Vargas Llosa
o las trampas del liberalismo derechista
Héctor
Ceballos Garibay
El poder enajenante
y obnubilador de las ideologías sean de izquierda o derecha suele
tenderle trampas incluso a los hombres más inteligentes. Algo que
debiera alarmar al escritor peruano: el ominoso clima de hostilidad frente
a ciertos intelectuales que, como Sontag, Mailer o Chomsky, se atreven
a levantar la voz para salvaguardar en su país esa noble tradición
liberal sustentada en el derecho a la disidencia política y en el
ejercicio de la crítica al autoritarismo estatal.
La
importancia y las aportaciones de la obra literaria de Mario Vargas Llosa
son, no obstante sus altibajos estéticos, incontrovertibles y motivo
de orgullo para las letras latinoamericanas. No ocurre lo mismo, por desgracia,
con sus polémicas y polarizadas posturas ideológico-políticas
que han transitado desde el izquierdismo revolucionario de los años
sesenta hacia el neoliberalismo económico de los ochenta, desde
la ya lejana defensa de la Revolución cubana hacia el postrero conservadurismo
de corte thatcheriano, y, últimamente, desde las tibias críticas
a la intervención militar angloestadunidense en Irak hasta el apoyo
actual dado a esa guerra colonialista con el argumento de que "todo el
sufrimiento que la acción armada ha infringido al pueblo iraquí
es pequeño comparado con el horror que vivió bajo Saddam
Hussein" ("Mi diario en Iraq", Reforma, 25 de junio/6 de julio de
2003).
Ubicado en la augusta tradición de los grandes
escritores (Sartre, Orwell, Nizan, etcétera) que han participado
activamente con sus ensayos y artículos periodísticos tanto
en la discusión pública de los distintos proyectos políticos
existentes como en la crítica acuciosa y puntual de la conflictiva
realidad social que les tocó vivir, Vargas Llosa también
se ha convertido en uno de los intelectuales más brillantes e influyentes
de nuestra época, razón suficiente que justifica la necesidad
de hacer un riguroso cuestionamiento de sus planteamientos ideológicos
y, en particular, de su más reciente viraje político. Me
refiero a la conclusión ético-política a la que llega
el novelista luego de su viaje por el Medio Oriente, la cual no sólo
está expuesta de manera precipitada y extremadamente concisa al
final de su crónica, sino que además encierra un peligroso
sofisma que, amén de falaz, termina contradiciendo el propio discurso
liberal-democrático enarbolado por el autor de La ciudad y los
perros.
Antes de su viaje, Vargas Llosa se había opues-to
a la guerra en Irak porque Estados Unidos no logró conseguir el
aval de la ONU. "Las razones para oponerme fueron válidas", nos
dice, debido a que las tropas de la coalición no encontraron las
armas de destrucción masiva ni tampoco descubrieron el supuesto
nexo político entre Hussein y el grupo Al Qaeda, los dos argumentos
que se esgrimieron para legitimar la invasión militar. Después
de su viaje, la ideología pervierte el buen juicio y el escritor
peruano arriba a una conclusión que invalida de un plumazo el razonamiento
y las objeciones antes aducidas: "Pero ¿y si el argumento para intervenir
hubiera sido, claro y explícito, acabar con la tiranía execrable
y genocida, que ha causado innumerables víctimas y mantiene a todo
un pueblo en el oscurantismo y la barbarie y devolverle a éste la
soberanía? Hace tres meses no lo sé, pero, ahora, con lo
que he visto y oído en esta breve estancia, hubiera apoyado la intervención,
sin vacilar."
¿Cómo explicar este abrupto y radical
cambio en la perspectiva analítica del escritor? ¿Por qué
la enorme complejidad implícita en esta guerra infame, de pronto,
queda reducida a una sola de las múltiples variables en juego: la
innegable crueldad del régimen depuesto? La respuesta sorprende
y duele: Vargas Llosa ha caído víctima de su propia versión
mistificada del liberalismo. Y con tales anteojeras, pareciera que poco
le impor-tan los miles de muertos y heridos dejados por la guerra, la destrucción
ecológica de la región, la devastación del patrimonio
cultural iraquí... mientras que lo único trascendente para
él es el hecho de que la libertad y la democracia, valores sacrosantos,
han sido llevados al pueblo de Irak por las tropas de ocupación:
"Ahora, por primera vez en su larga historia, tiene la posibilidad de romper
el círculo vicioso de dictadura tras dictadura en que ha vivido
y como Alemania y Japón al terminar la segunda guerra mundial
inaugurar una nueva etapa, asumiendo la cultura de la libertad, la única
que puede inmunizarlo contra la resurrección de ese pasado."
