La Jornada Semanal,   domingo 9 de mayo  de 2004        núm. 479
 

Vargas Llosa o las trampas del liberalismo derechista

Héctor Ceballos Garibay

El poder enajenante y obnubilador de las ideologías –sean de izquierda o derecha– suele tenderle trampas incluso a los hombres más inteligentes. Algo que debiera alarmar al escritor peruano: el ominoso clima de hostilidad frente a ciertos intelectuales que, como Sontag, Mailer o Chomsky, se atreven a levantar la voz para salvaguardar en su país esa noble tradición liberal sustentada en el derecho a la disidencia política y en el ejercicio de la crítica al autoritarismo estatal.

La importancia y las aportaciones de la obra literaria de Mario Vargas Llosa son, no obstante sus altibajos estéticos, incontrovertibles y motivo de orgullo para las letras latinoamericanas. No ocurre lo mismo, por desgracia, con sus polémicas y polarizadas posturas ideológico-políticas que han transitado desde el izquierdismo revolucionario de los años sesenta hacia el neoliberalismo económico de los ochenta, desde la ya lejana defensa de la Revolución cubana hacia el postrero conservadurismo de corte thatcheriano, y, últimamente, desde las tibias críticas a la intervención militar angloestadunidense en Irak hasta el apoyo actual dado a esa guerra colonialista con el argumento de que "todo el sufrimiento que la acción armada ha infringido al pueblo iraquí es pequeño comparado con el horror que vivió bajo Saddam Hussein" ("Mi diario en Iraq", Reforma, 25 de junio/6 de julio de 2003).

Ubicado en la augusta tradición de los grandes escritores (Sartre, Orwell, Nizan, etcétera) que han participado activamente con sus ensayos y artículos periodísticos tanto en la discusión pública de los distintos proyectos políticos existentes como en la crítica acuciosa y puntual de la conflictiva realidad social que les tocó vivir, Vargas Llosa también se ha convertido en uno de los intelectuales más brillantes e influyentes de nuestra época, razón suficiente que justifica la necesidad de hacer un riguroso cuestionamiento de sus planteamientos ideológicos y, en particular, de su más reciente viraje político. Me refiero a la conclusión ético-política a la que llega el novelista luego de su viaje por el Medio Oriente, la cual no sólo está expuesta de manera precipitada y extremadamente concisa al final de su crónica, sino que además encierra un peligroso sofisma que, amén de falaz, termina contradiciendo el propio discurso liberal-democrático enarbolado por el autor de La ciudad y los perros.

Antes de su viaje, Vargas Llosa se había opues-to a la guerra en Irak porque Estados Unidos no logró conseguir el aval de la ONU. "Las razones para oponerme fueron válidas", nos dice, debido a que las tropas de la coalición no encontraron las armas de destrucción masiva ni tampoco descubrieron el supuesto nexo político entre Hussein y el grupo Al Qaeda, los dos argumentos que se esgrimieron para legitimar la invasión militar. Después de su viaje, la ideología pervierte el buen juicio y el escritor peruano arriba a una conclusión que invalida de un plumazo el razonamiento y las objeciones antes aducidas: "Pero ¿y si el argumento para intervenir hubiera sido, claro y explícito, acabar con la tiranía execrable y genocida, que ha causado innumerables víctimas y mantiene a todo un pueblo en el oscurantismo y la barbarie y devolverle a éste la soberanía? Hace tres meses no lo sé, pero, ahora, con lo que he visto y oído en esta breve estancia, hubiera apoyado la intervención, sin vacilar."

¿Cómo explicar este abrupto y radical cambio en la perspectiva analítica del escritor? ¿Por qué la enorme complejidad implícita en esta guerra infame, de pronto, queda reducida a una sola de las múltiples variables en juego: la innegable crueldad del régimen depuesto? La respuesta sorprende y duele: Vargas Llosa ha caído víctima de su propia versión mistificada del liberalismo. Y con tales anteojeras, pareciera que poco le impor-tan los miles de muertos y heridos dejados por la guerra, la destrucción ecológica de la región, la devastación del patrimonio cultural iraquí... mientras que lo único trascendente para él es el hecho de que la libertad y la democracia, valores sacrosantos, han sido llevados al pueblo de Irak por las tropas de ocupación: "Ahora, por primera vez en su larga historia, tiene la posibilidad de romper el círculo vicioso de dictadura tras dictadura en que ha vivido y –como Alemania y Japón al terminar la segunda guerra mundial– inaugurar una nueva etapa, asumiendo la cultura de la libertad, la única que puede inmunizarlo contra la resurrección de ese pasado."

