La Jornada Semanal,   domingo 2 de mayo  de 2004        núm. 478
 
Miguel Ángel Muñoz

Richard Serra: 
el peso de la escultura

A partir de los años noventa, el escultor norteamericano Richard Serra (San Francisco, 1939) insistía en su obra escultórica y gráfica en una propuesta estética múltiple: recrear el espacio poético configurado con lo abstracto. Existen otros elementos fundamentales que permiten confirmar nuestra interpretación de Serra y las posibilidades que se abren al respecto. Pienso, ante todo, que el artista está convencido de que éste es su camino. Y lo digo, pues al caminar al lado de Richard Serra y al de Eduardo Chillida, por el Museo Guggenheim de Bilbao, por las exposiciones de ambos en 1998, el rumor se vuelve límite y los límites se disuelven.

En sus primeras intervenciones (1967-1970), deja que sus materiales –caucho y plomo líquido– determinen su forma, proyectándolos sobre las paredes de su taller. Luego, rápidamente, define sus esculturas por el equilibrio establecido entre sus elementos, dependiendo tan sólo de su propia masa. A partir de los años setenta establece como fundamento de su trabajo la consideración, en la elaboración de su obra, del entorno –natural o urbano, exterior o interior. Procediendo sin ningún boceto previo, trabaja con la manipulación directa para elaborar unas piezas a menudo imponentes, constituidas por grandes placas de acero, cuya colocación puede requerir la intervención de una importante ingeniería. "La intención –me dice Serra– es incorporar al observador a la escultura. El emplazamiento de la escultura modificará el espacio de cualquier lugar intervenido. Tras la creación de la pieza, el espacio pasa a ser comprendido como una función de la escultura." Cada escultura, compuesta por yuxtaposición o superposición, sin que intervengan en absoluto los modos habituales de fijación, modifica cualitativamente el espacio ocupado, invitando al espectador a sentir su presencia tanto como la totalidad como respecto a los heterogéneos elementos que la rodean; una visión que se ve necesariamente acompañada por el imprescindible deambular alrededor o en el interior de las mismas obras; es decir, habitar dentro de cada pieza, y estar atento a la "fuerza sensitiva" del acero en bruto, acelerada por las placas de varios metros de largo, o bien, por el contrario, concentrándose en los bloques forjados. Afirma el artista: "ellas [las esculturas] no tienen nada que ver con el contexto en el que son emplazadas. En el mejor de los casos están hechas en un taller y adaptadas a un sitio. Son objetos desplazados, sin raíces, dispersos , que dicen: ‘Nosotros representamos el arte moderno’".

Serra toma una fuerza estética inédita cuando su trabajo reorganiza su relación con la realidad histórica. Esta relación contextual se comunica con una serie de afirmaciones artísticas de los años sesenta y comienzos de los setenta por artistas como Arher, Buren, Graham y Haacke, que proponían poner a prueba la disminución del arte a la esfera autónoma de las instituciones museísticas y asumían "la praxis artística como reapropiación de la esfera pública".

Fish es un proyecto escultórico de Serra que se exhibe en al colección permanente del Museo Guggehnheim de Bilbao, espacio diseñado por el arquitecto Frank Gehry. Esta empresa de túneles fríos e inexpresivos, elaborados en acero y con procedimientos muy modernos, suponen un cambio sustancial en la manera de contemplar el arte, ya que, al carecer la obra de voluntad narrativa o representativa, y de anécdotas frívolas, la mirada del espectador capta la idea, la forma y las cualidades del material de la escultura, a la vez que la memoria se desplaza del objeto al espacio circundante, y vuelve al objeto para detenerse en sus cualidades morfológicas y estructurales.

Serra rechaza explicaciones y construye formas; concibe y provoca el entorno de los espacios. En el caso de Fish se trata de nueve enormes piezas de acero con diversas variantes de impresionantes torsiones elípticas, realizadas entre 1996 y 1999. La esencia de las esculturas está inspirada en el espacio arquitectónico de la iglesia de San Carlo alle Quatrro Fontane, en Roma, cuya expresividad es barroca, compuesta por violentas presiones laterales; pero, además, hay un conocimiento profundo de la percepción poética y de sus posibilidades de utilización.

Desde sus primeras épocas, la obra de Serra dio gran importancia al uso de la materia como elemento clave. El artista propuso un ir y venir de sus ideas sobre el proceso escultórico en acero; este material se curva y se convierte en papel imaginario para desprender de él sus cualidades físicas. Serra forma organismos arquitectónicos con una necesidad estética universal. Aunque es difícil reconstruir sus ideas, resulta clara su yuxtaposición escultórica, y hay que celebrar la melodía curvilínea que se desprende de cada obra. "La escala –me dice Serra–, dimensiones y emplazamiento de una obra sujeta a un lugar están determinados por la topografía de su lugar de destino –ya sea éste de carácter urbano, un paisaje o un recinto arquitectónico. Los trabajos pasan a formar parte del lugar y modifican su organización tanto desde el punto de vista conceptual como desde el de su percepción".

El resultado de la experiencia artística es verdaderamente inolvidable, único: se trata de un desarrollo arquitectónico –escultórico que hará historia, ya que representa un recorrido por la escultura moderna llevada hasta sus últimas consecuencias. Este último aspecto es el que mejor define el trabajo del escultor. Dice Serra: "Es difícil expresar mis ideas sobre el peso utilizando objetos de la vida diaria, pues la labor sería infinita; hay una imponderable inmensidad que pesar. Sin embargo, puedo dejar constancia de la historia del arte como una historia de la singularización del peso."

En lo que respecta a la obra gráfica y de dibujos de este artista, el trazo sorpresivo representa el significado estético. Al igual que Matisse, Marquet o Braque, rompe con los mecanismos dibujísticos establecidos por el arte moderno. El grabado le sirve para expresar su preocupación por la textura, el gesto y los planos, variantes que encuentran su modelo en la composición de manchas oscuras sobre la hoja en blanco, mística que alienta la sustancia espiritual del artista.

La lectura gráfica de Serra pasa de lo personal a lo colectivo: insinuaciones abiertas a una estructura pictórica compleja. La abstracción es un elemento "iconográfico" utilizado en conjunto como soporte de toda su obra. Este elemento, cargado de simbolismo, representa la pasión del artista por concretar materiales inertes tras el papel impreso. Es decir, se ha interesado por el lado oscuro de la materia, uno de los múltiples elementos míticos de la pintura que, por su intensidad, Bacherlard identificó con el mundo de los sueños, de lo sobrenatural. Pero la forma en que Serra se apropia de ello no sigue parámetros estéticos sino poéticos, con una composición intensa y enigmática.