333 ° DOMINGO  9 DE MAYO DE  2004
Quiebre generacional y no procreación
Ni madres, ni padres

LAURA CASTELLANOS

En México apenas es visible esta tendencia demográfica de los países del primer mundo: cada vez son más las mujeres y los hombres que deciden no tener hijos. Al contrario de lo que se cree, es un fenómeno reciente, poco abordado por el movimiento feminista. Mientras este 10 de Mayo la mayoría de las familias festejarán a la madre, entre las nuevas generaciones educadas en la apertura cultural de la globalización se incrementa imperceptiblemente el número de quienes dicen ¿maternidad?, ¿paternidad? No, gracias


Tania Hinojosa. Se piensa en el futuro como abogada
Fotogafía: La Jornada/Carlos Cisneros

En el país donde se inmortalizó a la actriz Marga López como el ideal materno de abnegación está ocurriendo un cambio que aún no ha sido analizado con profundidad: un número cada vez más significativo se niega a ser mamá o papá.

Aunque no se cuenta con datos precisos de este fenómeno, está confirmado que México no escapa a las tendencias demográficas mundiales: la tasa de fecundidad descendió de seis hijos en 1976 a dos en 2002. Sin embargo, se desconoce por completo la tendencia de quienes no quieren tener familia, pero existe la percepción de que esta decisión representa un cambio generacional entre los sectores más educados.

Aunque en los países industrializados hay una docena de libros, páginas de Internet, organizaciones y clubes sociales especializados en el tema, en nuestro país ni siquiera hay estadísticas al respecto.

La única cifra oficial que revela la negativa de mujeres mexicanas a tener hijos fue recogida en la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica de 1997. Esta registra que 9% de las mujeres de 15 a 29 años que no han procreado no desean hacerlo en el futuro; mientras que la cifra aumenta a 37.3% entre las que tienen 30 y 49 años. Es decir, que casi una de 10 jóvenes no quieren ser madres y más de una tercera de las adultas menores de 50 años tampoco quieren serlo.

Un elefante en casa

El colmo de la ironía es que uno de los libros más exitosos acerca de las mujeres que no quieren ser mamás, The childness revolution (La revolución de no tener hijos, 2001), fue escrito por la feliz madre de una niña, la escritora estadunidense Madelyn Cain.

Cuando ella decidió escribir el libro pensó que toda mujer deseaba ejercer la maternidad, y al final, concluyó con modestia: “He tenido mucho que aprender”. El mayor descubrimiento de Cain fue percatarse de la dimensión social del asunto: “Un gran elefante en la sala de nuestra casa y que crece cada día pero nadie quiere admitirlo”.

En países desarrollados el tema es motivo de alarma. Alemania tiene el récord: una de cada tres mujeres no quiere tener familia. En Francia, Irlanda, Reino Unido, España y Estados Unidos, por mencionar algunos, la cifra va en aumento.

En una sociedad que no ha aprendido a separar la feminidad de la fertilidad y la sexualidad de la procreación –dice Cain–, “la opción de no tener hijos nos confunde y confronta nuestras creencias. Aún más: es un tema prohibido”. Pero estas certezas se han ido resquebrajando con el tiempo.

En cada generación, dice la investigadora, las mujeres que no han querido tener hijos lo vivieron de diversa forma: las que hoy tienen 50 años padecieron presión social y asumieron su decisión con culpa; las que tienen 40, tuvieron sentimientos encontrados; las que son mayores de 35 años gozaron de mayor apertura y ayudaron a que sus predecesoras lo decidieran más libremente. La generación que aún está en la infancia, concluye, lo vivirá sin castigo. En México, en donde el Día de las Madres es fiesta nacional, el fenómeno social no puede verse como el de un elefante dentro de una habitación, más bien no tiene ni forma ni tamaño visible, pero ahí está.

Y sin embargo se mueve...

