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México D.F. Viernes 14 de mayo de 2004

Horacio Labastida

El Estado criminal

En México tuvimos la maléfica experiencia de un Estado criminal bien perfilado, activo y funesto. Los hechos ocurrieron durante el bienio 1913 y 1914 sin tapujos, de manera cínica y a la vez brutal. Una debilidad de Francisco I. Madero lo llevó a designar comandante del ejército a Victoriano Huerta, el masacrador de yaquis en Sonora y luego de zapatistas en Morelos y Puebla, después de que varias facciones restauracionistas del porfirismo alentaron toda clase de marrullerías y agresiones para echar abajo al presidente elegido de manera arrolladora -Madero tomó posesión el 6 de noviembre de 1911-. El contendiente Francisco León de la Barra, presidente interino una vez que Porfirio Díaz se marchó a París, fue avasallado y derrotado por la voluntad del pueblo.

Aquellos comicios de 1911 cuentan entre los muy pocos ciertamente democráticos celebrados en México. Sin considerar oscuridades purgadoras de la democracia en el México prerrevolucionario, nuestro presidencialismo autoritario pergeñó en las votaciones reprobables trampas asesinas y monetarias, así como el uso corrupto de propagandas subliminales que pervierten la conciencia libre del ciudadano con inducciones parciales imperceptibles.

En la época de Obregón y Calles los comicios se resolvieron con soldados disparando contra casillas y urnas rellenas de papeles favorables al elegido oficial. Luego florecería la mercantilización del sufragio y la oferta de esperanzas en el largo periodo priísta triunfante (1947-1999), y en el caluroso julio de 2000, con Ernesto Zedillo en Palacio, fue desplegada una publicidad de altos costos que llevó a Vicente Fox al Ejecutivo, advirtiéndose que sin excluir los otros procedimientos, dicha propaganda logró asociar el deseo generalizado del cambio con el candidato panista.

Son muy pocas las elecciones directas en verdad democráticas. La de Juárez en 1867 y quizá la de Sebastián Lerdo de Tejada en 1872, con motivo de la muerte de nuestro Benemérito de las Américas. El tercer lugar lo ocupa Madero y en adelante ciérranse las puertas al voto libre con una excepción aún no aclarada, en 1917, y con Venustiano Carranza. Los siguientes 87 años están encubiertos en tristes y perversos escenarios de una democracia falsa y escandalosamente mentirosa, con la singularidad del sexenio 1934-40. Lázaro Cárdenas saltó a la presidencia apoyado por el PNR callista, pero una vez en el poder deshizo la figura del jefe máximo de la revolución y propició en todo momento el identificar la decisión política con las demandas del pueblo; inclusive cuando nos vimos amenazados por el ejército inglés a causa de la expropiación petrolera (1938) y en los momentos en que Somner Welles, en representación de Roosevelt, intentó que México se sumara a un tratado de defensa continental, desatando todas las presiones imaginables, Cárdenas fue contundente y definitivo. Recordando al caudillo Morelos hizo saber al jefe de la Casa Blanca que México no firmaba, en vista de que una soberanía limitada por una potencia extranjera no es soberanía, según aparece en la carta que el hijo de Jiquilpan dirigió a nuestro representante Francisco Castillo Nájera, en 1940, y el gobierno estadunidense respetó y reconoció la dignidad mexicana.

En febrero de 1913 se estableció el Estado criminal en México. Con el beneplácito de los porfiristas encumbrados y del embajador estadunidense Lane Wilson, Huerta apresó a Madero y Pino Suárez y los hizo asesinar cerca de la penitenciaría, el 22 de febrero. Con el cuartelazo, el tramposo coronamiento de Huerta y la política tambaleante de Wilson, sucesor de Taft en Washington, los poderes del Estado y la Constitución de 1857 fueron en el lapso que siguió hasta la caída del tirano el 15 de julio de 1914, puestos al servicio de la comisión de toda clase de crímenes con el fin de mantener en Palacio Nacional a la horda gobernante. El heroico senador Belisario Domínguez denunció al homicida y fue también eliminado en el viejo pan-teón de Coyoacán. Todos los problemas resolvíanse con los fusiles, según dejó acreditado Guillermo N. Mellado en Crímenes del huertismo (s.i., s.a.).

Esa apesadumbrada experiencia es la que ahora nos aterra al mirar un panorama mundial dominado por el supercapitalismo trasnacional estadunidense y empeñado en señorear los poderes de la Constitución de 1787, sancionada en Filadelfia, manejados sin prudencia ni grandeza por George W. Bush para edificar en el planeta un totalitarismo neonazi, cimentado sólo en fuerzas militares ajenas a cualquier proyecto generoso y capaces de arrasar pueblos y familias, incluidos niños, mujeres y ancianos, en los conocidos términos del genocida modelo actual de Afganistán e Irak.

Convertir el genocidio en acto legítimo es característica del proyecto que el presidente Bush y el ministro inglés Blair auspician sin límite alguno. Fuera de los barones del dinero y de la mencionada alta burocracia gubernamental, la población no subordinada debe ser doblegada o eliminada sin piedad. La mayoría de mexicanos sentimos que Victoriano Huerta ha renacido y procura otra vez instalarse en el trono universal. ƑSerá posible tan honda y estremecedora tragedia?

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