La Jornada Semanal,   domingo 2 de mayo  de 2004        núm. 478

Miguel Ángel Muñoz

Esteban Vicente: el ilusionista
del expresionismo abstracto

Nacionalizado estadunidense en 1940, tras concluir la guerra civil española y haber viajado a Nueva York para ocupar en esa ciudad el cargo de cónsul al servicio de la República Española, Esteban Vicente inició una segunda carrera artística de vanguardia al integrarse al lado de Mark Rothko, Willen Baziotes, Jackson Pollock, entre los protagonistas del expresionismo abstracto americano, los míticos representantes de la Escuela de Nueva York. En este sentido, Vicente es uno de los artistas del siglo pasado de experiencia más singular, ya que, antes de la guerra civil española, formó parte de la Escuela de París, tras haber participado en la Generación del ’27 de los pintores españoles, y, después de la segunda guerra mundial, cuando la vanguardia se desplazó de París a Nueva York, de igual forma se vinculó a la corriente artística internacionalmente más renovadora. De esta manera, Vicente consiguió vivir en directo las dos experiencias más determinantes del arte del siglo xx.

En 1948 Esteban Vicente (Segovia, España, 1903- Long Island, Nueva York, 2001) inauguró en Nueva York, en la galería Charlie Egan, una exposición individual donde presentaba diez cuadros, pintados con recursos mínimos: esmalte negro y blanco de zinc. Renée Arb hablaba en la revista Art News de una "singular concentración de pasión y técnica" y Clement Grenberg celebraba al artista como "uno de los cuatro o cinco pintores más importantes del país". Nueva York se rendía a los pies de Esteban Vicente, y no sólo el ambiente bohemio, sino los grandes críticos: Thomas M. Messe, Harold Rosenberg, Meyer Schapiro y Thomas B. Hess; las galerías Kootz Gallery, Sidney Janis, The Stable Gallery Leo Castelli, Rose Fried Gallery, Egan Gallery, Andre Emmerich, y los museos de todo Estados Unidos.

Esteban Vicente llevó en la sangre la tradición estética española, nunca es más español que cuando se identifica plenamente con la Escuela de Nueva York. La pureza de su abstracción, que se remonta a su propia interpretación del cubismo analítico y del collage, es un corolario de la pureza. Es innegable en la obra de Vicente la influencia de Matisse y Cézanne, sobre todo en su sentido de la relación de planos y su magnífica composición cromática, cuando incorpora siempre los elementos de la pintura francesa a la tradición española.

Es cierto que Vicente coincide con el nacimiento del expresionismo abstracto, pero se replantea la forma de entender lo moderno en una línea no sólo abstracta, sino de estructuras y colores, para dar cuerpo en su discurso estético a la luz del color, cuya base conceptual es sólida y articulada. Este salto fue reflexionado, como lo demostró en múltiples exposiciones, entre ellas la de la Galería Leo Castelli en 1957; en la Universidad de Princenton en 1965; en el Museum of Art, Maquette University en 1996; en la retrospectiva del Museo Reina Sofía de Madrid en 1998; en la Fundación Joan Miró en 1999, o como dejó de testamento artístico la sorprendente exposición El color es la luz que se exhibió en el Museo Esteban Vicente de Segovia en 2001.

Vicente escapa tanto a la gestualidad como al materialismo, las dos claves más evidentes de la poética del informalismo. Estas oposiciones oscilan en una dualidad artista-creador que –a mi juicio– es expresión conjunta de un lenguaje que se impone. Diálogo polémico que se abre a la magia de la pintura. Sus cuadros de 1958 a 1980 están exentos de violencia –expresan lo contrario a Franz Kline–, que puede existir en el movimiento de sus formas y en el contraste de los colores, pero es iconográficamente distante. A partir de 1965, las formas se acumulan hacia el centro y se dotan de una formalidad, de una figura más consistente, a veces de resonancias geométricas, que destaca sobre la superficie del espacio. Vicente alcanza un punto de partida consistente e inicia un camino de depuración que va a ir eliminando pintura. De este modo, sus últimos cuadros –1998-2000–, están en un extraño punto intermedio entre la luz metafísica de un Rothko y la fragancia paisajista de un Cézanne. Dice el artista: "La realidad de la pintura es en definitiva sensual. La constitución física de una pintura ha de ser reconocida para poder hallar la idea, la imagen."

