Jornada Semanal, domingo 23 de mayo de 2004                   núm. 481
LAS ARTES SIN MUSA

 

Jorge Moch 
 
 

MATEN AL PUBLICISTA

Bueno, no literalmente, que tampoco se trata de que esta humilde atalayita quincenal sea acusada de sevicia. Sometámoslo nomás al interrogatorio de los "profesionales" gringos y británicos en Irak, o hagamos como en cierta película de Kubrick y obliguémoslo a ver durante dieciocho horas diarias sus propios anuncios intercalados con una maratón del programa de Pepillo Origel. Dispensará el respetable tanta inconsecuente ditirámbica –y barroca, mi editor– incontinencia, pero es que no se me ocurre otra que una respuesta cruel a la alevosía y la premeditación –y la ventaja, porque bien saben que la televisión es carretera de un solo sentido, todavía– de los (y las, diría el ínclito ciudadano presidente de escolimosas diplomacias) publicistas. Valga aclarar desde ahora que me refiero al todo, aunque excepciones inteligentes hay, sin duda, y ahí los anuncios creados con humor.

La publicidad en televisión es una enorme industria que también medio esconde un vertedero de porquería. Sólo que esta contaminación es mental y por colectiva, social. Uno de los principales acreedores del racismo y clasismo que padecemos la inmensa mayoría de los mexicanos es, precisamente, el gremio publicista, porque en general, los anuncios de la televisión que deglutimos millones de jodidos nos muestran familias o individuos bellos,caucásicos y adinerados: casotas, baños del tamaño de mi depa, bebés de ojos claros y rulos áuricos que parecen pensados por Rubens. Los publicistas son impepinables corifeos de la globalización en su más pura acepción, o sea aquella en la que el nefasto Henri Kissinger afirmó que es un sutil eufemismo para nombrar la hegemonía forzosa del imperio yanqui. La inmensa mayoría son lo que los mismos gringos llaman yuppies, o sea yuniors pequeñoburgueses con ínfulas de padrote financiero; los directivos, creativos, diseñadores y ejecutivos de la publicidad televisiva vivirían encantados en un suburbio de Miami creyendo que la vida es Friends. Al menos eso es lo que traslucen sus productos, los anuncios de productos y servicios que en torrente inconmensurable avasallan el superyó de millones de incautos, porque han convertido en rédito un rosario de sortilegios y fórmulas de enajenación. Esto no les causa ningún escozor y aun se ufanan de ser cada vez más capaces de hacernos manita de puerco mental para que cumplamos con sus designios. Para ello, su principal herramienta es, desde luego, la sexualidad. En esencia el publicista es hoy un explotador sexual. Las mujeres y los hombres con caras y cuerpos cuasi imposibles –imposiblemente mexicanos, al menos– saturan los anuncios de televisión, desde los de condones hasta los del líquido para limpiar la caca del escusado, pasando por champús, automóviles, servicios bancarios, juguetes, aguardientes, líneas aéreas y todo cuanto se quiera inventariar en el vasto universo del ser mediante el tener, y no puedo evitar recordar aquí ese anuncio que reduce la naturaleza humana a un anticartesiano "existo, luego pienso". Si bien me va, agregaría este acetoso escribidor.

La publicidad en la televisión demuestra de parte del público una infinita paciencia trucada en apatía bovina, y de parte de los publicistas un completo desconocimiento de la realidad nacional o, y esto ahonda las razones ocultas de su perversión, un deliberado desprecio por esa realidad, por la verdadera fisonomía de las mexicanas que compran tinte para el cabello o labial para parecerse un poco, avergonzadas de sí mismas, a la güerita del anuncio, porque el publicista se empeña en perpetrar un ideal estético de importación que lastima el inconsciente colectivo de una nación de chaparros, gordos y prietitos que en nada nos parecemos a las venus y los adonis de la tele. La mayoría de los anuncios de la televisión niegan cómo vivimos realmente los mexicanos, cómo hablamos, qué comemos, a qué olemos y cómo vestimos: están pensados con desafecto.

Así que, en tanto el señor publicista no adquiera conciencia de sus lastimosas omisiones o enmiende la plana, seguirá este su enemigo propugnando por que, ya que en el plano legal nadie le va a decir nada, una turba enfurecida lo sorprenda con su cafe au lait en el gaznate y se lo lleve a rastras a una mazmorra de la judicial en Temizco. O a un tianguis en Tijuana. O a la estación del Metro Balderas en hora pico. Digo, para que reconozca un poquito el medio social que tanto y tan bien le ha dado de tragar...