Jornada Semanal, domingo 2 de mayo de 2004        núm. 478
Placeres permitidos
EVODIO ESCALANTE
 
DE LA CRÍTICA DITIRÁMBICA

Sorprende la facilidad con la que algunos críticos literarios en México se salen por peteneras. En su respuesta a mi crítica de la edición de la Poesía de Jorge Cuesta, graciosamente titulada "Cuesta de un Escalante" (La Jornada semanal 475, 11/04/04), Francisco Segovia deslinda su investidura: él no cobra como investigador sino como lexicógrafo en El Colegio de México. No es pues un académico, sino un amanuense de las palabras. Empero, cuando califico su "Prólogo" a la citada edición como ditirámbico, Segovia hace como que le habló la Virgen y a la letra confiesa: "no estoy seguro de lo que quiere decir con eso." (?) Conclusión obligada: al lexicógrafo del Colegio de México hay que ponerle un lexicógrafo, que le explique el significado de ciertos términos. Nada le costaba para combatir su perplejidad consultar el Diccionario del español actual, de Manuel Seco y colaboradores, donde se explica, sin mayor misterio: "Ditirambo. Elogio entusiasta y exagerado." Nada le costaba revisar su propio prólogo, donde compara a Cuesta con Empédocles, con Hölderlin, con Artaud, con los gnósticos, con Drácula (sic) y hasta con el hombre lobo. La crítica académica, contra lo que él piensa, no se opone a la ditirámbica, se diría más bien que a menudo van juntas, como lo demuestra él mismo en los hechos. La oposición no es pues entre una crítica académica y otra ditirámbica, sino entre una crítica rapsódica, exaltada, que sirve para el autolucimiento personal, para que todos digan ¡pero qué inteligente de verdad es Francisco Segovia!, y una crítica rigurosa que estaría tratando de prestarle un servicio al lector. El ensayo de Segovia que acompaña la edición de marras vale como una estrambótica metafísica de la herida, pero por desgracia, y esto lo dije con toda claridad en mi texto, no contribuye a situar el lugar de Cuesta dentro de la constelación de Contemporáneos, ni las circunstancias ni la dirección de su obra poética.

De entrada, resumí en dos líneas mi posición crítica. Dije que esta edición está plagada de erratas y que no se sostiene desde un punto de vista filológico. Este es el nervio de mi argumentación. Al lexicógrafo Segovia le parece que dos decenas de erratas en un libro del FCE no son una historia digna de irse a contar a casa. Allá él. Sin caer en el fetichismo de la letra, para mí es obvio que estas lamentables erratas son el primer indicio de un grave desaseo filológico al que sería difícil encontrarle un antecedente en esta misma casa editorial, y en cualquier otra, podría agregarse. Pero sería bueno que el descuido filológico se restringiera sólo al asunto de las erratas. Todo se solucionaría muy fácilmente añadiendo una hoja volante para la debida orientación del lector. Lo triste del asunto es que los editores, y Segovia se solidariza con ellos sin oponer una mínima resistencia, omitieron toda la información acerca de las variantes existentes en los manuscritos, como omitieron mencionar que el problema con la publicación de los poemas de Cuesta es que hace falta un trabajo de fijación de los textos que elimine las corrupciones y las alteraciones que éstos sufrieron al pasar del manuscrito a la letra impresa sin la vigilancia de su autor, quien había enloquecido y luego murió cuando aparecieron la mayoría de sus composiciones en verso, incluida su obra maestra, el Canto a un dios mineral.

Las ediciones "académicas" de la obra de Cuesta, hoy agotadas, surgidas de los buenos oficios de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, se tomaban el cuidado de anotar debajo de cada soneto el lugar y la fecha de su primera publicación, advirtiendo también, en el caso que las hubiera, de las variantes presentes en los manuscritos. Este escrúpulo ha sido arbitrariamente desestimado y tirado por la borda. De un solo plumazo Martínez Malo y su valiente compañía han llegado a la obra perfecta. ¡Qué engorroso, anotar las variantes! ¡Qué lata, estar documentando la posible corrupción de los textos! Ese trabajo los ditirámbicos se lo dejan a los académicos, de cuyo esfuerzo sin embargo siguen medrando sin la menor pizca de rubor. Cuando Francisco Segovia concluye que "la crítica académica es literariamente timorata", no sólo se autodefine de manera cándida, sino que escupe dos veces para arriba. Primero, porque sin el trabajo previo de Capistrán y de Schneider, a los que él mismo califica de "investigadores universitarios", la actual edición en la que él funge como "prologuista" no sería concebible. Quien quiera que se ocupe de Cuesta tiene contraída con ambos investigadores una deuda impagable, aunque se niegue a reconocerlo. Segundo, porque su prolija disertación acerca de la metafísica de la herida en Jorge Cuesta abreva de manera abundante, sin mencionarlo jamás, en lo que yo he llamado el primer trabajo serio de investigación en torno al interpelado, el Acercamiento a Jorge Cuesta, de Inés Arredondo. Es una pura casualidad que Arredondo, una extraordinaria escritora que todavía espera su reivindicación, sea la madre de Francisco, pero no lo es que él omita sistemáticamente su nombre. Su libro, como todo mundo sabe, se presentó primeramente como tesis en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Se trata, pues, según todos los reglamentos, de un trabajo de crítica académica, la misma que Segovia con su ligereza habitual califica al vuelo de timorata. Me pregunto si sería capaz de sostener su dicho si su madre estuviera viva.