Dentro de la estructura pictórica de Esteban Vicente, dibujo y pintura nunca han vivido en idilio. Una cosa es evidente: ambas divagan en la paleta del artista, se sirven de ella aunque con diferentes fines, y existe algo que los acerca más: hay pintores que se sirven del dibujo para crear su obra y hay dibujantes que se sirven de la pintura para inventar abismos. En ambas formas el espacio está enterrado. Es una vía que convoca la invención de los sentidos. Es, como decía Baudelaire, provocación de los espacios, animación de abrir pasos violentos.

El collage fue otra de las conquistas en el arte de Esteban Vicente. Significación de las cosas: no pinta objetos sino los transforma. Esta aparición es fundamental en su proceso creativo; quema sus zonas virginales. En suma, Esteban Vicente es doble secreto: crea pintura y la pintura crea collages. Es decir, la pintura en su concepto total es la única idea moderna. Desde una visión retrospectiva, lo que Esteban Vicente lega como pintor consiste en una lección que enseña cómo acercarse a la abstracción, cómo ser fiel a la composición del cuadro. Si nos enfrentamos a la situación de su evolución estética, la característica fundamental sería ese tránsito: evolucionar. Se trata de óleos, dibujos y collages en transición no sólo en sentido teórico, sino en todos los niveles artísticos. En este sentido, Vicente logró a lo largo de más de setenta años dedicados a la pintura un prodigioso equilibrio entre libertad y sabiduría, expresividad y elegancia, que subrayó de forma prodigiosa, sobre todo en el collage, técnica en la que fue, como dijo en su momento el artista conceptual Donald Judd, "un maestro incomparable, por su independencia y por su especial sensibilidad". Quizá por ello, para Esteban Vicente no era extraño nacer del silencio: es por excelencia el ilusionista del mundo expresionista abstracto. Aunque sea subjetivo afirmarlo.
 
 
EL COLLAGE COMO PINTURA
ESTEBAN VICENTE

Prefiero pensar que el collage es otra forma de pintar, más que un medio definido y limitado. Las dimensiones propias del material determinan la calidad de esta superficie "no pintada". La superficie se construye mediante la adición, creando así un espacio particular que representa una realidad bidimensional.

Para transformar la superficie del papel en un espacio con volumen aplico capas de papel como si fueran las finas capas de pigmento que se emplean en el óleo: superponiendo capas de papel empiezo a encontrar luminosidad, la transparencia. Empiezo a encontrar la superficie en la que se forma la estructura.

Como en la pintura al óleo, la gama de posibilidades del collage es ilimitada. Sin embargo, una de las diferencias más importantes (además de los materiales) es que la naturaleza del collage requiere tomar en consideración el tamaño. La pintura al óleo puede ser heroica; por el contrario, el collage tiene que retener su carácter íntimo original. Incluso se le debe reducir de tamaño; la pintura al óleo puede tener cualquier tamaño, grande y pequeño.

El papel en blanco me invita a depositar en él mi visión, mis sentimientos, me invita a encontrar una nueva realidad plástica. Al igual que al ajardinar la tierra, la superficie se enriquece y se hace más sensual; el área delimitada se hace íntima, luminosa, adquiere entidad, y en algunos momentos parece que vamos a conseguir un grado máximo de satisfacción.

En el collage encuentro una valiosa serenidad y la concreción que son esenciales para la existencia de mi imagen en la pintura.

Reducir lo concreto a lo esencial y retener la frescura y la espontaneidad son dos cosas fundamentales en el arte.