La nota enviada ayer por la Secretaría de
Relaciones Exteriores de nuestro país a su similar en La Habana, en
la que se deja abierto un pequeño espacio para la
normalización de las relaciones bilaterales, puede ser interpretada
de varias formas. Desde una perspectiva crítica, la nota en
cuestión podría ser una manera de eximir de responsabilidad
al gobierno mexicano por la crisis bilateral o un intento por aplacar al
régimen cubano y sus respuestas anunciadas a la brusca
determinación de nuestras autoridades. Pero si se otorga al
Ejecutivo federal el beneficio de la duda, es posible también que el
gesto diplomático referido constituya una suerte de
rectificación, así sea parcial e incompleta, de las
destempladas acciones de los días recientes; si así fuera,
habría que reconocer en el grupo gobernante capacidad
autocrítica 舑así fuera implícita舑 y
disposición a escuchar el clamor de críticas y
descalificaciones que se levantó en el ámbito nacional por la
inopinada congelación de las relaciones con la isla.
Sea como fuere, y una vez pasado el vendaval de
excesos verbales de Fidel Castro y de reacciones sobredimensionadas
del equipo de Vicente Fox, cabría esperar que ambas partes
exhibieran cordura y se pusieran a trabajar en una superación de las
confrontaciones y en una recomposición de los vínculos
oficiales.
No debe perderse de vista que aún está
pendiente una reacción del gobierno cubano a la desmesurada
determinación anunciada el pasado domingo por los secretarios de
Gobernación, Santiago Creel, y Relaciones Exteriores, Luis Ernesto
Derbez, de expulsar a los dos diplomáticos de mayor rango en la
embajada cubana y de llamar a México a nuestra representante en La
Habana, Roberta Lajous. Si esa respuesta estará vinculada o no a una
revelación sobre las declaraciones de Carlos Ahumada Kurtz a las
autoridades cubanas, es materia de especulación que no viene al caso
por ahora. El hecho es que el próximo movimiento corresponde al
gobierno de Castro.
Pero, al margen de lo que ocurra con la compleja trama
político-policiaca-diplomática en la que se ha visto envuelta
la relación bilateral, ha quedado claro en estos días que ni
una ni otra sociedad desean una ruptura que no tiene sentido,
propósito ni razón de ser. Los vínculos
históricos, culturales, económicos, humanos y sociales entre
las dos naciones tienen mucha más trascendencia y fuerza que los
desencuentros coyunturales entre los gobernantes de ambos países.
Las groserías de Fox a Castro y las provocaciones del antecesor de
Derbez en la cancillería; los exabruptos verbales del presidente
cubano, el error de México en la votación de Ginebra y
el incómodo e involuntario involucramiento de la isla en los
videoescándalos que sacuden la vida política nacional
pueden ser sucesos superables, a condición de que los dos gobiernos
empeñen su mejor voluntad para rescatar la relación
diplomática de la absurda crisis en que se encuentra.
Cabe hacer votos, pues, por que el guiño
enviado ayer por Derbez a La Habana sea seguido y correspondido con nuevos
gestos auspiciosos y por que las autoridades de nuestro país y las
de La Habana depongan sus mutuos recelos y resentimientos y, por el
interés de sus pueblos respectivos, reconduzcan los vínculos
mexicano-cubanos a la vía de cooperación, entendimiento,
comunicación y cordialidad que nunca debió abandonarse.