La Jornada Semanal,   domingo 2 de mayo  de 2004        núm. 478
Una enchilada de divinos narcisos

Ricardo Bada

No tiene nada de sorprendente que mi buena amiga Esther Andradi (autora ella misma de un libro sustancioso y de antropofágico título: Come, este es mi cuerpo) me haya enviado desde San José de Costa Rica, la carta de una cafetería que se llama La Maga y en la cual se ofrecen sándwiches y dulces cuya nomenclatura ostenta un alto pedigrí literario. Así, por ejemplo, si el cliente encarga allí "un Pablo Neruda", tengan ustedes la seguridad de que no le van a servir un ejemplar de Residencia en la tierra: no, le van a traer una gran empanada chilena con su guarnición completa. Y si lo que pide es "un Cervantes", pondrán sobre su mesa un sándwich de pavo ahumado y queso, hecho en el momento: garantía de La Maga.

Pero también figura en su carta una ensalada "endemoniadamente laberíntica" (sic) que, como es lógico, esconde sus presuntos vericuetos vegetales tras el egregio apellido Borges, aun cuando no incluye el arroz hervido, alimento preferido del maestro. ¿Y qué les puede sugerir la mezcla de mozarella, albahaca, tomate, anchoas y aceitunas? Los programadores gastronómicos de La Maga bautizan este desaguisado con el nombre de Cortázar. Vaya usté a saber por qué, pues lo lógico hubiese sido reservarlo para un montado de château saignant; quienes duden de la pertinencia del caso consulten la primera página de 62: Modelo para armar. ¿Y por qué "un Juan Rulfo" apadrina a la pequeña pizza con doble queso en lugar de a una tortilla en llamas, quiero decir: flambeada? En fin, bocata minuta. Y continuemos.

Si el cliente es de los que prefieren las dulzuras de la repostería, solicitará "una Rosalía de Castro", que es un flan con crema, o "una Simone de Beauvoir", que así se llama allí a la torta de fresa, aunque quizás al final se decida más bien por "una Gabriela Mistral", un queque de zanahoria con lustre (sea ello lo que fuere), o "un George Sand", que son tres leches, y es evidente que no se trata de un exabrupto.

Podrá engullirlo todo con un zumo natural, para lo cual tendrá que pedir "un Verdi", o una gaseosa, y en ese caso deberá encargar "un Haydin" (sic). Luego, la coronación del ágape con "un Tiziano", que es el café exprés, o si prefiere el arte moderno entonces un capuccino, que se ampara bajo el nombre de Antoni Tàpies. Pero si el cliente es de aquellos que se mantienen en una postura ecléctica, optará por el café con leche y tendrá que solicitar, ¡oh paradoja!, "un Picasso".

La idea de esta carta artística me pareció digna de imitación, y por lo que se refiere a Alemania, país donde sobrevivo desde hace más de cuatro décadas, enseguida pensé en el espléndido menú que se compondría con los siguientes platos. De entrada "un Ernst Jünger", quien como es sabido rebasó con creces los cien años de edad, así que lo suyo sería una sopa de tortuga. Para seguir, "un Günter Grass", que no puede ser nada más ni nada menos que un fenomenal rodaballo. ¿Algo de carne además? Pues cómo no: "un Uwe Timm", que tal es el nombre del autor de una novela breve y entretenidísima, titulada La invención de la salchicha al curry. Todo ello acompañado de su buena ración de Heinrich Böll, por lo de El pan de los años mozos. Y de postre se me ocurre que podemos pasar la frontera neerlandesa, degustando "un Jan Wolkers", quien es el autor de Delicias turcas. Por supuesto, lo ideal es bajarlo todo con un buen digestivo, sin ir más lejos con un aguardiente de cerezas, y para ello nada mejor que mandarse a bodega "un Sarah... Kirsch".

¿Y en España? En España, otros deleites culinarios podrían ser la curiosidad de una sopa cantonesa de nidos de golondrinas bajo la rúbrica "un Bécquer", y al solicitar "un Gabriel Miró" nos encontraríamos con la macabra sorpresa de una macedonia monotemática, de cerezas del cementerio. Es evidente que el cocido madrileño corre por cuenta de don Benito Pérez Galdós, analfabetamente descalificado como "el garbancero", y qué duda cabe de que a García Lorca le está reservado un puesto indiscutible en la repostería con el brazo de gitano. 

Dicho sea de paso, no se podría pedir nada mejor que "un Unamuno" a la hora de encargar un guiso condimentado con la aromática de la fama: recordemos que fue él quien nos dejó dicho aquello tan sabio de que "el laurel es bueno para asaborar las patatas". Last but not least, un detalle importante, y ustedes perdonen tan mostrenco pleonasmo: la alcancía de las propinas a los meseros debiera ser en forma de libro de Azorín y ostentar en su lomo (¿dije lomo? ¿lomo? ¡hmmmm!) el sugestivo título La voluntad.

En cuanto a México, y aparte del ya mencionado "Juan Rulfo", pues muy bien se pudiera uno mandar a bodega "un Octavio Paz", que consistiría en un buen churrasco de mono gramático. E invocar el bello nombre de Sor Juana Inés para hacerle los honores a una enchilada de divinos narcisos.