334 ° DOMINGO  16 DE MAYO DE  2004
La doctrina Bush
El optimismo como
arma ofensiva

NAOMI KLEIN*

El pulgar alzado en señal de triunfo es, según la analista canadiense, la pose quintaesencial de George W. Bush: "No importa qué tan devastadora sea la crisis, no importa cuántas vidas se hayan destruido". "¿Donald Rumsfeld? ‘Hace un magnífico trabajo’, según el optimista-en-jefe. ¿La misión en Irak? ‘Vamos progresando’, le dijo Bush a los reporteros a un año de su desastroso discurso de Misión Cumplida. ¿Y el mercado laboral estadunidense que ha llevado a tantos a la pobreza? ‘¡Sí, Estados Unidos puede!’"
 
 
El entusiasmo de Bush en Irak
significa la tragedia para un pueblo
Fotografía: AFP
EN 1968, el legendario organizador laboral César Chávez llevó a cabo una huelga de hambre de 25 días. Mientras se abstenía de comer, condenaba las condiciones abusivas que sufrían los jornaleros agrícolas. El lema de su histórica campaña sindical era “Sí se puede”.

La semana pasada, George W. Bush realizó un viaje de cuatro días en autobús. Mientras hacía paradas para desayunar hot cakes, alabó los recortes fiscales y condenó a todos los que dicen que los trabajadores estadunidenses necesitan protección en la economía global. ¿Su grito de batalla a favor de la economía de laissez fair? “Sí, Estados Unidos puede”.

Probablemente, el eco era intencional. Bush está tan desesperado por conseguir el voto hispano que ya le dio por gritar “¡Vamos a ganar!” [en español] durante sus discursos de campaña en Ohio.

Pero el propósito principal del tour “Sí, Estados Unidos puede”, claro, era desviar la atención de los electores estadunidenses del escándalo de la prisión de Irak a un terreno más seguro: el mercado laboral en recuperación. Según un informe del Departamento de Trabajo estadunidense, se crearon 288 mil empleos en abril. La campaña de Bush se agarró de estas cifras para hacer aparecer a John Kerry aún más como un arisco pesimista de Nueva Inglaterra, duro y dale con las malas noticias. Bush, en cambio, es el optimista texano, siempre con una sonrisa fácil y el pulgar alzado en señal de triunfo. “Para que se puedan crear empleos, el presidente tiene que cerciorarse de que seamos optimistas y tengamos confianza”, le dijo a una multitud cuidadosamente seleccionada, en Dubuque, Iowa.

Algunos empleos, sin embargo, reaccionan más que otros al poder del pensamiento positivo presidencial. Más de 82% de los empleos creados en abril fueron en la industria de los servicios, incluyendo restaurantes y menudeo, y los más grandes empleadores nuevos fueron las agencias temporales. Durante el pasado año se perdieron 272 mil empleos en la industria de la manufactura. Con razón el informe económico del presidente de febrero sugirió que se reclasificara a los restaurantes de comida rápida como fábricas. “¿Cuando un restaurante de comida rápida vende una hamburguesa, por ejemplo, está proveyendo un ‘servicio’ o está combinando insumos para ‘manufacturar’ un producto?”, pregunta el informe.

Pero no todo el crecimiento del empleo en Estados Unidos proviene de lanzar al aire hamburguesas y del empleo temporal. Con más de 2 millones de estadunidenses tras las rejas (una de las maneras en que las estadísticas de desempleo se mantienen artificialmente bajas), el número de guardias en las prisiones se incremento exponencialmente –de 270 mil 317 en 2000 a 476 mil en 2002, según el Departamento de Justicia estadunidense.

Ver a Bush levantar el pulgar en señal de triunfo ante tal miseria económica me recordó una fotografía que anda circulando, tomada en Irak. Ahí están el especialista Charles Graner y la soldado Lynndie England, la pareja feliz, parados encima de un montón de prisioneros iraquíes torturados, sonriendo y levantando el pulgar en señal de triunfo. Todo está bien, parece decir su mirada, nomás no vean hacia abajo.

Hay algo más que conecta al pobre estado del mercado laboral estadunidense con las imágenes que salen de Abu Gharib. Los jóvenes soldados que son culpados del escándalo del abuso en prisiones son los McTrabajadores, custodios y obreros despedidos durante lo que Bush llama recuperación económica. Los currículums de los soldados que enfrentan cargos salen directamente del Informe del Departamento de Trabajo estadunidense de abril.

