Jornada Semanal, domingo 9 de mayo  de 2004           núm. 479

Germaine Gómez Haro

.FRANCISCO TOLEDO 
UN CLÁSICO CONTEMPORÁNEO 

Francisco Toledo es considerado uno de los artistas vivos más importantes de nuestro país.Su fecunda obra nos ha sorprendido a lo largo de más de cuatro décadas por la inabarcable versatilidad de técnicas y materiales que ha empleado para dar vida plástica a sus obsesiones. En varias ocasiones ha declarado que sus temas son siempre los mismos y que ya está cansado de repetir su bien conocido repertorio. ¿Se puede hablar de repetición en un arte de matices tan profusos como el de Toledo? Sus conejos, chapulines, lagartos, murciélagos, sapos, bichos, insectos y sabandijas nunca han sido los mismos son siempre otros. Arenosos ,telúricos, acuosos, etéreos, místicos, voluptuosos, eróticos, tiernos, monstruosos, arcaicos, postmodernos … 

En el Arca de Noé del juchiteco, la especie animal es siempre otra. Por eso sobrevive la sorpresa. Así lo demuestra la exposición Obra reciente que se inaugura en la Galería Juan Martín el 12 de mayo, como primera escala de una itinerancia que continuará en la Galería Quetzalli de Oaxaca y después en Latin American Artists de Los Angeles,California.Esta muestra reúne el trabajo realizado durante tres años,a partir de su estancia de diez meses en esa ciudad californiana y las piezas que pintó a su regreso en Oaxaca, donde las importantes actividades de carácter filantrópico que se ha echado a cuestas absorben casi la totalidad de su tiempo. Esta producción marca un capítulo relevante en su trayectoria por tratarse de su "regreso " a la pintura--pintura.

Como pintor de óleos sobre tela, considero que la mejor época de Toledo es el final de los sesenta y la década de los setenta,periodo marcado por su regreso a Juchitán y el reencuentro con sus raíces. El estímulo que provocó el religamiento con esa férvida cultura propició la creación de algunas de las obras más impactantes de su creación. Fueron los años de las pinturas matéricas de alto contenido telúrico, de los esgrafiados enloquecidos y del colorido enamorado que derivó de la sensualidad candente y de la luminosidad del trópico istmeño.

A partir de los años ochenta, Toledo se dedicó a experimentar con los materiales más diversos en collages técnicas mixtas y objetos escultóricos, utilizando semillas de jacaranda, cáscaras de pistache, hoja de oro y plata, petates, lajas de mica, caparazones de tortuga y de armadillo, entre otros. El dibujo y la gráfica siguieron siendo podero- sos medios de expresión, pero el ejercicio de la pintura –en la acepción clásica del término– fue relegada a un segundo plano. Los lienzos fabulosos de los años setenta forman parte de un capítulo irrepetible en su quehacer artístico. Toledo ha demostrado una honestidad y una ética inquebrantables, y no ha cedido ni a la vanidad ni a las tentaciones del mercado. Ha pintado, dibujado y esculpido lo que le ha dado la gana,sin importarle la opinión de la crítica y la demandas del aparato comercial. En estos últimos tres años decidió volver a concentrarse en las técnicas tradicionales –óleo, encáustica, temple, dibujo sobre tela y madera– y el resultado se puede sintetizar en los siguientes términos: sus pinturas recientes son unas joyas del arte clásico contemporáneo.

Lo primero que llama la atención es la elección del formato: varias piezas oscilan entre los 30 y 40 cm. Vale la pena tomarse el tiempo de escudriñarlas,de mirarlas con el deseo y la imaginación que provocan y, de ser posible, con un lente de aumento, como tuve la oportunidad de hacerlo gracias a la gentileza de las directoras de la galería, Malú Block y Graciela Toledo, quienes me permitieron disfrutar de estas joyas a mis anchas. El cuidado en la técnica y en la factura del dibujo es magistral. Vinieron a mi mente las delicadas y translúcidas superficies de los frescos italianos, de Pompeya a Piero de la Francesca, y los trazos enigmáticos e inconcebiblemente precisos de los miniaturistas medievales. Toledo preparó sus superficies con el esmero y la devoción con los que el amante acaricia la piel de la amada; trazó sobre las finas capas de pintura sus enjambres de líneas arremolinadas con el cuidado y el empeño del antiguo amanuense que dedicaba su vida entera a la realización de una sola obra,y con la pasión que no sabe del tiempo ni de los compromisos.

Decía María Zambrano que "el arte que se ve como arte es distinto del arte que hace ver ". El de Francisco Toledo es arte que hace ver más allá de sus formas, repetidas pero no reiterativas; un arte que atrapa y conmueve, que sacude e inquieta, que revela y desvela por su capacidad de provocar sorpresa, ese sentimiento en peligro de extinción en un mundo en el que la imaginación está agonizando, víctima de la mecanización del individuo y de su efecto deshumanizador.