La Jornada Semanal,   domingo 9 de mayo  de 2004        núm. 479
Yáñez y la clara ciudad

Guillermo García Oropeza 

Para Eugenio Ruiz Orozco

Todo centenario del nacimiento de un creador conlleva un riesgo: el de celebrar una obra envejecida. Pero también una oportunidad: la de situar en el panorama de la obra completa lo fundamental, lo complementario y quizá lo sorpresivo. En el caso de Agustín Yáñez, lo fundamental sigue siendo sin duda su gran novela, Al filo del agua, de 1947, obra de un escritor maduro en la cumbre de su creatividad. Lo complementario quizá sea tanto sus obras de juventud, como las historias del Archipiélago de mujeres, las novelas de su gran mural jalisciense, aquellas de las tierras pródigas o flacas u otras francamente fallidas como la Ojerosa y pintada, novela de una Ciudad de México que siempre le fue, como a tantos provincianos, ajena, o La creación, segunda parte del impulso de Al filo del agua, que como decía Cervantes de las segundas partes, no fue muy buena, o los libros finales en publicación como Las vueltas del tiempo.

Entre las sorpresivas y descubribles pondría yo ciertos libros tempranos, escritos en un encantador tono menor o de romántica y fresca vivencia juvenil. Libros como la Flor de juegos antiguos y, sobre todo su pequeño gran libro sobre su ciudad natal, Genio y figuras de Guadalajara, obra que merece, en el ámbito tapatío, amplia difusión de clásico absoluto y que ofrece al lector nacional una deleitosa curiosidad, una especie de dulce criollo y artesanal como aquellos que se vendían en los portales de la Clara Ciudad,como la llamaba Yáñez. Pero el libro es también clave profunda del escritor. Genio y figuras... vio la luz de la imprenta en 1941 (un año antes de la Flor de juegos) pero se trata, en realidad, de un texto mucho más tempranero. Yáñez, en su prólogo del libro escrito en Chapala en la víspera de la Navidad de 1940 así lo declara: "Estas páginas dan testimonio de mi ciudad natal en el año de 1930 " y a las cuales "nada he querido añadir o quitar a la visión de la Guadalajara que dejé hace diez años".

El Genio y figuras... formaba la parte última de otro libro: Por tierras de Nueva Galicia que se publicaría en una hospitalaria revista local, Aurora pero con motivo del cuarto centenario de Guadalajara que se celebró en 1942, se publicó bajo el honroso patrocinio de Ábside la revista de los Méndez Plancarte.

Aquella revista, quizá la mejor representativa de una respetable cultura literaria católica (cuando aún había cultura católica y humanista antes de los tiempos apocalípticos que vivimos, bajo el signo de Vicente, Marta y los Legionarios de Cristo), Ábside era el perfecto foro para el pequeño y encantador libro de Yáñez de apenas sesenta y cinco páginas de prosa muy viva, muy fresca y lo que quizá sea mejor, muy sucinta y al grano, cualidad no siempre presente en la obra posterior de Yáñez propensa a verbosidades y abundancias.

Abundancias de diccionario, de ecos del latín del Seminario al que nunca fue pero al que estuvo siempre tan cercano por su madre, protectora de múltiples seminaristas en aquellos tiempos macabeos, y adicción a los sinónimos retumbantes que llevaron a ese feliz duende de la literatura nacional que fue Octavio Barreda a decir que Yáñez era escritor de "lo más fuso ", por profuso, difuso y confuso. Pero nada de fuso tiene, es justo reconocerlo, el Genio y Figuras... libro esencial y fluido, libro de joven escritor romántico y no de Académico de la Lengua, o peor aún de Gobernador o Ministro. En Genio y Figuras... la pasión salva al libro de esa sabia pesadez o del obsesivo realismo lingüístico que indigesta a las narraciones tardías. Aquí Yáñez quiere llevarnos de la mano para que conozcamos su Guadalajara temiendo aburrirnos con detalles inútiles y erudiciones que poco importan al visitante. Porque Genio y Figuras... es una Guía Informal de Guadalajara pero también es retrato de un tiempo y de un joven llamado Agustín Yáñez que completa en la Clara Ciudad su educación sentimental. Género mixto de guía de emociones (como llamaba Toussaint sus peregrinaciones de Taxco) y de apunte para una Bildungsroman que jamás escribió, Genio y Figuras... es paseo ligero por una ciudad dilecta pero también un testimonio estrujante del martirio del maestro espiritual del joven Yáñez, así como retrato de un notable momento de la cultura viva de una ciudad adolescente y talentosa antes de que se convirtiera en lo que es hoy, obesa, tediosa y destalentada. Esta ciudad que García Riera llamaba con toda su mala leche española y capitalina "la Ciudad Chabelo " por el cómico ése de la tele que envejece sin crecer, justo como el monstruoso enano de la novela de Gunther Grass.

