Jornada Semanal, domingo 23 de mayo de 2004          núm. 481
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

MARGARITA MICHELENA: ALMA LUNAR Y NOCTURNA

La arrobaron los volcanes, los descubrió de pronto y por ellos se puso a hacer un poema. Tenía siete años y el escrito fue malísimo, naturalmente, pero desde entonces Margarita Michelena (1917-1998) se perdió en el amor por las palabras y su perfección que dieron luz a la poesía que en ella fue la verdad última de los seres y de las cosas.

Gracias a su tío Manuel Mateos se acercó a Góngora cuando le leyó La soledad primera, y no dejó de tener cerca a los clásicos españoles y la silva peninsular tan lejana del diccionario de la rima. Sin distinción, tomó siempre esa composición sin orden de una forma natural desde sus primeros trabajos.

Periodista y traductora, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, hizo guiones para radio, colaboró en las revistas América, Examen y Pájaro Cascabel; participó en el suplemento México en la Cultura del diario Novedades y dirigió el cotidiano Cuestión que en sus inicios fue elaborado sólo por mujeres. Quizás dos de los espacios que le otorgaron más visibilidad pública y muchas enemistades fueron el periódico Excélsior y la revista Siempre!, donde coordinó su suplemento cultural. El periodismo se comió a la poesía en su caso, pero fue esta segunda vocación la que congregaba a sus colegas quienes, como Octavio Paz y Jaime Sabines, destacaban las formas diáfanas, la maestría de la hechura y la pesquisa del ser, de Dios y la sobrevivencia en la poética de Michelena.

Paraíso y nostalgia, Laurel del ángel, Tres poemas y una nota autobiográfica, La tristeza terrestre y Reunión de imágenes (antología) son algunos de sus poemarios que la sitúan como una pluma esencial en la poesía de América Latina que, sin embargo, no fue tan conocida por el público. Ella misma se echaba la culpa por el desconocimiento: "Nunca me he promovido ni he hecho boruca. El periodismo me ha comido la cara de poeta. Pero además la poesía no es popular. Está perdido el poeta que cree que es popular", dijo a quien esto escribe durante una charla previa a la celebración de su cumpleaños setenta y nueve, realizada en el Palacio de Bellas Artes el 21 de julio de 1996.

Aguda, certera, Michelena se veía como una escritora que arribó a la poesía para innovar los temas de las mujeres. Nunca cayó en lo cursi. Cómo iba a hacerlo después de leer a Góngora, solía decir. Y, más allá de la carga sentimental y amorosa prevaleciente entre sus colegas, ella se afanó en lo ontológico, en el Ser. "Mi tema ha sido el de siempre: Dios, el ser humano, su búsqueda. Un poeta nace para decir muy pocas cosas y las dice de manera diferente."

Quizás por su permanente exigencia, la hidalguense dejó de escribir poesía muchos años antes de morir. No creía en ese quehacer ligado a la gratuidad y la intrascendencia. "Que la poesía llegue cuando quiera y se vaya cuando quiera. No hay que forzarla. Conozco a gente que escribe por obligación y no hace más que ripios y tonterías. No hay que producir nunca un poema ocioso", indicaba. Y en eso fue fiel: nunca dio luz a una palabra ociosa. Corregía, en busca de la perfección, o al menos para cortejarla. "La poesía es una cosa que llega quién sabe de dónde. Pero llega mezclada con ruidos, como el radio lleno de estática. Una vez que pasa ese momento de furor, uno tiene que saber muy bien –y ahí está el gusto del poeta y su sabiduría– quitar el ruido y dejar la poesía, cosa que no hacen muchos porque se llenan de palabras. Y el arte consiste en quitar lo que sobra estéticamente hablando."

No sólo amó a Góngora, Quevedo, Garcilaso y otros clásicos españoles de quienes aprendió a ejercitar el oído y atisbar la claridad. Michelena también adoró a los franceses Baudelaire, Racine, Mallarmé y Rimbaud, que le enseñaron el matiz, tanto en prosa como en poesía, así como a ser modesta y precavida, las dos virtudes básicas de un traductor. Esa fue otra de sus pasiones: la traducción, a partir de tres ejes fundamentales: tener la honradez de no tratar de hacer un poema personal a costa del traducido, tener un conocimiento profundo de éste y también contar con un oído muy ejercitado.

A pesar de la enfermedad que le provocó cierta parálisis en el rostro en los últimos años de su existencia, Michelena nunca dejó de escribir en Excélsior y tampoco se sintió relegada. "Guardada, cuando me entierren", comentaba desafiante quien siempre se mantuvo motivada por ese secreto de la vida que es tener interés en algo... y amar: llaves además para escribir la poesía que motivó su arrobo desde los siete años que su tío le leyó eso de Góngora que le afianzó su alma lunar y nocturna.