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México D.F. Lunes 26 de abril de 2004

León Bendesky

El fisco

Dice un consejo de manual de administración: "Si usted no es parte del problema ni de la solución, entonces retírese". En la reunión anual que acaban de realizar el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que cumplen 60 años de existencia, no queda muy claro si estas dos instituciones son parte del problema o de la solución de las condiciones económicas de los países de América Latina.

El credo de las políticas que se aplican como condición para recibir financiamientos del FMI y del BM está sustentado en la estabilización de la economía, es decir, prevenir la inflación provocada por el gasto excesivo del gobierno que se expresa en el déficit fiscal y por la política monetaria que permite la expansión del gasto privado y público.

Todo gira en torno de eso. Y todo significa la ampliación del espacio de acción del mercado con la reducción de la presencia pública, especialmente en la inversión. En los países latinoamericanos se cumplió esa tarea en la década de 1990, pero el crecimiento productivo no se consiguió ni se crearon más empleos, no se evitó la fragilidad fiscal ni se esquivaron las crisis, ya fueran por efectos externos o por causas eminentemente internas. En el camino quedaron pendientes muchas cuentas políticas, unas asociadas ucon la corrupción y otras con la pésima gestión de las políticas gubernamentales. Recorrer el mapa de la región de México a Argentina es una colección de aventuras con finales bastante poco alentadores.

Hoy se empiezan a abrir paso las autocríticas en los organismos internacionales, herméticos frente a todo lo que signifique apenas un desacuerdo con su visión de la economía, a la que parece reducirse toda su visión del mundo. Son demasiado débiles y contenidas, llegan a destiempo para reconocer que el sector privado no llena los espacios que deja vacíos el Estado en materia de inversiones productivas ni mucho menos en términos de infraestructura. A destiempo reconoce que las pautas que impone para la gestión fiscal cuando exigen un superávit primario (la diferencia entre los ingresos y los gastos públicos sin contar el pago de los intereses de la deuda) provoca una reducción efectiva de la capacidad de gasto productivo y social del gobierno.

Y se sigue sin admitir abiertamente la evidencia de que las finanzas públicas son frágiles por la carga de los intereses de la deuda pública, que además provoca una concentración del ingreso en favor de los que invierten en ella y significa una contención para reactivar la demanda interna. Ante la debilidad del mercado interno se expone a las economías a la dependencia de las exportaciones y sigue sometiéndolas a los choques externos. Así, el arreglo favorece a las economías más ricas que tienen abasto de fuera a menores costos y acrecienta las ganancias de las empresas globales.

Buena parte de las declaraciones públicas de los funcionarios del FMI son puros lugares comunes, como la conferencia de prensa del 24 de abril que dio el responsable para América Latina el señor Anoop Singh, quien según vayan las cosas adapta por minuto su enfoque de la situación regional. La que sí ve más claro el bulto es la señora Anne Krueger, directora en funciones del FMI. Sabe que la presión en Brasil para Lula es cada vez más grande, pues la gestión fiscal está abriendo serios conflictos políticos para su gobierno. Sabe que en Argentina, la recuperación actual viene luego de una pérdida de 20 por ciento del producto entre 1999 y 2002, y que Kirchner enfrenta la necesidad de restructurar una deuda en bonos públicos del orden de 94 mil millones de dólares, que no se van a poder pagar. La austeridad fiscal ya está poniendo en riesgo la recuperación por carencias en el sector energético y la falta de gas para generar electricidad.

Ambos presidentes, Lula y Kirchner, han cuestionado las exigencias fiscales del FMI y quieren que los gastos en inversión de infraestructura, en programas sociales, ciencia y tecnología y educación no se cuenten dentro del déficit corriente del gobierno. Ello podría dar más campo para atender a esos sectores. El FMI no acepta más que considerar lo que se invierte en las empresas públicas con fines comerciales.

La avenida para negociar y crear un cambio de enfoque no es muy amplia. Las restricciones que tienen esas dos economías son muy claras y se van a manifestar muy pronto, tanto en el crecimiento y la estabilidad como en el conflicto político. El tema fiscal es relevante y vuelve a poner el dedo en la llaga de la gestión de la deuda pública y, sobre todo, de la deuda bancaria del Fobaproa y del IPAB en el caso de México. Aquí el comportamiento de la economía en pleno éxito estabilizador, con cero inflación en la primera quincena de abril, el peso depreciándose frente al dólar y una muy débil recuperación productiva es, cuando menos, curioso. Pero apostemos a la suerte: que en Estados Unidos crezca el sector manufacturero y que no se eleven las tasas de interés. Y, por supuesto, no contradecir los dogmas del FMI.

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