En Genio y Figuras... Yáñez, que había tenido una formación de lo más clásica y conservadora se atreve, sin embargo, a ciertos lirismos muy "modernos ", a ciertas experimentaciones y audacias un poco a la manera de Lugones o de Ramón Gómez de la Serna, el de las "Greguerías " y de las Nostalgias de Madrid. Y es que Guadalajara, la Clara Ciudad, como la llama, es la amada imposible del joven Agustín que le escribe esta carta de amor, lo que no le impedirá abandonarla para buscar fortuna en la inevitable Ciudad de México, la Ojerosa y pintada. Cierto es que Yáñez regresará triunfador a Guadalajara muchos años después como gobernador excelente, o si hemos de ser precisos como nombrado virrey por el Presidente centralista en turno. Y ya cuando regresa Yáñez no es el joven enamorado de la Clara Ciudad sino que se ha convertido en "jalisciense del DF ", sesa especie política despreciada y temida por los políticos locales. Pero esos eran,ni modo,los usos de la peculiar democracia a la mexicana de aquellos años.

Y por cierto que una vez terminada su gestión de gobierno en Jalisco,Yáñez regresará al Centro, como Secretario de Educación y luego como diplomático de primer nivel. Lamentablemente, Yáñez no tuvo la sabiduría de retirarse a tiempo y en la cumbre de su carrera pública y sufrirá la humillación de ser corrido "como chacha " de su último y no muy glorioso puesto,al parecer porque incurrió en la ira de alguna de aquellas poderosas mujeres que detentaban el poder real en tiempos del frívolo López Portillo, ese homme à femmes que exhibió patéticamente su decadencia ante todos nosotros.Y es que el prudente retiro, aquel que practicó Cincinato, no es virtud frecuente de nuestras figuras públicas. El hecho es que Yáñez no se decidió a dejar el poder, el que le dieran, y volver mejor a su tierra, a su matria que diría Luis González para escribir el libro, quizá imposible que superara Al filo del agua. Así como no terminó tampoco el vasto mural en que iba a pintar todos los rumbos, y captar todos los sonidos verbales de ese Jalisco que conoció como joven alucinado y como discreto gobernante. Por cierto que Yáñez,a medida que pasan los sexenios, se perfila como el mejor gobernador que haya tenido este Estado tan malquerido por los poderes centrales y arruinado también por el individualismo y envidia propios.

Así que Yáñez fue quizá víctima de su éxito, de sus excesivos talentos o de sus ambiciones.Hombre que persiguió una quimera que ha seducido a tantos:combinar el poder con la creación, a la manera, qué sé yo, de Rómulo Gallegos o de Vaclav Havel. El cetro y la pluma. Olvidando que ambas son obsesiones de tiempo completo. El hecho es que Yáñez dio más atención y energía a sus puestos y le dejó a la literatura los ratos libres aunque sin llegar a ser jamás un escritor aficionado, de domingo. Y quizá hubiera necesitado dejar pronto el poder, quizá después de haber sido secretario de Educación para jugársela por las letras y tener el tiempo para poder ganar esa curiosa competencia a la que lo empujaba el destino: ser la primera persona de la trinidad de las letras jaliscienses y vencer a los Juanes del Sur,  Arreola y Rulfo. Aunque uno se pregunte si el monumentalismo clasicista de Yáñez hubiera podido jamás superar finalmente a la gracia y malas artes de Arreola o a la magia inexplicable de Rulfo. Pero jamás lo sabremos porque Yáñez no se dedicó a los libros culminatorios como lo han hecho tantos escritores viejos, Cervantes o Tolstoi, sino que murió al pie del cañón burocrático.

