Jornada Semanal,  domingo 9 de mayo  de 2004                núm. 479

Luis Tovar

GRINGOS FRIJOLEROS
(II YÚLTIMA)

Es bien sabido que la industria cinema- tográfica estadunidense depende en una muy alta proporción de sus ventas en el extranjero;de otro modo,sería imposi- ble sostener el faraónico tamaño de los presupuestos necesarios para filmar lo que solemos ver.La Sonrisa de los Vein- te Millones,también conocida como Ju- lia Roberts,es uno de los más recientes ejemplos del absurdo megalomaníaco al que ha llegado un sistema que para suplir la escasez de ideas no encuen- tra mejor expediente que inflar las pro- ducciones y,en muchos casos,perpetrar verdaderos atentados culturales,como los mencionados aquí la semana pasada.

En el fin de semana de su estreno en Estados Unidos, Man on Fire hizo entrar a la taquilla tal cantidad de millones de dólares que alcanzaría para filmar unas diez películas mexicanas con un costo similar,e incluso mayor,al de Temporada de patos feliz y merecidamente seleccio- nada para participar en la Semana de la Crítica en Cannes este año.Ese tempra- no éxito comercial garantiza que Man on Fire seguirá exhibiéndose en su país de origen y,claro está,que será distribuida ampliamente en todo el mundo.

SUEÑO GUAJIRO UNO

Iluso que es uno,me encanta imaginar que Man on Fire recibirá el rechazo unánime del público mexicano, que recomendará verla con ojos muy críticos porque su contenido está lleno de prejuicios; porque no se arredra en presentar una realidad distorsionada por la vía del exceso, y porque incluso se puede hablar de injerencismo, dados los juicios, tácitos y explícitos, vertidos en contra del lugar donde se desarrolla la historia y también contra sus habitantes.

Ese lugar es la Ciudad de México y, por ende,sus habitantes son (somos) los llamados chilangos. La niña de la historia es secuestrada en el DF y para lavar sus honores –profesional, ético, personal y nacional–, el buenazo encarnado por Denzel Washington, fallido guardaespaldas estadunidense, tiene que vérserlas ni más ni menos que con el famoso "Mochaorejas". 

Diríase que fue hecho así para dar la necesaria ambientación a la trama,pero la Ciudad de México es presentada aquí, en términos absolutos, como un territorio hostil, una tierra sin ley, un lugar donde las instituciones no funcionan porque nadie puede hacerlas funcionar o no le importa que funcionen. Diríase que, ciertamente, la de México es una ciudad con un alto índice delictivo.No es remedio ni consuelo,pero urbes así las hay en todo el mundo, y muchas se localizan en territorio estadunidense. 

Pero no: hete ahí que, valiéndose de un amarillismo que daba pena, el "Mochaorejas "fue convertido, al mismo tiempo que en fenómeno mediático útil para jalar audiencia, en un villano de película mala que, si uno hubiera hecho caso estricto de los excesos verbales, tuvo bajo el reino del terror a todos los habitantes de la ciudad.Ese superlativismo irresponsable no pasó inadvertido en Estados Unidos; al contrario, alimentó lo que de suyo era un fuerte prejuicio: que en México, y sobre todo en la capital del país, se vive en la más abyecta inseguridad. Cualquier ciudadano estadunidense que desea viajar a México es advertido, oficial y oficiosamente, de los infinitos peligros que correrá en esta Tierra de nadie a la que el guardaespaldas Denzel llega,de acuerdo con palabras textuales dichas en la película, a "hcer en un día lo que ustedes no han podido lograr en diez años ". Zas. 

SUEÑO GUAJIRO DOS

Iluso que es uno,me encanta imaginar que Todo Mundo se da cuenta de que no basta con decir que no es para tanto, que se trata solamente de una película "de entretenimiento ",y que lo mismo hubieran podido ambientar Man on Fire en cualquier otra ciudad del mundo, pero eligieron Chilangolandia porque aquí la inseguridad está cabrona... Puntadas de iluso,me encanta imaginar que Todo Mundo percibe claramente que hay algo muy grave en el hecho de recibir acríticamente una película que, para "entretener ",se monta en una rea- lidad de la que sólo conoce la superficie –y sólo por conducto de la gritonería insufrible de los Javier Alatorre y demás merolicos televisivos–, la procesa de acuerdo con sus temores, sus prejuicios y sus intereses, y se la presenta no nada más al público para el que fue creada esa ficción tendenciosa, sino también al público que forma parte, en la realidad, de ese grupo social visto como un eterno menor de edad, necesitado de que vengan los hombres de verdad a solucionarles sus problemas.