Madelyn Cain ubica varias razones por las que las mujeres no procrean: por elección propia (autorealización, opción religiosa, preocupación ecológica); falta de oportunidad (infertilidad o riesgos en la pregnancia, disturbios psicológicos); o motivos circunstanciales (no tienen pareja, prioridad de la vida laboral y profesional y después ya no lo desearon; uniones con hombres mayores o divorciados con descendencia, etcétera). A esta lista otras investigadoras agregan: opción sexual, razones económicas, movilidad laboral e incertidumbre por el futuro.

Yanina Avila, antropóloga mexicana, lleva una década investigando el tema. Ella no quiso procrear, y a pesar de haber vivido la oleada feminista de los setenta, encontró un vacío de información en un México “culturalmente anclado en el pasado”.

La especialista considera que tal situación ha llevado a muchas mujeres que toman dicha decisión a vivirlo con dolor y en soledad, o lo que es peor, otras por presión social aceptan ser madres sin desearlo. Sin embargo, el feminismo promovió la reflexión sobre los derechos de las mujeres, les ayudó a expresar “con desparpajo y a decir: no quiero tener hijos y no importa lo que otros opinen”.

Nuria Marrugats y Diana García, de 37 y 28 años, respectivamente, tienen el perfil mexicano de las mujeres que no quieren procrear: son citadinas, profesionistas, solteras o han tenido varias parejas, se mueven en círculos progresistas, su familia nuclear las apoya y su medio las tolera, disfrutan el tiempo que dedican a sus sobrinos pequeños, y, como es el caso de la más joven, viven sin prejuicios su opción lésbica o bisexual.

Las mujeres, dice Yanina Avila, cuestionan cada vez más la idea de que están obligadas a engendrar. Que se respete la decisión de cada quien, de las que quieren de la misma manera que las que no lo desean. La presión social, dice, se alimenta de “la idea de una maternidad que la presenta como sagrada cuando muchas mujeres son madres como una forma de sobreviviencia, de ocultar la soledad, el vacío, de amarrar hombres, herencias. Para muchas mujeres, la maternidad da sentido a sus vidas, para otras puede representar una tragedia que las puede llevar al suicidio. Un dato que apunta en este sentido, el 60% de las mujeres que se han suicidado en el metro, estaban embarazadas”.

La fórmula matemática

La reproducción humana no sólo atañe a la identidad de las mujeres, sino también a la de los hombres. Tras casi una década de investigación, la antropóloga mexicana reconoce cómo se “borra” a los varones “por la idea establecida de que los hijos son de las mujeres y de que ellos no tienen ninguna participación en los derechos reproductivos”. Aunque a ellos “también se les obliga a probar su virilidad” a través de la paternidad, les es más fácil y permitido no tener hijos.

Mientras hay hombres que viven una paternidad gozosa –explica Yanina–, para otros “los hijos son signo de estatus, trascendencia terrenal o una inversión económica”.

En una investigación reciente de El Colegio de México, se preguntó a un grupo heterogéneo de hombres qué harían si sus mujeres no quisieran procrear. El 80% respondió que obligarían a sus parejas a tener hijos o las dejarían.

“Si vives con tu pareja bajo un mismo techo, ¿cuál es el problema?”, suelen preguntar a quienes ven a una pareja sin hijos. Una de las respuesta la dio un matrimonio estadunidense que había cumplido 40 años de relación: “Nuestra fórmula es simple matemática: una cama, dos baños y cero niños. ¿Egoísta? Quizá, pero nos ha funcionado”.

Los dinkies en Estados Unidos

Según American Demographics, en el año 2010 el porcentaje de parejas en Estados Unidos sin familia será de 44%. En Pekín, una décima parte de las parejas opta por no tenerlos, informa la agencia Xinhua.

En Estados Unidos a las parejas sin hijos se les denomina dinkies, porque dink es la abreviatura de double income, no kids (doble ingreso sin hijos). El fenómeno, dice Yanina Avila, “es parte de los procesos emergentes de las nuevas generaciones educadas, que cambian lo doméstico y lo familiar” por las crisis económicas, la incorporación laboral de la mujer, la movilidad del trabajo o por la idea de que hay “un horizonte sombrío en lo ecológico, el desempleo, la corrupción, el narcotráfico”.