El poder enajenante y obnubilador de las ideologías –sean de izquierda o derecha– suele tenderle trampas incluso a los hombres más inteligentes. En este caso, la sacralización del liberalismo desdichadamente ha ofuscado la lucidez del analista político, y es por ello que Vargas Llosa (quien en sus novelas descubre "la verdad de las mentiras") en su crónica se muestra penosamente incapaz de ver la verdad que emerge de la cruda realidad.

En este sentido, resulta una engañifa intelectual reivindicar las inobjetables bondades de la democracia liberal, en tanto que paradigma universal, sin tomar en consideración el contexto histórico particular de esta oprobiosa guerra, la forma concreta como se hizo y las consecuencias inmediatas y mediatas que sigue generando en Irak y en todo el orbe. Un simple recuento de algunas de las múltiples aristas que conforman este conflicto permite concluir que, además de las cuantiosas pérdidas materiales y en vidas humanas, ciertos valores inherentes a la cultura democrática (tales como el pluralismo, el respeto a los derechos humanos, el ejercicio de la autonomía nacional, las garantías a la libre expresión y a la privacidad, etcétera) también han sido gravemente dañados como resultado de este círculo vicioso e infernal en donde el terrorismo fundamentalista es combatido por medio del terrorismo de Estado y la dominación colonial.