El
poder enajenante y obnubilador de las ideologías sean de izquierda
o derecha suele tenderle trampas incluso a los hombres más inteligentes.
En este caso, la sacralización del liberalismo desdichadamente ha
ofuscado la lucidez del analista político, y es por ello que Vargas
Llosa (quien en sus novelas descubre "la verdad de las mentiras") en su
crónica se muestra penosamente incapaz de ver la verdad que
emerge de la cruda realidad.
En este sentido, resulta una engañifa intelectual
reivindicar las inobjetables bondades de la democracia liberal, en tanto
que paradigma universal, sin tomar en consideración el contexto
histórico particular de esta oprobiosa guerra, la forma concreta
como se hizo y las consecuencias inmediatas y mediatas que sigue generando
en Irak y en todo el orbe. Un simple recuento de algunas de las múltiples
aristas que conforman este conflicto permite concluir que, además
de las cuantiosas pérdidas materiales y en vidas humanas, ciertos
valores inherentes a la cultura democrática (tales como el pluralismo,
el respeto a los derechos humanos, el ejercicio de la autonomía
nacional, las garantías a la libre expresión y a la privacidad,
etcétera) también han sido gravemente dañados como
resultado de este círculo vicioso e infernal en donde el terrorismo
fundamentalista es combatido por medio del terrorismo de Estado y la dominación
colonial.
El
déficit democrático se vuelve cada día más
evidente, a pesar de las candorosas esperanzas de los liberales derechistas
y del apoyo tardío y retórico de Vargas Llosa a esta infausta
guerra: 1. La destrucción de la infraestructura vital en Irak (agua,
energéticos, seguridad pública...) y la cada día más
activa y efectiva guerra de guerrillas en contra de las tropas de ocupación
angloamericanas imposibilitan cualquier intento de estabilización
política. En estas condiciones tan adversas jamás imaginadas
por los halcones del Pentágono, toda forma de gobierno que surja
en Irak será un remedo de democracia y estará fatalmente
tutelada por la cúpula militar norteamericana. El incremento de
las disputas étnicas,religiosas y políticas entre chiítas,sunitas
y kurdos sólo contribuye a aumentar el caos social existente. 2.
Los costos en vidas humanas de los marines y en gastos para las
tareas de reconstrucción de Irak se han multiplicado a tal grado,que
la popularidad de George W.Bush en su país va en picada.Véase
al respecto el cuantioso déficit fiscal de la economía estadunidense
y las protestas crecientes de los soldados y sus familias. Irak,no hay
duda,se está convirtiendo en una réplica actual de lo ocurrido
en Vietnam, Haití y Camboya, países cuyas invasiones militares
por parte de Estados Unidos no sólo no generaron democracia alguna,
sino que únicamente fomentaron un mayor odio hacia el imperialismo
norteamericano. El sistema democrático,tal como lo demuestra la
historia, no es una forma de gobierno que pueda ser impuesta desde el exterior
y por métodos militares, al margen de la voluntad y la idiosincrasia
de los pueblos. Por nefastos que sean los Estados fundamentalistas y los
despotismos orientales, un liberal consecuente sabe que debe respetar la
diversidad cultural y política existente en el mundo. Asimismo,
reconoce que la mejor forma para alcanzar el progreso civilizatorio en
cuestiones de igualdad y libertad políticas se logra a través
de expandir la educación y no mediante la guerra. 3. El fanatismo
de los extremistas musulmanes no puede ni debe combatirse con un maniqueísmo
político tan pedestre como el utilizado por Bush: "o se está
con nosotros o contra nosotros ", planteamiento excluyente que desemboca
en un chantaje político:o aceptan de hinojos la hegemonía
de la superpotencia (tal como lo hicieron Blair, Aznar y compañía)
o,caso contrario,l os países díscolos se convierten en aliados
de los "enemigos de la libertad ", ese terrible "eje del mal" integrado
por Irán, Irak y Corea del Norte. Al rechazar la opción de
prolongar los trabajos de los inspectores de armas y al preferir de manera
unilateral el camino de la guerra en Irak, la política exterior
norteamericana propició la mayor crisis diplomática en la
historia de la ONU, amén de suscitar también una ríspida
confrontación entre los países de la Unión Europea,mismos
que aún debaten el trasfondo político del asunto: someterse
a la hegemonía unipolar norteamericana o defender el multilateralismo.