Fernando Camacho y Alma Valadez son una pareja de veinteañeros comunicólogos que ha tomado decisiones respecto a la procreación. El está seguro de que no quiere tener hijos “porque no me gustan los niños, quiero ser dueño de mi espacio y de mi tiempo”. Ella ha decidido postergar la decisión por razones económicas y profesionales: “Si cuando tenga 35 años me he desarrollado profesionalmente y tengo resuelto lo económico, lo pensaré, pero si no cambian las cosas y no lo logro, prefiero no hacerlo”.

La bomba del 10 de mayo

La reacción frente a la difusión de un folleto feminista en 1916, provocó que en México se estableciera El Día de las Madres, con el objetivo de frenar a las primeras mexicanas que lucharon por el derecho a usar anticonceptivos (como el diafragma). La historia fue recogida de manera acuisiosa por Martha Acevedo en su libro 10 de mayo, publicado por la Secretaría de Educación Pública.

Acevedo narra que en 1916 un texto de Margarita Sanger, feminista neoyorkina precursora de la planificación familiar, llegó a Yucatán, lo que desató un revuelo que trajo como resultado la organización del primer Congreso Feminista del país, en el cual se tocó el tema –de manera incipiente– del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y su sexualidad.

Seis años después, el gobernador yucateco Felipe Carrillo Puerto, militante del Partido Socialista del Sureste y defensor de la causa de las mujeres, impulsó medidas estatales que escandalizaron a las elites políticas y religiosas conservadoras del estado: los comités feministas comenzaron a multiplicarse, incluso en comunidades mayas; se promovió la educación sexual; se promulgó el divorcio y aumentaron las uniones libres. También circuló profusamente el folleto de Sanger, que fue satanizado.

El escándalo llegó a la capital mexicana y el periódico Excélsior buscó frenar “la campaña criminal contra la maternidad” y promovió que el 10 de mayo se premiara a las mujeres que tuvieran más hijos. La época de oro del cine mexicano se encargó de elevar a culto la fecha.

La generación impune

Las nuevas generaciones piensan distinto que sus predecesores. Una investigación realizada en Barcelona en 1996 por Marina Subirats, reveló cómo ha cambiado más rápido la percepción de las niñas que la de los niños con respecto a su deseo de procrear. A un grupo de 58 chicas y chicos de entre 14 y 17 años se les preguntó que cómo se veían dentro de 10 años. Mientras un 52% de los muchachos no hizo referencia a hijos; un 37 sí lo hizo y 10% manifestó dudas al respecto; mientras entre las muchachas un 46% se refirió a sus hijos, 7% expresó dudas por tenerlos, 28% omitió hablar de ello y un 18% explícitamente dijo que no quería ser madre.

Tania Hinojosa tiene 13 años y cursa el segundo año de secundaria. Su mamá es secretaria de una empresa. Ella tiene tres hermanas mayores, dos de las cuales están casadas (una de ellas se cuestiona tener hijos). Tania representa a esa generación de la que Cain dice que no será castigada por su decisión de no tener hijos. Tania expresa con total franqueza su propósito de no procrear cuando sea mayor; los adultos que la escuchan no la toman en serio: “Todavía estás muy chiquita para saberlo”.

¿Cómo te ves en 10 años?, se le pregunta: “Estudiando”, dice con timidez. ¿Y en 20 años?: “Trabajando como abogada, defendiendo a mujeres, viviendo en mi propio espacio, haciendo cosas para mí”. ¿Con pareja?: “No sé”, responde.

Madelyn Cain vislumbra lo que puede ser el futuro de las mujeres mexicanas: “Hasta que no llegue el tiempo en que se respete el derecho de las mujeres que no quieren tener hijos se deberá luchar contra los prejuicios y las nociones preconcebidas de una sociedad pronatalista (...) que exalta el rol de la reproducción” y de la maternidad.