La Jornada Semanal,   domingo 18 de abril  de 2004        núm. 476

Macbeth, el niño

Carlos Fuentes

Macbeth es una canción de cuna perversa. La mujer y el hombre no están unidos tanto por el sexo como por la complicidad y por la protección que la madre le debe al hijo. "Unsex me", exclama la mujer. Despójame de sexo para que sólo sea cómplice y protectora de las maldades de mi hijo. Las travesuras de este hombre-niño son juegos de muerte que, a veces, Macbeth parece no distinguir de la realidad. Su goce –propio de la infancia– es imaginar el acto. Los miedos presentes, dice, son menos terribles que la imaginación. El acto criminal jamás está a la altura de la fantasía criminal. Lady Macbeth asume la actualidad del crimen y sus consecuencias. Maternalmente, escuda a su marido-niño del castigo. Cuando el fantasma del asesinado Banquo se aparece en el banquete, su asesino, Macbeth, cae presa del terror, pierde toda compostura, ha visto al "coco". Es lady Macbeth la que se pone de pie y le asegura a los comensales que Macbeth "siempre ha sido así, desde su juventud". Pudo decir: desde su niñez. Macbeth es un desconocido para todos, menos para su mujer-madre. Jamás se dirige al público, como Hamlet. No sabe que nosotros estamos allí. Sus crímenes los comete en secreto, como un juego de escondidillas. Shakespeare convierte a Macbeth en el público de sí mismo. Pero si no vemos sus actos, sí vemos su conciencia. "Todo lo que dentro de él se encuentra, se condena a sí mismo por hallarse allí." Quisiera tener otro destino. Habla con ingenua ternura de su destino natural, una sucesión en el tiempo, "honor, amor, obediencia, ejércitos de amigos". La muerte natural también.

Sabe que el destino le negará todo esto por dos razones. Porque el niño que es carece de ética y no lo sabe. Macbeth no es un cínico. Es un inocente. Sólo teme, como los niños, al castigo, al descubrimiento de una travesura suprema: el asesinato. Contra esta debilidad lo protege su mujer, madre y nodriza. Lady Macbeth, la que literal y figurativamente se arranca el sexo para cumplir, en pureza, su papel: arrullar, mecer la cuna. Pero el lecho de los Macbeth está bañado en sangre y la sangre impide el sueño. Como si su cuerpo sin sexo fuese fuente de una monstruosa menstruación perpetua de la cabeza a los pies. Lady Macbeth no puede limpiar a Macbeth porque tiene las manos sucias. Ni siquiera "todo el océano del gran Neptuno" se las lavará. ¿Cómo va a mecer la cuna del niño-asesino con las manos manchadas? ¿Cómo va a arrullar al eufórico asesino que, careciendo de remordimiento, no puede escapar, sin embargo, a su segunda razón de insomnio: la profecía de las brujas?

Sangre o insomnio. "Macbeth, has matado al sueño." La nana que no puede arrular al niño malvado se vuelve, ella misma, sonámbula. Muere con los ojos abiertos. Deja solo en la selva de su ignorancia moral al asesino secreto, pues sólo Macbeth conoce los crímenes de Macbeth y si el mundo –Malcolm, Macduff– actúa contra él, es porque lo considera usurpador y tirano, no asesino. En el espectacular final de la versión fílmica japonesa, Trono de sangre de Kurosawa, el Macbeth de Toshiro Mifune termina clavado al muro de la muerte, como una mariposa feroz, por la lluvia de lanzas del bosque de Birnam convertido en ejército vengador. Macbeth, el niño asesino, sólo sabe que las brujas siempre dicen la verdad, las madres nos consuelan con mentiras, y las mujeres son indispensables cómplices. Sin Lady Macbeth, la suerte trágica de Macbeth está sellada. Ella lo ha protegido de su propia candidez. El crimen no es un juego infantil. "Tu cara, señor, es un libro en el que se pueden leer extrañas materias", le advierte la mujer al hombre: "Mira derecho." Con razón exclama Macbeth que la mujer "debió morir más tarde". Finalmente, vemos en escena a un huérfano que ha matado al sueño y que, sin madre y nodriza, jamás beberá "la leche de la bondad humana". Leche y sangre son los líquidos que corren por la tragedia de Shakespeare y por la ópera de Verdi. Sangre y leche se secan. El escenario queda vacío, con la excepción de un loco que cuenta una historia llena de rumor y de furia, "que significa nada".