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México D.F. Jueves 20 de mayo de 2004

En Sinaloa, ni el hogar es lugar seguro para evitar las equivocaciones de los sicarios

Balacera entre narcos causa la muerte de dos inocentes en Ciudad Juárez

Ajuste de cuentas en el municipio chihuahuense alcanza a una ama de casa y un cuidacoches; indignación general

RUBEN VILLALPANDO CORRESPONSAL

Ciudad Juarez, Chih., 19 de mayo. La noche del martes Irma Leticia Muller Ledezma, de 36 años, circulaba por la avenida Lincoln a bordo de su camioneta; en el asiento de atrás viajaba su hija de cuatro años. Justo cuando pasaban frente a las oficinas locales de la Procuraduría General de la República (PGR), un grupo de sicarios se enfrentaba a balazos. Sonaban los rifles AK-47. Una bala -"perdida", la llaman- se alojó en el cráneo de Irma Leticia. La niña resultó ilesa.

Frente a las instalaciones de la PGR hay un restaurante. Ahí estaba Enrique Belmonte Reta, de 43 años, cubriendo su turno como acomodador de coches. Otra de las balas perdidas le causó la muerte.

Muller Ledezma era un ama de casa de clase media, mientras Belmonte Reta residía en una vivienda de madera y cartón construida en un terreno de la colonia Héroes de la Revolución, que le proporcionó la administración municipal hace siete años.

El antecedente inmediato de personas inocentes caídas por ajustes de cuentas entre narcotraficantes ocurrió el 3 de agosto de 1997, cuando fueron ejecutadas seis personas con disparos de rifle AK-47 dentro de un restaurante de lujo; tres más resultaron heridas. En esa ocasión los asesinos buscaban a Alfonso Corral Olaguez, administrador del cártel de Juárez en esta ciudad. Entre las víctimas circunstanciales se hallaban David Ramírez y su novia Teresa Herrera, quienes esa noche se habían comprometido en matrimonio.

Nicolás Contreras esperaba en casa a su esposa Irma Leticia cuando ocurrió el incidente. Por la televisión se enteró de que su cónyuge había fallecido en plena avenida Lincoln, cuando ocho sujetos vestidos con uniformes negros atacaron con cuernos de chivo a tres hombres, a quienes persiguieron desde casi un kilómetro atrás, a partir del puente que une a El Paso, Texas, con territorio mexicano.

Durante la balacera que cobró las vidas de Irma Leticia y Enrique resultaron lesionadas las personas a quienes buscaban los sicarios: José Romero Sánchez, de 40 años, Alonso Montes, de 35 -ambos residentes de la capital de Chihuahua-, y Raúl Ortega Saucedo, de 41 años, vecino de El Paso, quien murió esta mañana en la sala de terapia intensiva de un hospital privado. Los tres viajaban en una camioneta Lincoln Navigator con placas de Texas.

Media hora antes de estos sucesos fue acribillado de manera similar un varón en la avenida Vicente Guerrero. La víctima portaba varias credenciales con diferentes nombres, pero la Policía Judicial del estado lo identificó como Raúl Rivas, de 30 años, alumno de la Escuela de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Luego de estos asesinatos se reunieron funcionarios de la PGR, de la Procuraduría estatal y de la Policía Municipal con el alcalde de Ciudad Juárez, Jesús Alfredo Delgado Muñoz, quien afirmó que ''estos hechos condenables han lastimado a la sociedad e indignado no sólo a los juarenses, sino a los chihuahuenses en general''.

El gobierno estatal culpa al federal de propiciar la violencia y la impunidad

La descomposición social y el clima de violencia en Ciudad Juárez es resultado del fracaso del gobierno federal en el combate al crimen organizado, aseguró el gobernador Patricio Martínez durante su programa radiofónico semanal, en el cual se refirió a los asesinatos de Irma Leticia Muller y Enrique Ledezma. El mandatario exigió a la PGR que asuma su responsabilidad de resolver estos crímenes, ''en los que existe gran impunidad porque la policía federal nunca detiene a los sicarios''.