Ahí está la especialista Sabrina Harman, de Lorton, Virginia, gerente asistente de Papa John’s Pizza local. Ahí está el especialista Graner, un custodio en Pennsylvania. Ahí está el sargento Ivan Frederick, otro custodio, esta vez del Centro Correccional de Buckingham en la Virginia rural.

Antes de unirse a lo que Van Jones, defensor de los derechos de los prisioneros, llama “la economía gulag de Estados Unidos”, Frederick tenía un empleo decente en una fábrica de Bausch & Lomb en Mountain Lake, Maryland. Pero, según The New York Times, esa fábrica cerró y se trasladó a México –uno de los cerca de 900 mil empleos (la mayoría en el sector manufacturero) que el Instituto de Política Económica calcula que se han perdido desde que el TLCAN entró en vigor.

El libre comercio ha hecho que el mercado laboral estadunidense se vuelva un reloj de arena: muchos empleos en el fondo, algunos hasta arriba y muy pocos en medio. Y se ha vuelto cada vez más difícil llegar de abajo hasta arriba: las colegiaturas en las universidades estatales se incrementaron en más de 50% desde 1990.

Y ahí entra el sector militar estadunidense: el ejército se ha convertido en el puente que cruza la creciente sima de clase de Estados Unidos: el dinero para las colegiaturas a cambio de servicio militar. Le podríamos llamar el servicio militar del TLCAN.

Funcionó para Lynndie England, la más tristemente célebre de los acusados de Abu Gharib. Se unió a la Compañía de Policía Militar 372 para pagar la universidad; esperaba poder remplazar su empleo en la planta procesadora de pollo con una carrera en meteorología. Su colega Sabrina Harman le dijo a The Washington Post: “No sabía nada de lo militar excepto que pagaría mi universidad. Así que me enlisté”.

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La pobreza de los soldados que están en el centro del escándalo de esa prisión se ha usado tanto como evidencia de su inocencia como para agravar su culpa. Por otro lado, el sargento Paul Shaffer explica que en Abu Gharib “eres una persona que trabaja en el McDonald’s un día; al día siguiente estás parado frente a cientos de prisioneros, y la mitad dice que está enferma y la mitad dice que tiene hambre”. Y Gary Myers, el abogado que defiende a varios de los soldados, le preguntó a Seymour Hersh, de The New Yorker: “¿Realmente creen que un grupo de chavos de la Virginia rural decidió hacer esto por su cuenta?”

Por otro lado, el tabloide británico The Sun apodó a Lynndie England como la “torturadora trailera”, mientras que Boris Johnson escribió en The Telegraph que los estadunidenses eran avergonzados por “jezabeles con sonrisas de satisfacción de los Apalaches”.

La verdad es que la pobreza de los soldados involucrados en la tortura no los hace ni más ni menos culpables. Pero mientras más aprendemos de ellos, más nos queda claro que la escasez de buenos empleos y de equidad social en Estados Unidos es precisamente lo que los llevó a Irak en primer lugar. A pesar de sus intentos de usar la economía para distraer la atención de Irak, y sus esfuerzos por aislar a los soldados como desvaríos poco estadunidenses, estos son los hijos que dejó atrás, que huyen de McEmpleos que no llevan a ningún lado, prisiones abusivas, educación incosteable y fábricas cerradas.

Y son sus hijos también de otro modo: en la ubicua señal del pulgar alzado, aparentemente inconsciente del desastre a sus pies. Esta es la pose quintaesencial de George Bush. Convencido de que los electores estadunidenses quieren a un presidente positivo, el equipo de Bush ha aprendido a usar el optimismo como un arma ofensiva: no importa qué tan devastadora sea la crisis, no importa cuántas vidas se hayan destruido, con insistencia le dan al mundo la señal del pulgar alzado.

¿Donald Rumsfeld? “Hace un magnífico trabajo”, según el optimista-en-jefe. ¿La misión en Irak? “Vamos progresando”, le dijo Bush a los reporteros a un año de su desastroso discurso de “Misión Cumplida”. ¿Y el mercado laboral estadunidense que ha llevado a tantos a la pobreza? “¡Sí, Estados Unidos puede!”

Aún no sabemos quién enseñó a estos jóvenes soldados a torturar eficazmente a sus prisioneros. Pero sí sabemos quién les enseñó a mantenerse despreocupados ante el tremendo sufrimiento –esa lección llegó directo desde arriba.

(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2004 Naomi Klein)