol. Que nadie se sorprenda ni se indigne cuando Francisco Villa salga un día en la tele anunciando una marca de sotol y López Velarde una de jerez.

5. Pequeño detalle, que por supuesto no figura entre las consideraciones del insuperable crítico que "ya aprobó" la película –según la leyenda que ostentan los promocionales–, pero que puede causar bastante desasosiego si a uno le da por pensar en cómo puede darse solución al problema de los eternamente escasos recursos económicos con los que cuenta nuestro cine: que haya implicado dinero de Ángel Isidoro Domínguez, "el Divino" –y el colmo, que él mismo aparezca en pantalla. Habrá que esperar el debut, como productores y en una de ésas también como histriones, de Cabal Peniche, Raúl Salinas, Carlos Ahumada y otros ilustres prohombres adinerados.

(Continuará.)