La invasión militar no sólo no ha generado una democracia
en ciernes en la vieja Mesopotamia, sino que tampoco ha propiciado ese
mundo más seguro y pacífico que tanto publicitaron como argumento
de guerra los fundamentalistas cristianos del Pentágono; todo lo
contrario, tal como lo demuestra el escalamiento del conflicto palestino-israelí,
la supervivencia amenazadora de Osama bin Laden y sus huestes, y los atentados
sangrientos en Indonesia, Arabia Saudita, en el propio Irak y recientemente
en España, la parafernalia bélica únicamente se ha
convertido en el mejor caldo de cultivo para multiplicar el resentimiento,
a pobreza, el odio y la locura terrorista de unos y otros. 4. En nada se
favoreció la convivencia pacífica y democrática de
los países que conforman la comunidad internacional ahora que ha
sido impuesto ese engendro de la derecha republicana llamado "guerra preventiva
". Atacar anticipadamente al enemigo,bombardear un pueblo y destruir un
régimen con el argumento de que así se evitará que
éste pueda golpear a Estados Unidos en el futuro, no sólo
representa la brutal negación de la legislación relativa
a los asuntos de la guerra avalada por la ONU, sino que también
significa una aberración política en tanto que sienta el
peligroso precedente de que cualquier país en lo sucesivo podrá
sentirse con derecho a invadir a las naciones con las cuales mantenga disputas
particulares. Para colmo de absurdos y prepotencias imperiales, los hechos
han demostrado fehacientemente, por un lado, que Irak no representaba ninguna
amenaza real para Occidente en términos militares, y, por el otro,que
los gobiernos belicistas llevaron a cabo una ilegal manipulación
política de los informes de inteligencia (las mentiras sobre las
compras de uranio en Níger, el espantajo del supuesto ataque iraquí
en cuarenta y cinco minutos, etcétera; tergiversaciones y exageraciones
a las cuales se añadieron, en el caso inglés, las presiones
mediáticas y las delaciones gubernamentales que propiciaron el suicidio
del Dr.Kelly). Todo ello con el fin de justificar y precipitar la guerra.
Y este escabroso tinglado del gobierno de Bush, vendido al público
como cruzada para liberar a Irak de su dictador (¿a cuántos
déspotas más tendrían que eliminar para garantizar
el nuevo orden mundial?), sólo obedeció en realidad a un
par de razones tan pragmáticas como espurias: controlar geopolíticamente
la estratégica zona del Medio Oriente y apoderarse de las cuantiosas
reservas de petróleo iraquí (un suculento plato aderezado
con las jugosas ganancias que se derivarían de la reconstrucción
del país devastado). 5. La ultraderecha norteamericana ha sabido
explotar a su favor los inadmisibles ataques terroristas del 11 de septiembre
de 2001, y a partir de entonces su nueva "caza de brujas " se ha convertido
en el lastre más pernicioso para la vida democrática de los
propios países invasores: detenciones ilegales y masivas de árabes
y musulmanes; violación de los derechos humanos de los presos; restricciones
generales a las libertades civiles y a la vida privada de las personas;
endurecimiento de las leyes contra los trabajadores indocumentados; acrecentamiento
de la xenofobia y el racismo de cara a las minorías; y, por último,
algo que debiera alarmar al escritor peruano: el ominoso clima de hostilidad
frente a ciertos intelectuales que, como Sontag, Mailer o Chomsky, se atreven
a levantar la voz para salvaguardar en su país esa noble tradición
liberal sustentada en el derecho a la disidencia política y en el
ejercicio de la crítica al autoritarismo estatal.
Y si resulta lamentable que en su más reciente
novela El paraíso en la otra esquina (obra en donde Flora
Tristán y Gauguin aparecen como monigotes que le sirven al autor
para cumplir su objetivo ideológico de repudiar las utopías)
Mario Vargas Llosa no haya podido refrendar la enorme calidad literaria
mostrada en ese retrato intenso y lúcido de las entrañas
de la dictadura trujillista que es La fiesta del chivo más
triste aún es llegar a la conclusión de que este último
viraje político aleja al escritor latinoamericano de la tradición
representada por los ilustres maestros del liberalismo europeo (Popper,Berlín,Aron),
al tiempo que lo sitúa indignamente al lado de esa mesiánica
ultraderecha norteamericana y sus mediocres comparsas, quienes merecen
como nadie y como nunca el ser barridos de sus cargos públicos por
el voto ciudadano en las elecciones venideras.
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