Jornada Semanal, domingo 23  de mayo  de 2004            núm. 481

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

TIEMPO PERDIDO

En un espléndido ensayo titulado "El tiempo, gran escultor", Marguerite Yourcenar pondera el empecinamiento humano por darle forma a la materia informe, de manera que el hombre se empeña en trabajar sobre la piedra y el mármol para convertirlos en esculturas y en parte de piezas arquitectónicas; con el paso de los siglos, ocurre que esas esforzadas tareas tienden a volver a su estado original gracias a la erosión del viento, la lluvia, el mar y todos los elementos, mismos que, a su vez, parecen empecinados en devolver a las obras pétreas su antigua condición de masa informe, indiscernible. Para Yourcenar, el viaje de la piedra a la escultura y de ésta a la piedra es parte de los trabajos del tiempo, ese gran escultor que modifica obras y vidas. Muchos años antes, Jorge Luis Borges concentró aforística y poéticamente una atroz percepción del tiempo en su ensayo "Nueva refutación del tiempo": "Nuestro destino […] no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego."

Si es cierto que el ser humano puede ser concebido sin espacio, pero no sin tiempo, si la íntima esencia del hombre es la temporalidad, sea mensurable o no a través de cifras cronológicas, basta la certeza de la muerte para otorgar a toda actividad humana una innegable condición intensa: si la muerte es un destino individual e ineludible, las personas se empeñan en vivir plenamente, pues saben que cuanto se ata en la Tierra no podrá ser atado en ningún otro lugar y que cada Paraíso sólo se conquista aquí, ahora. Estrictamente, lo demás es intemporal, trátese de la muerte definitiva o de las postulaciones de una vida ultramundana: en la latitud de esas eternidades, ya no hay nada que hacer. Por otro lado, si fuéramos inmortales, todos podríamos reposar tranquilamente bajo un árbol esperando la probable caída de un fruto cualquiera de la realidad, pues en el futuro infinito de los inmortales todo puede ocurrir, en algún momento, sin necesidad de buscarlo; pero, como el hombre es finito, sale a buscar al Mundo y no se inmoviliza.

Marcel Proust, en À la recherche du temps perdu, sugiere la recuperación del tiempo mediante el ejercicio de la memoria en los seis primeros capítulos de su monumental novela-río; en el séptimo, "El tiempo recuperado", la palabra pareciera haber ordenado cada detalle y devuelto al presente la pervivencia del pasado, así sea porque, de manera bergsoniana, las circunstancias se van engarzando una en otra, de manera que cualquier detalle del pasado se amplifica en otros hasta llegar al presente en forma de imágenes, palabras, recuerdos… La tentativa es ilusoria, pues el esfuerzo se queda en páginas y palabras, no en una verdadera reinstalación del pasado en el presente o su perpetuación, como quisiera La invención de Morel, de Bioy Casares: el destino es irreversible y de hierro. Incluso, el momento fáustico de pedir que un instante se detenga por su belleza es algo fatalmente imposible, pues el tiempo es permanente devenir que no se detiene para nadie.

No hay peor abuso que hacer perder tiempo a los otros, valor que todos despilfarran para comprarlo: trabajar para vacacionar, o ahorrar en el presente para prever el futuro (así, la cárcel es un hecho físico, pero el verdadero castigo consiste en hacer perder años de vida al condenado; igualmente, hacer esperar a otra persona, sin límite, es enredarlo con rejas intangibles).

Un caso de demolición temporal lo cuenta Homero, con Odiseo y Penélope. El rey se va de Ítaca para participar en la guerra de Troya, que dura diez años; por razones oraculares, su regreso demora otros diez durante los cuales Penélope espera, tejiendo y destejiendo un manto para guardar su cuerpo y castidad de las impertinencias de incontables pretendientes. Mientras ella se desvive a la espera de Odiseo, éste idea el célebre caballo, cohabita con Circe varios años, escucha a las sirenas y, por fin, regresa, mata a los pretendientes de su esposa y, se supone, ésta debe haber brincado de gozo por la merced de que su marido hubiera vuelto después de cuatro lustros. La historia es cruel: Odiseo se llenó de experiencia, según Cavafis, sin privarse de ninguna en el decurso de tan prolongado viaje; Penélope dilapidó veinte años, sin ningún Proust que la ayudara a recuperar el tiempo perdido.