El déficit democrático se vuelve cada día más evidente, a pesar de las candorosas esperanzas de los liberales derechistas y del apoyo tardío y retórico de Vargas Llosa a esta infausta guerra: 1. La destrucción de la infraestructura vital en Irak (agua, energéticos, seguridad pública...) y la cada día más activa y efectiva guerra de guerrillas en contra de las tropas de ocupación angloamericanas imposibilitan cualquier intento de estabilización política. En estas condiciones tan adversas –jamás imaginadas por los halcones del Pentágono–, toda forma de gobierno que surja en Irak será un remedo de democracia y estará fatalmente tutelada por la cúpula militar norteamericana. El incremento de las disputas étnicas,religiosas y políticas entre chiítas,sunitas y kurdos sólo contribuye a aumentar el caos social existente. 2. Los costos en vidas humanas de los marines y en gastos para las tareas de reconstrucción de Irak se han multiplicado a tal grado,que la popularidad de George W.Bush en su país va en picada.Véase al respecto el cuantioso déficit fiscal de la economía estadunidense y las protestas crecientes de los soldados y sus familias. Irak,no hay duda,se está convirtiendo en una réplica actual de lo ocurrido en Vietnam, Haití y Camboya, países cuyas invasiones militares por parte de Estados Unidos no sólo no generaron democracia alguna, sino que únicamente fomentaron un mayor odio hacia el imperialismo norteamericano. El sistema democrático,tal como lo demuestra la historia, no es una forma de gobierno que pueda ser impuesta desde el exterior y por métodos militares, al margen de la voluntad y la idiosincrasia de los pueblos. Por nefastos que sean los Estados fundamentalistas y los despotismos orientales, un liberal consecuente sabe que debe respetar la diversidad cultural y política existente en el mundo. Asimismo, reconoce que la mejor forma para alcanzar el progreso civilizatorio en cuestiones de igualdad y libertad políticas se logra a través de expandir la educación y no mediante la guerra. 3. El fanatismo de los extremistas musulmanes no puede ni debe combatirse con un maniqueísmo político tan pedestre como el utilizado por Bush: "o se está con nosotros o contra nosotros ", planteamiento excluyente que desemboca en un chantaje político:o aceptan de hinojos la hegemonía de la superpotencia (tal como lo hicieron Blair, Aznar y compañía) o,caso contrario,l os países díscolos se convierten en aliados de los "enemigos de la libertad ", ese terrible "eje del mal" integrado por Irán, Irak y Corea del Norte. Al rechazar la opción de prolongar los trabajos de los inspectores de armas y al preferir de manera unilateral el camino de la guerra en Irak, la política exterior norteamericana propició la mayor crisis diplomática en la historia de la ONU, amén de suscitar también una ríspida confrontación entre los países de la Unión Europea,mismos que aún debaten el trasfondo político del asunto: someterse a la hegemonía unipolar norteamericana o defender el multilateralismo. La invasión militar no sólo no ha generado una democracia en ciernes en la vieja Mesopotamia, sino que tampoco ha propiciado ese mundo más seguro y pacífico que tanto publicitaron como argumento de guerra los fundamentalistas cristianos del Pentágono; todo lo contrario, tal como lo demuestra el escalamiento del conflicto palestino-israelí, la supervivencia amenazadora de Osama bin Laden y sus huestes, y los atentados sangrientos en Indonesia, Arabia Saudita, en el propio Irak y recientemente en España, la parafernalia bélica únicamente se ha convertido en el mejor caldo de cultivo para multiplicar el resentimiento, a pobreza, el odio y la locura terrorista de unos y otros. 4. En nada se favoreció la convivencia pacífica y democrática de los países que conforman la comunidad internacional ahora que ha sido impuesto ese engendro de la derecha republicana llamado "guerra preventiva ". Atacar anticipadamente al enemigo,bombardear un pueblo y destruir un régimen con el argumento de que así se evitará que éste pueda golpear a Estados Unidos en el futuro, no sólo representa la brutal negación de la legislación relativa a los asuntos de la guerra avalada por la ONU, sino que también significa una aberración política en tanto que sienta el peligroso precedente de que cualquier país en lo sucesivo podrá sentirse con derecho a invadir a las naciones con las cuales mantenga disputas particulares. Para colmo de absurdos y prepotencias imperiales, los hechos han demostrado fehacientemente, por un lado, que Irak no representaba ninguna amenaza real para Occidente en términos militares, y, por el otro,que los gobiernos belicistas llevaron a cabo una ilegal manipulación política de los informes de inteligencia (las mentiras sobre las compras de uranio en Níger, el espantajo del supuesto ataque iraquí en cuarenta y cinco minutos, etcétera; tergiversaciones y exageraciones a las cuales se añadieron, en el caso inglés, las presiones mediáticas y las delaciones gubernamentales que propiciaron el suicidio del Dr.Kelly). Todo ello con el fin de justificar y precipitar la guerra. Y este escabroso tinglado del gobierno de Bush, vendido al público como cruzada para liberar a Irak de su dictador (¿a cuántos déspotas más tendrían que eliminar para garantizar el nuevo orden mundial?), sólo obedeció en realidad a un par de razones tan pragmáticas como espurias: controlar geopolíticamente la estratégica zona del Medio Oriente y apoderarse de las cuantiosas reservas de petróleo iraquí (un suculento plato aderezado con las jugosas ganancias que se derivarían de la reconstrucción del país devastado). 5. La ultraderecha norteamericana ha sabido explotar a su favor los inadmisibles ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y a partir de entonces su nueva "caza de brujas " se ha convertido en el lastre más pernicioso para la vida democrática de los propios países invasores: detenciones ilegales y masivas de árabes y musulmanes; violación de los derechos humanos de los presos; restricciones generales a las libertades civiles y a la vida privada de las personas; endurecimiento de las leyes contra los trabajadores indocumentados; acrecentamiento de la xenofobia y el racismo de cara a las minorías; y, por último, algo que debiera alarmar al escritor peruano: el ominoso clima de hostilidad frente a ciertos intelectuales que, como Sontag, Mailer o Chomsky, se atreven a levantar la voz para salvaguardar en su país esa noble tradición liberal sustentada en el derecho a la disidencia política y en el ejercicio de la crítica al autoritarismo estatal.

Y si resulta lamentable que en su más reciente novela El paraíso en la otra esquina (obra en donde Flora Tristán y Gauguin aparecen como monigotes que le sirven al autor para cumplir su objetivo ideológico de repudiar las utopías) Mario Vargas Llosa no haya podido refrendar la enorme calidad literaria mostrada en ese retrato intenso y lúcido de las entrañas de la dictadura trujillista que es La fiesta del chivo más triste aún es llegar a la conclusión de que este último viraje político aleja al escritor latinoamericano de la tradición representada por los ilustres maestros del liberalismo europeo (Popper,Berlín,Aron), al tiempo que lo sitúa indignamente al lado de esa mesiánica ultraderecha norteamericana y sus mediocres comparsas, quienes merecen como nadie y como nunca el ser barridos de sus cargos públicos por el voto ciudadano en las elecciones venideras.

Fotos: Barry Domínguez