Jornada Semanal, domingo 2 de mayo  de 2004           núm. 478

NMORALES MUÑOZ.

EN LA BOCA DEL LOBO

Aventurar clasificaciones en el teatro mexicano es un ejercicio que, aparte de riesgoso, pudiera terminar siendo incluso contraproducente. Su propia diversidad y volatilidad vuelven insuficientes muchos de los criterios, fuera de los estrictamente genéricos o cronológicos –y he allí los ejemplos de la Nueva Dramaturgia de los setenta, la Novísima Dramaturgia de finales de los ochenta, y la más reciente, que, según parece, ya se llama Joven Dramaturgia Mexicana; todos casos en los que muchas veces resulta más difícil ubicar similitudes que diferencias de cualquier tipo.

No obstante lo anterior, y pese a que no es lo mismo vivir y hacer teatro en Tamaulipas que en Sonora, obviamente, se ha tendido a agrupar en torno al apelativo de Teatro del Norte a todo el que se produce en la región limítrofe con Estados Unidos y algunos estados aledaños, como Durango y Sinaloa. Sus lógicas coincidencias temáticas parecen secundarias frente a su riqueza estilística y formal; valga consignar que el número más reciente de la revista Paso de gato da cuenta de cómo personajes como Hugo Salcedo y Ángel Norzagaray se encargaron de llamar la atención del centralismo tirano hace casi tres lustros. Y quienes han recogido la estafeta (Antonio Zúñiga, Elba Cortez, Edward Coward y Bárbara Colio, entre otros) prosiguen la conformación de su identidad y lo han terminado de posicionar como uno de los polos dramáticos más atractivos de la suave patria.

A diferencia de varios de sus paisanos y vecinos coetáneos, Bárbara Colio, la autora de Mexicali, no desarrolla mayormente asuntos relacionados directamente con los sucesos inmediatos de su realidad fronteriza, sino que prefiere un teatro íntimo, más personal, en el que la constante pareciera ser la exposición de caracteres solitarios, a veces marginales, en búsqueda permanente de una renovación vital. En la boca del lobo, obra breve que da nombre a una selección de textos de su autoría y que se presenta actualmente en el teatro La Capilla de la capital, vendría a ejemplificar estas características. Encerradas en un espacio asfixiante y una situación límite, las tres vedettes del texto se enfrascan en una sorda lucha de poder, a lo largo de la cual quedan expuestas como depositarias de una gama amplia de contradicciones y fragilidades. Dueña absoluta de sus herramientas expresivas características (el diálogo corto y fluido, las atmósferas sugerentes, el humor sobrio aunque efectivo), la Colio entreteje aquí una historia que, tras su aparente sencillez, dispara al espectador una serie de interrogantes cuya respuesta no le es proporcionada. Dejando tras de sí más ambigüedades que certezas, la obra ve enriquecida con este principio de incertidumbre su indudable filiación realista, y es una muestra contundente de que la mejor dramaturgia femenina contemporánea es la que se aleja, precisamente, de los tópicos que se le adjudican como exclusivos.

En su debut como directora en la capital, Bárbara Colio evidencia algunas de las carencias más recurrentes de los dramaturgos que llevan a escena sus propios textos. La lógica falta de distancia para cumplir ambas funciones es notoria en la distribución espacial y el diseño escenográfico. Si uno de sus mayores aciertos como dramaturga es la creación de atmósferas, la Bárbara Colio directora se encarga de traicionarse para mal y recurre no sólo a una ilustración predecible, sino que mata algunos efectos significativos que el texto busca despertar. Mal compuesto isópticamente, el desmedido fondo y la falta de una delimitación más cerrada hace que el camerino de Amparo, Lucrecia y Mina, las ovejas que esperan su turno para sumergirse en la boca del lobo, sea todo menos enclaustrante, por lo que la tensión se fuga y se afecta al mismo tiempo los desplazamientos actorales.

Colio también se nota errática en su trabajo con las actrices. Alicia Martín, joven que ha trabajado principalmente en provincia, logra sin duda la mejor interpretación, con todo y que su Amparo no logre mantener la consistencia hacia el final e incurra en recursos burdamente melodramáticos. En cambio, Socorro Miranda y Surya Macgregor, mucho más exteriorizadas y formales, se sienten planas y por momentos falsas como Lucrecia y Mina. La primera presentación seria de Bárbara Colio en el circuito defeño es, en síntesis, contrastante e irregular, y deja la sensación de que una dirección ajena a la autora hubiera galvanizado una propuesta de lo más interesante.