Jornada Semanal,  domingo 9 de mayo  de 2004             núm. 479

.PEDRARIAS Y LEONCICO

Para Arturo Orta

 Como la mayor parte de los temas relacionados con el poder, nuestra relación con los animales es una cuestión compleja y quisiera esbozar algunas reflexiones que he sumado estos días a las expuestas en el artículo anterior, para evitar en lo posible una simplificación del asunto. Además quiero citar un ejemplo que encontré en el fascinante libro de Jan Bondeson, La sirena de Fiji que ilustra la idea de que en algunos momentos de la historia ciertas personas han sido consideradas animales, y viceversa. En su estudio de los juicios contra animales,dice Bondeson que en el siglo XVIII "un tal Jean Alard que mantuvo una amante judía en su casa de París, fue convicto de sodomía y quemado vivo,dado que el coito con una judía fue considerado por el tribunal ilustrado como la cópula con un perro ". En el mismo siglo un puerco asesino fue vestido de hombre antes de ser ajusticiado,y su muerte fue presenciada por una multitud y ¡por piaras!que fueron llevadas a contemplar el edificante es-pectáculo para,me imagino, aprendieran que matar personas no está bien.

Es claro que el amor por los animales, o mejor dicho, por algunos animales, no garantiza en lo absoluto la bondad de quien lo siente. Hace años me impresionó leer en una biografía de Hitler que éste era vegetariano y que amaba a los ciervos. El Pedrarias de mi encabezado fue el conquistador del Darién, tan cruel con los indios que sus compañeros de expedición lo denunciaron. El rey de España amenazó a Pedrarias con hacerlo regresar y meterlo en la cárcel. Pedrarias tenía un perro: Leoncico, un mastín homicida que mató a más de un indio y al que Pedrarias daba una parte del botín para pagar "sus esfuerzos ", un recurso pueril para enriquecerse y que aguantaron sus subordinados porque no les quedaba remedio. Leoncico –como los perros alemanes que atacaban a los prisioneros en los campos de concentración o los eleantes indios que ajusticiaban a los prisioneros sentándoseles encima –fue enseñado a matar para complacer a su amo. En el proceso de domesticación, y ningún animal es más doméstico que el perro, el hombre ha aprovechado los impulsos y los instintos de sus animales para convertirlos en una extensión de sí mismo

En una visita hecha estos días a una amiga querida que vive en Estados Unidos, leí en los periódicos dos encabezados sucesivos que me parecieron muy reveladores. El primero se preguntaba: "¿Crueldad o tradición?" y procedía a describir –con indignación, hay que decirlo –un entretenimiento ideado por gringos brutales, que consiste en azuzar a pit bulls contra cerdos salvajes a los que previamente se les cortan los colmillos. La idea de divertirse viendo a un perro destrozar a un animal que no se puede defender, de oír los berridos desesperados de los cerdos, de verlos correr por el lodo con las entrañas de fuera me parece terrible. Lo de la "tradición " es ridículo, pues este "deporte " no tiene muchos años de practicarse.Sé que hay variedades milenarias igualmente crueles de estos pasa- tiempos, como las peleas de gallos; pero vuelvo a lo de los periódicos. Al día siguiente, el encabezado decía "Bombardeo sobre Falujah ". En la foto,un iraquí llevaba en brazos el cadáver de su bebé. En toda la plana no encontré ni la palabra crueldad, ni la palabra tragedia y sí un exceso de eufemismos y retórica patriotera que me pareció asquerosa. Las reflexiones que se sucedieron son previsibles: pensé en el presidente Bush y su perro Dot. También recordé un libro grotesco escrito por Bárbara Bush, madre del presidente. Se titula El diario de Millie, tal como le fue dictado a Bárbara Bush y en él, la autora narra desde el punto de vista de Millie, su perro, la vida en la Casa Blanca. Lo más sorprendente no es la chabacanería del texto, sino su popularidad. Abundan las fotos en las que Millie, un springer spaniel que imagino detestable,aparece en brazos de presidentes de muchos países y recordé las fotos cursis que muestran a Hitler acariciando cervatos en los bosques alemanes. Es obvio que hay gente incapaz de demostrar la piedad más elemental por otros seres humanos y que aturde con caricias ñoñas a sus mascotas.

Tal vez la solución sea seguir el arduo consejo bíblico: ama a tu prójimo como a ti mismo. Prójimo viene del latín proximus cercano. Cercano como otro hombre, o como cualquier animal.