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México D.F. Domingo 23 de mayo de 2004

Leonardo García Tsao

Los premios de Cannes 2004: gana la política pero pierde el cine

Cannes. Si alguno de mis pronósticos fue acertado es que el jurado presidido por Quentin Tarantino iba a cumplir la tradición de los premios desatinados. Nuevamente las películas favoritas de la crítica -Diarios de motocicleta, de Walter Salles, y 2046, de Wong Kar Wai- se fueron totalmente en blanco, como ocurrió el año pasado con Dogville y Río Místico.

Aunque era previsible algún reconocimiento por su pertinencia política a Fahrenheit 9/11, el propagandístico documental de Michael Moore contra el gobierno del presidente Bush, nadie pensaba que podría llevarse la Palma de Oro. Controlando su proclividad a la payasada, el realizador dedicó su premio a su hija "y a todos los niños de Estados Unidos, Irak y el mundo que han sufrido a causa de nuestras acciones." Claro, el premio ayudará a que la película resuelva su problema de distribución.

Sin duda, George W. Bush fue el gran perdedor extra-cinematográfico de la noche. Antes, en la ceremonia, tanto el joven cineasta belga Jonas Geirnaert, ganador de un premio de cortometraje, como el actor inglés Tim Roth, pidieron a los espectadores estadunidenses que no votaran por Bush.

Lo extraño es que el jurado haya votado por algunas películas tan poco meritorias. Darle el premio de mejor director al argelino Tony Gatlif, cuya inepta Exils fue de las peor recibidas por la prensa, es como desacreditar a la profesión misma. Igualmente, la tiesa actuación de la ganadora Maggie Cheung en la francesa Clean, de Olivier Assayas, es todo lo que una interpretación dramática debe evitar. Y darle el premio de actuación masculina al niño Yagira Yuya de la japonesa Daremo Shiranai, revela una actitud condescendiente a la hora de otorgar reconocimientos. Vaya, hasta dentro de la tradición del disparate en el Palmarés de Cannes, eso ha sido demasiado.

Menos objetables son el Grand Prix a la coreana Old boy, de Park Chan-Wook, memorable en su tono de venganza repelente, y el premio al mejor guión de la francesa Comme une image, debido a la directora Agnès Jaoui y al actor Jean-Pierre Bacri, tal vez el único con lo cual se está de acuerdo.

Los premios del jurado, de consolación, no dejaron de ser improcedentes: para la actriz Irma P. Hall de El quinteto de la muerte, de los hermanos Coen, y la película tailandesa Sud pralad, de Apichatpong Weerasethakul. ƑQué estuvieron bebiendo Tarantino y compañía? (Fuera de los premios oficiales, fue un acierto que la uruguaya Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, haya ganado el premio de la Fipresci y el segundo lugar dentro de la sección Una Cierta Mirada.)

La ceremonia en sí duró más de lo normal debido a que estuvo plagada de discursos narcisistas. El campeón fue el pronunciado en ruso por el insufrible cineasta Nikita Mijalkov, presidente del jurado de cortometraje (cosa que le pareció un privilegio incomparable). Al tiempo que Tarantino dio la impresión de suponer que toda la ceremonia era en realidad una fiesta en su honor.

Para no variar, la película de clausura fue un petardo. De-lovely confirma que el productor Irwin Winkler debe ser el director con pretensiones más torpe del Hollywood contemporáneo. Esta biografía del gran compositor Cole Porter (Kevin Kline, con plastas de maquillaje) provoca oleadas de pena ajena en tanto pretende hacer al propio Porter testigo de su propia vida, mientras el concepto escénico le es explicado por Jonathan Pryce. Winkler filma los números musicales como si se hubiera topado accidentalmente con ellos, y logra la hazaña de arruinar estupendas canciones, en boca de intérpretes como Elvis Costello, Diane Krall, Natalie Cole y Sheryl Crow, entre otros.

Un final muy apropiado para un festival que apostó por el cambio, y se quedó a medio camino entre los viejos vicios y las novedades dudosas.

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