Y si Yáñez prefirió el poder a la creación también, en otro momento de su vida y no podemos criticarlo, prefirió la carrera y la supervivencia a la hermosa y demencial vocación al martirio cuando dejó el convulso Jalisco de la Cristiada por la promesa,entonces tan abierta a tantos,de la Ojerosa, Pintada … y Federal..Y Yáñez ya no será el muy militante miembro de la Acción Católica para devenir ¡Deus meus!… un funcionario de aquel gobierno impío, comparable al de los emperadores de las persecuciones como lo había clamado con su palabra y testimoniado con su sangre el maestro espiritual de Yáñez que se llamó Anacleto González Flores y que hoy en estos años revanchistas de ese gran aficionado a las canonizaciones que es Karol Wojtila podría terminar en los altares.Y con méritos mayores que otros, porque fue Anacleto un verdadero modelo del católico militante de aquellos tiempos, catequista,organizador político, director de un periódico de gran alcance, periodista valeroso y autor del texto toral del movimiento: El plebiscito de los mártires. González Flores, que tuvo que abandonar la resistencia pacífica y gandhiana que practicaba y que terminó por ser arrastrado por los duros fanáticos que predicaban la guerra santa, esa Jihad del Occidente de México, cruel y ambigua, esa Cristiada que terminó con los muy sospechosos arreglos entre el gobierno y el alto clero y a la cual tanto jugo político sacan hoy los nuevos devotos a la manera del cardenal Juan Sandoval e Iñiguez,o ese cristero electoral de la hora nona que se llama Vicente Fox. Pero Anacleto nunca pudo ver ni los arreglos ni la paz porque fue muerto en un cuartel tapatío en brutal tortura a la bayoneta, que sacudió a Yáñez quien le dedicó una de las prosas más tensas e intensas de su obra: "este hombre esencial, de voluntad sobrehumana, de pensamiento clásico, de atracción arrolladora: este hombre bueno, que no cura de los soberbios grandes del estado, ha muerto: lo asesinaron pretorianamente. Venido de pobre nacimiento con grandes trabajos, tuvo entre sus manos de orador –e iluminado–, el alma de la ciudad, como una masa dócil: sopló en ella conjuros de montaña y de mar, la puso en pie, la llevó de aquí para allá; la hizo llorar de rabias y devociones, la vistió de luto, la hizo conspirar y tomar el rifle, y a esto fue traído por voces misteriosas, pues de condición era manso y humilde.

"Sábado 2 de abril de 1927, Guadalajara en hombros lo lleva a enterrar …", texto con el que culmina Genio y Figuras..., libro que escribió con prematura nostalgia el joven de veintiséis años que prime- ro docente, luego funcionario, encontraría tiempo para ser el escritor laborioso que a veces es demasiado clásico, demasiado correcto pero que si así lo hace es por su concepción de la Literatura como una disciplina de grandeza casi romana. Pero su poema a la novia Guadalajara que se tensa con su elegía al "Maistro Cleto González Flores " en insólita mezcla, será excepcional y dentro del opus de Yáñez algo único. Un libro por descubrir y no sólo por curiosidad biográfica y bibliográfica sino por la vida y el encanto que en él alientan. MAYO DE 200

Genio y Figuras de Guadalajara es una guía informal de emociones de una ciudad tan lejana hoy que es casi mítica. Una capital provinciana de dimensiones diminutas,la Guadalajara de Yáñez tendría seguramente en 1930 poco más de 200 mil habitantes, que apenas había rebasado su traza colonial y que se situaba cómodamente en su amplio valle, en el "llano " de la canción. Capital oficial de Jalisco, lo era más que nada del oriente alteño, ya que el sur y la sierra "reconocían " más bien a Colima y por entonces la Costa (que abrirá el Yáñez gobernador) era tierra incógnita tras la sierra inexpugnable cu- ya última avanzada era Talpa la milagrera. Vale la pena mencionar estas circunstancias porque tienen un resultado literario, ya que tanto Arreola como Rulfo son escritores del orbe sureño, mestizo y serrano mientras que Yáñez lo es de Los Altos,esa región criolla (y racista, que Vasconcelos llamaba arrobado "la reserva racial de la República ") que, ideológicamente, se prolonga en los vecinos Bajío y Zacatecas en un territorio cristero cuyo faro y signo es, por supuesto, el Cubilete de Cristo Rey.

