.
Primera y Contraportada
Editorial
Opinión
El Correo Ilustrado
Política
Economía
Mundo
Estados
Migración
Capital
Sociedad y Justicia
Cultura
Espectáculos
Deportes
Fotografía
Cartones
CineGuía
Suplementos
Perfiles
La Jornada en tu PALM
La Jornada sin Fronteras
La Jornada de Oriente
La Jornada Morelos
Librería
Correo electrónico
Búsquedas
Suscripciones

P O L I T I C A
..

México D.F. Jueves 22 de abril de 2004

Soledad Loaeza

La Pasión

Poco hay de bueno en la película La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. No únicamente es una provocación antisemita, sino que desvirtúa el texto de los Evangelios hasta la desfiguración. Estos son sólo algunos de los señalamientos que han hecho teólogos e historiadores que, francamente, nos merecen más credibilidad que Gibson. Entre ellos destacan en Estados Unidos James Carroll y Garry Wills; el primero, ex jesuita, editorialista del Boston Globe, y el segundo, profesor universitario y prolífico autor de obras muy importantes, la más reciente de ellas sobre San Agustín. Ambos han articulado con diferentes argumentos el descontento e incomodidad, cuando no el franco enojo que la película ha inspirado entre los cristianos (incluidos desde luego los católicos) más progresistas en todas partes. Reprochan a Gibson promover una visión medieval de los Evangelios, que al enfatizar la violencia de los romanos en contra de Jesús y concentrar la atención del espectador en el sufrimiento desvincula el sacrificio de la Resurrección. No obstante, para los cristianos y para los católicos post conciliares, ésta es la que otorga su pleno sentido al martirio y a la crucifixión de Jesús.

Es muy probable que las consecuencias políticas de la película de Gibson sean mucho más serias que su efecto religioso, aunque está claro que el fundamentalismo que la inspira es la negación del secularismo que separa política y religión. Sin embargo, antes de abordar el tema de una visión del mundo sin matices, que entiende todo a partir de dicotomías simples -bueno-malo; blanco-negro; ellos-nosotros- hay que reconocer que, como reacción a Gibson, se ha despertado el interés por conocer los trabajos en expansión del estudio interdisciplinario de Jesús y de los orígenes del cristianismo, especialmente del mundo social de Jesús. Los desarrollos recientes en esta materia llevan el nombre de John Dominic Crossan, Marcus J. Borg y N. T. Wright y poseen un poderoso atractivo intelectual, incluso para los no cristianos.

Para estos autores es crucial la distinción entre el "Jesús histórico" y el "Cristo bíblico" o canónico. El primero es el campesino judío de Galilea que vivió en el siglo I; una figura de carne y hueso, que murió; el segundo es el Jesús de una tradición cristiana dinámica al que sus seguidores continuaron experimentando después de su muerte como una fuerza espiritual.

Los avances en el conocimiento del Jesús histórico subrayan la importancia del contexto como un tema general en el área de la historia y de las ciencias sociales. El significado de determinadas palabras o acciones está determinado por el contexto en el que ocurren; por ejemplo, muchas de las más severas incomprensiones de nuestro pasado mexicano se explican porque los interpretamos a la luz del presente o a partir de una situación por completo ajena a aquélla en la que esas palabras o actos tuvieron lugar. (Pensemos únicamente que el vecino Estados Unidos con el que lidió Lázaro Cárdenas no era ni con mucho la grandísima potencia a la que tuvo que acomodarse Miguel Alemán. Sin embargo, la lectura descontextualizada de ambos presidentes ha llevado a juzgar al segundo como un presidente pro yanqui, casi por el puro gusto de serlo.)

A Jesús le tocó vivir un mundo de intenso cambio social y agudas tensiones. La patria de los judíos había sido conquistada por los romanos casi 60 años antes de su nacimiento, y la combinación del dominio romano y las influencias del mundo helénico puso en tela de juicio identidades étnicas limitadas, contrapuestas a visiones más cosmopolitas. La agricultura comercial produjo la dislocación de los campesinos de la tierra; eran tiempos de inquietud e incertidumbre, que produjeron numerosas revueltas ju-días en contra de los romanos. Cuarenta años después de la muerte de Jesús una nueva rebelión concluyó con la destrucción de Jerusalén. Lo que el Jesús histórico nos recuerda es algo que la película de Gibson oscurece: la estrecha relación que vincula al judaísmo con el cristianismo. Este vínculo se deriva de diferentes hechos, por ejemplo, que Jesús era un profeta judío, hijo de madre judía, que predicaba la religión judía.

Históricamente no hay duda de que fueron los romanos quienes crucificaron a Jesús. El historiador francés Jerome Prieur nos recuerda que la cruz era un suplicio romano, que la inscripción en la cruz es una acusación romana, y que en el siglo I son los romanos los que dictan la vida y la muerte de los judíos.

Nada de esto nos deja ver Mel Gibson. El éxito de su película se explica no en sus propios términos, sino a la luz del contexto en el que vivimos: un mundo dominado por una gran potencia cuyo gobierno está en manos de fundamentalistas que también razonan en los términos dicotómicos de Mel Gibson. Su visión de la Pasión de Cristo alimenta la intolerancia y la incomprensión que está convirtiéndose en el sello de toda una época en la vida de Estados Unidos y, en un descuido, del mundo entero.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año
La Jornada
en tu palm
La Jornada
Coordinación de Sistemas
Av. Cuauhtémoc 1236
Col. Santa Cruz Atoyac
delegación Benito Juárez
México D.F. C.P. 03310
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Email
La Jornada
Coordinación de Publicidad
Av. Cuauhtémoc 1236 Col. Santa Cruz Atoyac
México D.F. C.P. 03310

Informes y Ventas:
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Extensiones 4329 y 4110
Email