Jornada Semanal, domingo 9  de mayo  de 2004            núm. 479

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR



LA COMIDA VA A SER EN SU POBRE CASA

A Silvia Aboytes


 Todo es cuestión de perspectiva,del "medio tono " mexicano, del énfasis en una extremada (sospechosa) cortesía que para muchos raya en el servilismo y, entonces, los "perdone " y "disculpe" parecieran expresiones en las que el usuario de un servicio en el banco pide perdón al cajero indolente por el atrevimiento de sacarlo de su letargo y ponerle enfrente un cheque para cambiarlo por dinero (uno recuerda la costumbre norteamericana de emplear el excuse me para casi todo, sin que eso parezca una actitud lacaya en los estadunidenses, pero así van las cosas). El caso que más azoro produce es el de "¿mande?", pues a otros hispanohablantes les da la impresión de que se trata de una forma sumisa;para una situación semejante,ellos prefieren el uso de "diga " ((que, en el fondo, también es pedirle al otro que tenga la bondad de ponerse a decir lo que espera de uno). Contra los "mande " y "perdone " mexicanos, está el célebre "exigir" venezolano: "te exijo que me prestes veinte mil pesos ", donde la exigencia es un ruego extremadamente cortés, pues el "pedir " (que es lo empleado en el resto del mundo hispánico) se considera propio de mendigos. No cabe duda de que todo, en el lenguaje, termina por volverse asunto de usos y costumbres, pues frente a las exigencias venezolanas los mexicanos discernimos entre pedigüeños, solicitantes y encajosos. 

Con motivo de estas reflexiones, recuerdo una ilustrativa anécdota de temperamentos y peculiaridades lingüísticas que me contó Héctor Perea. En España, un mexicano amigo suyo tuvo la urgencia de comprar cigarros y se detuvo en una tienda para hacerlo. El dependiente se hallaba atareado y no reparaba en la presencia del turista, hasta que éste dijo, con voz demasiado suave para los decibeles madrileños: "perdone, ¿me da unos Ducados?". En ese momento,el despachador se detuvo en sus tareas y le respondió, irritado y vociferante: "¡No!" Se desentendió del desconcertado cliente y siguió en lo suyo, hasta que éste volvió a insistir: "Disculpe, ¿por qué no me quiere vender los cigarros?" El madrileño respondió de mala manera, poniéndole enfrente el producto solicitado: "¡Vaya! ¡Ésa es otra cosa! Pues como me pidió perdón por nada y luego quería que le regalara una cajetilla, yo pensé que usted era un mendigo."

(Valdría la pena preguntarse si, en tierra de machismos y discursos amenazadoramente velados, existe una verdadera cortesía, pues las formas del medio tono pueden ser meras embaucaciones para hacer caer mejor al otro (la otra) en alguna trampa: en este caso, forma no es fondo, pues en muchas ocasiones las maneras más educadas y rastreras ocultan a un personaje verboso dispuesto a seducirnos para engañarnos.) 

De todas las posibilidades del mezzo tono la que me resulta más ambigua, confusa,casi inexplicable y ridícula,es la que se emplea para referirse a la casa de uno. De entrada, por razones actualmente inescrutables, es una tremenda descortesía decir que la casa que compré (o alquilé) y habito es mía, como si eso fuera infamar al interlocutor, sugerir que no tiene dinero o recursos para hacerse de otra o que, tácitamente, no se la estoy ofreciendo para visitarla; por esas oscuras (e hipócritas)razones, la gente suele decir, para hablar de su casa: "la casa de usted", donde "de usted " significa "mía ". Así, si durante las filosóficas conversaciones con un taxista de la ciudad a éste se le ocurre decir: "en la casa de usted no tenemos agua ",uno puede cavilar: "¿usted qué sabe acerca de si hay agua en mi casa?; además, ¿por qué habla de mi casa y habla en plural?" (no agreguemos más confusión con esas ideas de que una mujer hace casa, o "la mujer de la casa ", porque el galimatías comenzaría a adquirir tintes de nota roja que harían palidecer a Otelo: "salúdeme a su mujer ", le hubiera dicho un Yago mexicano).

Otra confusión surge con el adjetivo que acompaña a la casa: en una cultura donde todos tenemos dignidad,se evita la ostentación empleando la lítote "pobre " para declarar exactamente lo opuesto." La comida va a ser en su pobre casa" se acerca a la gorronería impertinente,pues sobre la condición encajosa se adjetiva a mi casa, pero resulta que no es la mía sino la suya a la que se declara pobre para no afrentar ni crear expectativas, o no pretender colocarse socialmente por encima del otro, o curarse en salud … En tal confusión de mío, tuyo, suyo, ¿cómo decirle cortésmente al otro que no y vaya a chingar a su madre?