La Guadalajara de 1930, la Clara Ciudad de Yáñez era tradicional, levítica y nostálgica. Criolla, católica y enamorada de antiguas grandezas amenazadas por la modernidad, el agrarismo, la impía revolución y, aunque no leyera a Ortega, por la rebelión de las masas que había traído el siglo XX. Una ciudad pequeña aunque muy orgullosa de sus títulos de poder. Después de todo había sido capital de un "Reyno ", el de la Nueva Galicia aunque, a decir verdad, un reino más de título que de poder real y sujeto siempre a la Nueva España y,tras la independencia, capital de los de Jalisco, un estado resentido porque el pérfido centro le había cercenado dos territorios, Nayarit y Colima "porque nos tenían miedo ", se dice todavía por allí con resentimiento, y el mismo Porfirio había hecho lo posible para que no llegaran ni Ramón Corona ni Bernardo Reyes, jaliscienses de pro. Aunque sí llegó, para eterna vergüenza jalisciense, Victoriano Huerta, que se llevó a su gobierno al gobernador por el Partido Católico, José López Portillo … y Rojas.

Para Agustín Yáñez la Clara Ciudad es, por supuesto, la encarnación de esa historia y está poblada aún por sus fantasmas como el muy egregio del gran villano, el violador de estas tierras que retrata en prosa desbocada: "Radiografía con paisaje del Conquistador casto y cruel. Tono morado violento, color de tarde sombría, en cerco de tormentas. Sobre sierras ásperas y un cielo sin misericordia, clava el contorno riscoso la sombra del terrible Nuño Beltrán de Guzmán, Capitán general de esa conquista de la Mayor España, como su soberbia quiso llamar a la Nueva Galicia. Entrañas negras de zarza, corazón de fierro,pulmones de huracán,hígado grávido y torrencial, riñones voltaicos,glándulas y saliva de vitriolo, sesos de abogado …" Padre terrible y ausente de la Guadalaxara que se nombró en honor de la ciudad natal de don Nuño, allá en la Alcarria hispánica,ésa de la que fue guía Camilo José Cela. Figura, don Nuño, que precede en el libro de Yáñez a un desfile, el dramatis personae de esa larga novela que es la vida de la ciudad. Frailes milagrosos, obispos benévolos como Alcalde o señoriales como Cabañas, Hidalgo fugaz y galán a quien se recibe como libertador y de quien se reniega, ya derrotado, como subversivo, así como los hombres del XIX, del Federalismo, Reforma y clerical reacción y sobre todo de la apocalíptica Guerra de los Tres Años que por poco acaba con Guadalajara, desfile de personajes donde el ojo del escritor descubre personajes con posibilidades literarias como aquel general Silverio Núñez, liberal cuyo corazón enamorado guardará en devoto relicario su novia, conservadora que siempre será fiel a su memoria y a quien Guadalajara abrirá un jardín de jacarandas; Ángela Peralta que "era fea,pero su voz era más bella que la del ruiseñor, y Guadalajara oyéndola se quedó como quien escuchara al pajarito de la gloria… "Por cierto que la Peralta a la que Mazatlán le ha dedicado el teatro más romántico de México cantando una aria de ópera inflamó al auditorio de tal manera que del teatro salió éste en plena noche garibaldina y verdiana para manifestarse contra los franceses invasores. Muchos de los cuales, por cierto, dice Yáñez, aquí se quedaron porque "Guadalajara no tiene invierno, en las tardes tibias, en las noches mórbidas, mujer y varón olvidan toda circunstancia extraña a sus más íntimos sentimientos…", esos franceses que cortejan a las criollas recatadas con peculiar conjunto de cuerdas que como menciona tanto la felicidad conyugal termina en mal pronunciado mariage, mariachi . O Ramón Corona el seductor, se dice, de la reina de España y bisabuelo, por tanto, de Juan Carlos, el rey majo, o Jacobo Gálvez, el arquitecto que pintó en el Teatro llamado Degollado en honor del general juarista tan aficionado a las derrotas, un mural cupular que describe el paraíso pagano y filosofal y que no contento con eso también nos trajo el daguerrotipo para que no se perdieran los rostros de los abuelos. 

