Jornada Semanal,  domingo 23 de mayo  de 2004             núm. 481

HAROLD CONTRA HARRY

Cuando escribe sobre un autor a quien aprecia –o como en el caso de Shakespeare, ama–, Harold Bloom, el eminente crítico literario estadunidense, es buenísimo. Cuando se pone a hablar mal de los libros de quienes no le gustan, es peor que la tiña y además dice mentiras. Lo sé porque soy aficionada a leer a ciertos escritores que él desprecia, o que ignora injustamente.

Aclaro primero que el libro de Bloom La invención del humano, en el que analiza apasionadamente la obra de Shakespeare, es uno de mis libros favoritos. Es un libro lleno de amor, de gran lucidez literaria, ameno y erudito, conjunción siempre rara y deseable. En él, Bloom afirma que la literatura es la parte central de nuestra civilización, y que en ese término incluye las religiones. Cito: "Un gran número de norteamericanos que creen adorar a Dios, en realidad adoran a tres personajes literarios primordiales: al Yahvé, el escritor de J., autor fundamental del Génesis, Éxodo y el Libro de los Números; al Jesús de los Evangelios de San Marcos y al Alá del Corán. […] Después de Jesús, Hamlet es la figura más ubicua en la conciencia occidental; nadie le reza, pero nadie es capaz de evadir su figura." No se crea que Bloom pretende que se haga un culto de Hamlet (a quien, por el final de la tragedia, como mata hasta al perico, me costaría un poco de trabajo encomendarme). La tesis de este libro entusiasta es que hay que adorar a Shakespeare porque en su obra estamos todos. Estoy de acuerdo.

En cambio el polémico Canon occidental es un poco irritante, porque evidencia el ánimo pugnaz de Bloom, y es además un libro contradictorio, ya que el autor afirma que es un canon libre de toda imposición. Pero la lista de títulos que incluye al final como textos esenciales para cualquier lector que se respete, fue un ardid impuesto por los editores para que el libro se vendiera, como el mismo Bloom aceptó al ser cuestionado por la periodista Barbara Probst Salomon.

Se ha dicho que el Canon es excluyente. Lo es. En el capítulo dedicado a Virginia Woolf, dice que "sólo Freud en nuestro siglo rivaliza con Woolf como maestro de la prosa tendenciosa". En esta parte del libro Bloom confiesa, sublevado, que es incapaz de mantenerse imparcial ante la obra de esta escritora. Le molesta que Virginia Woolf no se sintiera a gusto en su época, que no creyera que las mujeres y los hombres que la rodeaban tuvieran las mismas oportunidades. Llama a las críticas feministas "ménades" y considera que la tesis de Un cuarto propio es ambigua y contradictoria. Que Woolf tenía toda la razón queda demostrado por el único renglón que se le dedica en la Oxford Anthology of English Literature, que Bloom editó al lado de Frank Kermode y John Hollander. Más claro, ni el agua.

Otra cosa que me hace pensar en Bloom como un niño bravucón es su tendencia a hablar mal de escritores que le caen gordos cuando no viene al caso. En su prólogo a La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin (a quien no leemos lo suficiente), cita los elogios que esta escritora hizo de Tolkien en ocasión de su muerte, en un precioso ensayo titulado The Staring Eye y dice que es muy generosa, pero que desperdicia su inteligencia elogiando a un profesor pedante; que la prosa de Tolkien era aburrida y él era sentencioso.

Probablemente uno de los colmos de la exasperación de Bloom es el éxito de Harry Potter. Dice que sufrió muchísimo al leer el primer tomo; que la escritura era pavorosa y el libro horrible. Que mientras leía se dio cuenta de que cada vez que un personaje iba a caminar, la autora ponía "se fue a estirar las piernas". Entonces Bloom, dice, comenzó a marcar en la parte de atrás de un sobre un puntito cada vez que aparecía la frase. Se detuvo cuando el sobre tenía ya centenares de puntitos.

Como yo tampoco lo podía creer, sobre todo porque he leído Harry Potter y la piedra filosofal varias veces, decidí averiguar si era cierto. Tomé el libro, la misma edición que Bloom compró en la librería de Yale, saqué un sobre del cajón, para darle un aire entre ritual y científico a la cosa, y me puse a marcar las veces que alguien "se levantaba a estirar las piernas". Cuatro. Me imagino que Bloom no cree que haya quien lo lea a él y también a J. K. Rowling, pues divide a los lectores entre los "partisanos del resentimiento" (feministas, estudiosos de las literaturas de minorías étnicas y de género); los tontos, que son los que leemos Harry Potter y los listos, que lo leen a él. En su disgusto ante la popularidad de esta serie, ha llegado a decir que es mejor que los niños no lean a que estén leyendo Harry Potter, porque además esa infame conducta los dispone a convertirse en… ¡lectores de Stephen King! En lo personal, prefiero mil veces leer a Stephen King que ver la tele.