CON INFORMACION DE MIROSLAVA BREACH VELDUCEA


Nadie debe, pero todos temen en la entidad

JAVIER VALDEZ CARDENAS CORRESPONSAL

Culiacan, Sin., 7 de abril. Aquí no hay lugar seguro. En Sinaloa estar en el sitio equivocado puede ser la propia casa, el vehículo o la fiesta infantil de los vecinos. Balas ''perdidas'' y ajustes de cuentas llegan hasta estos espacios y dejan como víctimas a personas que se ''equivocaron'' de momento... y de lugar.

Así murió Jesús Nancy Valenzuela Díaz. De 34 años, maestra de prescolar, primero en la Nicolás Bravo y luego en la 21 de Marzo, en Culiacán. Le gustaba leer periódicos. En este ejercicio de enterarse de la violencia y las víctimas, se lamentaba invariablemente de esta letanía mortal.

Pero esa vez le tocó a ella. Bastó con estar en la puerta de su casa, en la colonia Las Quintas. Esa tarde despedía en la puerta a una amiga. En el umbral ambas escucharon las detonaciones. Su amiga se tiró al piso. Ella cayó también, pero herida de muerte; un proyectil le había dado en la cabeza.

Era 17 de mayo de 2002. Las balas eran disparadas por sicarios que seguían a Rigoberto Imperial Rojo; primero de carro a carro, después, cuando el perseguido se bajó para alcanzar una caseta telefónica, sobre la calle. Ahí lo ultimaron.

La caseta está a una cuadra de la casa de Jesús Nancy. Eso bastó. A Roberto Imperial le compusieron un corrido. De ella y de sus avatares para conseguir una plaza de docente pocos se acuerdan.

Su familia sigue ahí, por esa calle empedrada, en Las Quintas, muy cerca del centro. Aquí nadie quiere hablar de Jesús Nancy porque les duele. Un familiar accede a platicar con el reportero. Que nadie sepa y que no se le mencione, la condición. Porque los parientes siguen viviendo ahí y los asesinos siguen matando.

Las autoridades estatales y algunos empresarios se esmeran para que el nombre de Sinaloa se relacione con el tomate, el camarón o la tambora. Pero no: aquí rifan los cuernos de chivo, las camionetonas de vidrios oscuros, las botas de pieles exóticas y los cintos piteados. Los sonorenses que visitan esta entidad dicen en tono de broma que en Culiacán hay que pedir la Coca ''con apellido'': Coca-Cola, para evitar confusiones.

El narcotráfico se cuela por los poros de la vida cotidiana. Cuando mueren familiares, amigos o personajes públicos muy queridos, la gente se lamenta. Y condena a los narcos, la violencia y la impunidad. Hasta realiza manifestaciones de repudio a la inseguridad. Exige que el gobierno haga algo.

Pero la miel y los billetes provenientes del narco han llegado lejos. Se expanden y distribuyen. Las familias se asustan cada vez menos de que las hijas o los hijos departan con quienes están en "el negocio".

En el periodo del gobernador Antonio Toledo Corro, en los 80, las muertes violentas alcanzaron un promedio de mil 200 por año. Ahora, con Juan Millán Lizárraga, la cifra es de 500 a 600. Según han dicho las propias autoridades, casi 80 por ciento de estos homicidios son ajustes de cuentas derivados del narcotráfico.

Porque el narcotráfico en Sinaloa es condena y muerte. Pero también fiesta y cinismo. Una taquería abrió sus puertas recientemente en Culiacán. Para atraer clientes, el dueño colgó un maniquí de buena manufactura en lo alto de un poste. "El Colgado", se llama el lugar.

Es un homenaje a la muerte. A esa muerte fácil que nos puede esperar hasta en la puerta de la casa. La máxima aquella de que el que nada debe nada teme ha dejado de tener vigencia aquí: todos temen y no necesariamente deben.

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