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México D.F. Miércoles 12 de mayo de 2004

Carlos Martínez García

La fe imperial de Bush

Sea por interés político, auténtica convicción religiosa o una combinación de ambos elementos, George W. Bush se declara divinamente elegido para salvar al mundo del terrorismo que él de antemano decide de dónde viene y quiénes lo encarnan. No importa que para esa operación de saneamiento recurra a peores acciones que las que busca erradicar y eche mano de apocalipticismos bien armados por sus servicios de inteligencia, aunque, pequeño detalle, no tengan asidero en la realidad.

El presidente de Estados Unidos dice haber experimentado un renacimiento religioso. El hecho, real o armado mediáticamente para cautivar electoralmente a millones de evangélicos conservadores, le está significando al mandatario un flanco incómodo en la actual coyuntura de los descubiertos abusos cometidos contra presos iraquíes por militares estadunidenses. La crítica que crece en su propio país reclama a Bush que su religiosidad tendría que mostrarse a la hora de decir la verdad, sobre todo cuando se trata de vidas humanas por las cuales se puso en marcha una demencial escalada militar. Mientras los televangelistas más conocidos continúan respaldando a Bush, en el seno de los movimientos evangélicos que se han distinguido antes por confrontar a la Casa Blanca en el tema de derechos humanos crece el descontento con el personaje que pronuncia píos discursos para presentarse a sí mismo como un mesías frente al que no cabe más que arrodillarse.

A toda pretensión imperial corresponde un discurso mesiánico, sea religioso o no, con el fin de presentar las acciones que se realizan contra otro grupo humano, sociedad o país como benéficas aunque no sean percibidas de esta forma por los receptores de los operativos. Porque una de las razones esgrimidas por los salvadores del tipo al que pertenece Bush es que, debido a las tinieblas en que viven, los oprimidos son incapaces de darse cuenta de la bondad que mueve a sus liberadores y, por lo tanto, se deben usar todos los recursos para despertarlos y llevarles la luz. Desde esta perspectiva, los afanes imperiales no tienen por qué dar explicaciones ni detenerse ante críticos a los que descalifican y juzgan aliados del mal.

El presidente estadunidense se refugia en una religiosidad que se agota en ritos y ceremonias que se restringen al ámbito personal y sirven para mitigar la conciencia, haciéndole creer al celebrante que es una persona buena y ejemplar. Pero es precisamente en este punto donde el combativo sector evangélico estadunidense, que para nada comparte las creencias de Bush, le recuerda que la Biblia es ajena a una religión sin compromiso ético con la verdad y la justicia.

En el primer frente de esta batalla se encuentra Jim Wallis y su revista Sojourners, propugnadores de un cristianismo radical, contrarios a la manipulación bushista de la fe, y comprometidos decididamente con la negociación pacífica de los conflictos. La revista y el movimiento identificado con ella, que tiene grupos por todo el país, han combatido por casi tres décadas las aventuras militares de sus gobiernos. Fueron férreos opositores a Ronald Reagan y sus combatientes por la libertad (eufemismo acuñado para disfrazar a los mercenarios) en Centroamérica. De la misma manera practicaron la desobediencia civil y junto con el movimiento Santuario se dieron a la tarea de dar refugio en Estados Unidos a los centroamericanos que huían de la guerra impulsada por el gobierno de la administración de Reagan.

En buena medida la aspiración de George W. Bush a relegirse en la presidencia de Estados Unidos descansa en el electorado evangélico, que en las anteriores elecciones creyó en su discurso lleno de referencias religiosas. Aplicando aquello de que "por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:16), quienes piensan que en Bush existe más hambre imperial que fe genuina perseveran en sus acciones desenmascaradoras. Conocer estas acciones que se efectúan, y van creciendo, en el seno de la sociedad estadunidense nos muestra que los halcones están muy lejos de haber alcanzado unanimidad entre su propia ciudadanía.

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