Jornada Semanal, domingo 18 de abril  de 2004       núm. 476

MARCO ANTONIO CAMPOS
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LA VUELTA
¿Por qué Dios me
hace sufrir estas cosas?
El libro de Job
A Nahum Megged

 La diáspora de siglos y el regreso de millones de judíos a la tierra de Israel es de alguna manera una metáfora de la vida azarosa y aflictiva de un hombre que representa a todos los judíos, o aun, si se quiere, una nueva lectura del hijo pródigo.

Luego de ser destruida su ciudad, un joven emigra y viaja innumerablemente llevando por países de Europa, América, Asia y África unos pocos enseres para la sobrevivencia y apenas un libro como consolación. El hombre es continuamente humillado y ofendido, y una y otra vez comprende, bebiéndose hasta las heces la copa acre de los agravios y las vejaciones, que todo es vanidad y aflicción de espíritu, pero aun así conserva el libro y lo lee para mirarse en Dios, para conversar con Él en un diálogo donde sólo las páginas responden, e interpreta con abnegado detalle cada palabra y cada letra tratando de dejar lo menos posible a la imaginación o a la ventura.

Pasan los días, pasan los años, y poco a poco, en numerosas tierras ajenas, va encontrando hombres y mujeres de la misma etnia que han huido igualmente del desamparo familiar y de la pérdida del reino. A cada nueva ciudad que llega alza con ellos el templo para leer el libro y no alejarse de ese Dios único que les ha puesto las más terribles pruebas.

Pero cierto día de cierto mes de cierto año, en las postrimerías del otoño de su vida, fatigado de las humillaciones y vejaciones, regresa con el libro a la ciudad que lo vio nacer y crecer, una ciudad que ha sido desecha y rehecha numerosas veces, y cree y siente, que puede empezar una nueva vida, que puede rehacer su ciudad y rehacer el templo, pese a la hostilidad de los hombres de los pueblos que rodean la ciudad, quienes tienen tantos derechos como él de habitarla, pero que él ni ellos, están dispuestos a sacrificarse y a compartir la escasa tierra.

Y comienza los nuevos trabajos, logra edificar su casa, logra verdecer la tierra árida, logra que crezca en el desierto el trigo, logra que en el jardín tengan fruto el níspero y el naranjo, la vid y el almendro, logra beber de nuevo el vino de los odres nuevos en el llamado de la vendimia, logra sobre todo no ser humillado y afrentado, pero, ay, no halla la paz y piensa a la hora del rezo o antes de dormir, que tardará mucho en que la paz llegue, o lo más probable, que la paz nunca llegará.