Jornada Semanal,  domingo 2 de mayo de 2004           núm. 478

JAVIER SICILIA

Mirando a Rubens

Frente al monopolio radical (esos monopolios que, como bien lo mostró Iván Illich, embrujan de tal forma las mentes que el ser humano ya no puede concebir otra forma de mirar) de la belleza femenina moderna –mujeres que de tan delgadas parecen intangibles y que substituyeron en nuestras muchachas el corsé de los antiguos tiempos, por uno aún más espantoso y terrible: el mental, que ha producido dos de la múltiples aberraciones modernas: la anorexia y la bulimia–, toda mi vida he tenido veneración por las bellezas de Rubens. 

Mi apreciación, viniendo de un hombre que ama la mística y la ascética cristiana, y tiene también veneración por las madonas de Van Eyck, puede parecer una esquizofrenia. ¿Qué tienen que ver las sensuales, rollizas y, desde el monopolio radical de la belleza moderna, desproporcionadas mujeres de Rubens, con la espiritualidad cristiana que mira con sospecha la carne? ¿No Rubens es una negación de todo lo que la mística cristiana ha exaltado a lo largo de los siglos?

Desde un punto de vista dualista, es decir, desde un cristianismo tamizado por el platonismo, habría que afirmarlo. Sin embargo, desde el punto de vista de la Encarnación y del dogma de la resurrección de la carne, habría que negarlo. 

Aunque Rubens no es un místico en el sentido ortodoxo de la palabra, tiene, mirándolo desde una teología de la encarnación, una penetrante visión espiritual de la carne. Católico, influido por la espiritualidad jesuítica que llevaba adelante la Contrarreforma y que, como lo muestran los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, aplica los sentidos para entrar en contacto con los hechos narrados por la Biblia; maestro del barroco, diplomático, que durante la Guerra de los Treinta Años formó parte del Partido Católico y ejerció como diplomático entre el rey español y el gobernador de Bruselas, Rubens, a diferencia de los místicos flamencos y españoles, no renunció a los sentidos para, después de experimentar la fuente primera de la que emanan todas las cosas, volver a ellas y mirarlas desde donde Dios las mira. Por el contrario, fiel a la espiritualidad jesuítica, afinó sus sentidos para oler, ver, gustar y oír su mundo, ese mundo en el que la Segunda Persona de la Trinidad se encarnó y redimió, para a través de él no sólo contemplar las verdades de su fe, sino, frente a una Reforma que negaba la redención de la carne y de las cosas del mundo, exaltar la grandeza de la carne redimida por Cristo. 

Para Rubens, como un católico que comprendía a cabalidad el misterio redentor de la encarnación y de la resurrección de la carne, el mundo y la carne habían recuperado su gozo fundamental, su vínculo profundo con el cielo. De ahí que sus Tres gracias, la Fe, la Esperanza y la Caridad, no las haya representado a través de formas angélicas, como en el Medio Evo, o de figuras extremadamente espiritualizadas, como lo hicieron dos de sus contemporáneos al referirse a las verdades del espíritu en la carne: El Greco y Velázquez, sino a través de la desnudez de tres sensuales, rollizas y espléndidas muchachas bajo la sombra del paradisíaco árbol de la vida.

Aunque para las mentalidades modernas, embrujadas por los monopolios radicales de las modelos de Givenchi, de Chanel o de Hollywood y, en sus partes más vulgares, de Televisa, sus bellezas femeninas pueden parecer horrendas y brutales, sobre todo, en sus cuadros más exagerados, en ellas yo no puedo dejar de encontrar una maravillosa afirmación de la belleza de la carne redimida por Cristo.

Rubens, como alguna vez lo dije con Patricia Gutiérrez-Otero ("Rubens: la exaltación de la carne", Siempre!, núm. 2642) no pretende pintarnos mujeres "donde la carne desaparece para que brille con mayor fuerza el espíritu. Visión dualista en que la materia aparece como algo menor y malo en relación con el alma espiritual". Por el contrario, en sus magníficas mujeres, en las que la carne floreces en mil formas voraces que, profundamente arraigadas a la tierra, resplandecen y parecen elevarse y flotar, Rubens nos dice que lo espiritual ha entrado en el cuerpo, donde la exhuberancia gozosa de la carne afirma la redención y prefigura el misterio de la resurrección.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.