Y la Clara Ciudad está poblada en aquel 1930 por personajes vivos y notables de los que Yáñez hace el censo en un insólito capítulo del libro:"Señas ". Y que son, claro, las señas que se dan al visitante para que vea a los que hay que ver y oír: "Calle de Francisco Zarco, antigua de las Ventanitas, rumbo arriba,se da vuelta a la izquierda, por Contreras Medellín y antes de llegar a la plazuela de San Diego, dos o tres puertas antes de la calle de Alonso, en la acera derecha, vive Luis Sánchez Araiza –joven apóstol, fundador de hospitales y escuelas–; adelante, por la misma calle, frente a los muros de la Escuela de Artes, bajo las canteras doradas de San Diego, está la casa de Alfonso Gutiérrez Hermosillo–poeta", y así siguen las señas para encontrar a José Arriola Adame, abogado y maestro de artes "de Bach a Casanova", Cornejo Franco cronista colonial y picaresco, Efraín González Luna "que tiene biblioteca y torre de meditación" levantada en estilo mudéjar y de ballet de Nijinsky por el joven Luis Barragán, o a los padres Ruiz Medrano o de la Cueva, tan sabio éste que terminó en el manicomio y que se negaba con voz retumbante a dar la comunión a los agiotistas del Mercado Corona: "a ti no, hijo de la chingada porque prestas al cinco por ciento" y tras visitar a cien notables llegar al Museo, Seminario antes, con la intelligentsia revolucionaria que incluía al visitante Diego Rivera o al dulce pintor local Jesús Guerrero Galván, a Montenegro, al Dr.Atl,gobernados todos desde su equipal por Ixca Farías, ceramista y racconteur insuperable que, por no gustar del trabajo físico, fundó al meritorio grupo "Ovoide ".

Pero no solamente hace censo Yáñez de notables y cultos sino de los tapatíos comunes y corrientes, los "extras " de su película interna: pregoneros, empleados que regresan a la flojera del trabajo, carteros que pasan tres veces al día dejando tras ellos "variados estremecimientos", niños saliendo al tropel de las cinco de la tarde, afiladores, remendones, vendedores de tierra de encino, practicantes de perdidos oficios como el de los componedores de paraguas o los vendedores del portento maternal que era la calabaza en tacha. Yáñez los apunta a todos intuyendo quizá que eran todos especies de próxima extinción. Como igual apunta a sus mujeres, las artesanas,la del zapatero, la vendedora de "agua fresca para el corazón",a la del albañil, presurosa, o a las bravías mujeres de soldados y ferrocarrileros que según Yáñez son muy parecidas. Y sobre todo el joven Agustín habla de la Dama, la inaccesible, de la que está imposiblemente enamorado y lo hace con largo lirismo: "Dama encantada, entra en venerable casa antigua, por ‘el centro’… Dama: Planta del Cantar de los Cantares. Ojos: égidas. Garbo sangre azul, como en el Vos y Doña de la colonia. (Como uvas en lagar, en las calles se maceran flores antiguas de olvidado perfume intacto; y en las salas, y en los patios de la Guadalajara de tradición. La garbosa canta sus consonantes y vocales, y en los espejos de abolengo clava relámpagos). Talles para un viento de madrigal. Manos para volar. Pechos para beber. Frentes para besar."

