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México D.F. Lunes 17 de mayo de 2004

Armando Labra M.

Para todos..

La semana pasada tuve oportunidad de participar en la discusión sobre el documento de trabajo titulado Un México para todos, a convocatoria del Grupo Vallarta, con Cuauhtémoc Cárdenas, Jesús Silva Herzog Flores, Manuel Camacho Solís y Jaime Muñoz, todos conducidos por Beatriz Pagés Rebollar.

El documento es una propuesta de Cárdenas y un grupo destacado que aporta los trazos de un proyecto nacional en el que predomina la preocupación política y social, y se trata a la economía como lo que es: un instrumento al servicio de la sociedad.

Este rasgo no es ocioso. Durante dos decenios hemos padecido el encumbramiento de la economía sobre la política y, peor aún, el de una visión dogmática de la economía que no sólo excluye a cualquier otra, sino que se niega a adaptarse, a aprender de sus éxitos y errores, a ampliar sus alcances y menos aún acepta reconocer derrotas por evidentes que sean.

Se acumulan voces y experiencias por todos lados, incluyendo las de las propias agencias internacionales que han diseñado nuestras políticas económicas con recetas aplicables a quien sea, en el sentido de que la base teórica del Consenso de Washington que nos rige en la materia resulta insuficiente para remontar los problemas que se propuso resolver, e incluso los agranda. Y el gran problema que no planteó el consenso, la desigualdad, por supuesto que nos abruma.

Pero ya todos sabemos lo mal que estamos y ahora lo que importa son las soluciones y sus "cómos". En esa perspectiva, México para todos comienza a explorar nuevas vías y, como expuse en la reunión, creo que es menester tomar más en cuenta algunas de nuestras fortalezas para efecto de avanzar hacia una economía con mayor sentido social y, también, eficiente.

Por ejemplo, tenemos un vasto potencial productivo, exportador y generador de empleo en la miríada de pequeñas y medianas empresas mexicanas, que además articulan las economías locales y regionales del país. Y las tenemos descuidadas.

Otro ejemplo consiste en aprovechar el desarrollo de intermediarios financieros no bancarios, que son los que operan el crédito de pequeña escala que en todo México los bancos comerciales se niegan a atender, defraudando al país por no hacer su tarea y embolsarse las ganancias.

Otro más, si no se lo acaban antes, es el sector energético nacional como sustento no sólo fiscal, sino de la industrialización nacional. Contamos además con una oferta laboral con grados crecientes de educación, actualmente desempleada o subempleada; un sistema educativo abarcador, así como claras posibilidades para financiar el crecimiento económico con desarrollo. Basta ver los informes trimestrales de la Cuenta Pública, las asignaciones exageradas destinadas al pago de la deuda interna, el inmenso monto de las reservas internacionales del Banco de México, para detectar un vasto potencial financiero en el cual sustentar cualquier política económica diseñada para crecer, distribuir el ingreso y exportar.

Explorar estas vías no es tan complicado si remontamos un par de obsesiones tan míticas como prescindibles. Una, que Estado y mercado son enemigos mortales; que todo lo público es vicio y lo privado virtud. Si entendemos, como todo el mundo, que cada instancia tiene su ámbito de responsabilidades y que son complementarias, habremos dado un enorme salto hacia delante.

Otra consiste en abandonar el dogma de que no hay mejor política industrial que la que no existe. Nuestros socios y vecinos, y el resto del mundo tienen políticas industriales claras, menos nosotros.

Cuando menos, discutir en el nivel de reflexión que plantea Un México para todos nos saca del espasmo mental colectivo en que nos tienen los pleitos de barandilla y de grilla, que no de política, que distraen a la nación respecto al urgente tratamiento de los graves problemas sustantivos que estamos dejando pasar, y agrandar, como el declive de las inversiones productivas, el empobrecimiento creciente de las mayo-rías o el desplome del quehacer político. Ahora es el momento, después será cada vez más tarde.

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