Y es que Yáñez, el de familia que venía de pueblo, el cristero alteño, el seminarista estudioso, el muchacho de barrio, el abogadito ambicioso tenía dos amores imposibles, uno era el de esa Dama fina, criolla (él que es mestizo y de pelambre indómita) que vive en las colonias y centro viejo de Guadalajara, esa dama también, guapa, frívola y pretenciosa. Quizá, por ser registro de deseo y frustración amorosas es que Genio y Figuras... va mucho más allá de la simple guía de turistas. Guadalajara de la última belle epoque que ya en plena década del ascenso de Hitler, Stalin y Mao, seguía inmersa en sus sueños adolescentes, en medio del clima que no tiene invierno. Pero la Guadalajara de Genio y Figuras... es también ciudad de arquitecturas que le son entrañables: "San Francisco y Aranzazú, con la Estación. Los dos templos frailunos auxilian, en el patíbulo del ferrocarril, a los recuerdos que el riel guillotinará. Uno es alto y rígido, como el Hermano del Sol; el otro chaparrito y afable, como Fray Junípero: (Aranzazú, misterios dorados: Aranzazú)" y uno piensa si Yáñez que cuando gobernador mandó recolectar palabras a las regiones de Jalisco no se encantó desde siempre con los sonidos del tapatiñol, la lengua de por aquí, con voces como ese Aranzazú agudo y femenino que contrasta con el macho Arántxazu vasco y pelotari. Pero sigamos con los haikús de arquitecturas como el Templo Expiato- rio gótico e inconcluso "Devoción y devoción. Piedra y piedra. Truncada majestad. Y en las ojivas, luna de miel." O este apunte a lápiz y agua: "La Soledad–rincón del corazón. Flor de encontrados vientos." Ese templo de La Soledad que más que arquitectura era atmósfera pura con atrio de plazuela urbana a medias jardín en el corazón absoluto de Guadalajara y que, por cierto, fue arrasada para dar lugar a curiosa y rimbombante plaza con rotonda protodórica que conmemora a los Hombres Ilustres, entre los cuales está por supuesto Agustín Yáñez.

Arquitecturas y barrios como el de la Capilla que es "festividad interminable de los cilindros" o el de San Juan de Dios: "Gritos e injurias en la sinceridad de la bizarría.Taconeo retador…" porque los barrios de Yáñez se ven y sienten pero, sobre todo se oyen es más que una experiencia (o memoria) visual, una auditiva que recoge todos los sonidos de la ciudad. El de los pregoneros, el de los silbatos de las fábricas, el de los convites y los húngaros, las matracas de cuaresma, los timbres de la ciudad de bicicletas (a Novo le encantaba eso), los escasos cláxones, las voces incitantes de las mujeres, la suprema sinfonía de las tormentas (la ciudad era famosa por sus tormentas de rayos antes de que se las acabara el neoliberalismo) y sobre todo los sonidos más nobles para Yáñez: el de las campanas de iglesia.

Porque justamente el libro termina con un estruendo de campanarios:  "repiquen y doblen siempre, las campanas de Guadalajara, las de San Pedro y Zapopan. Las de Atemajac, Zoquipan, San Andrés y el Batán…" por los confines del valle, entre pueblos de indios y hasta el resbalón de la Barranca y así siguen todas sonando todas, "las campanas caudales y las otras, medianas y más chicas; las graves y las agudas: en concierto ecuménico, expiatorio y triunfal ".

Genio y Figuras de Guadalajara es un libro sin duda menor frente a la gran novela viva que es Al filo del agua o frente al mural con pretensiones enciclopédicas de la crónica de todos los rumbos de Jalisco, y se agruparía con otros libros que son sus colegas y complementos como la Flor de juegos antiguos" o los lindos Tres cuentos, libros donde habla, más que el gobernador o el académico,el muchacho Yáñez. Al que me imagino huraño y silencioso, escapulario bajo la camisa, morena la piel, peinado con limón, recién boleados los zapatos y vestido con sencillez de "gente decente" pero ni guapo, ni güero, ni rico, ni jinete, ni "gente conocida" en la ciudad-mujer, racista y clasista. Va por ella con torpeza de paso y concentrada mudez pero con los ojos abiertos y los "sentidos al aire ". Y como ya tiene cerca de treinta años y no ha hecho aquí fortuna (cosa difícil en la ciudad linda pero avara) mejor se va a México y a la esperanza. Pero no se va sin llevarse un rico equipaje: aquel veliz quizá de lámina pintada o de cuero viejo donde lleva la libreta de bocetos de una ciudad que él llamaba Clara. Clara, nombre de mujer.

Y de esa libreta saldría todo y Yáñez pudo regresar después triunfador. Quizá porque como su personaje de La creación Gabriel el compositor, podía poner como epígrafe a su obra: "Mi dimensión es la grandeza."

Foto: Archivo Díaz, Delgado y García/ Archivo General de la Nación