La Jornada Semanal,   domingo 18 de abril  de 2004        núm. 476
El primer libro de Borges

Antonio Cajero

Aun con la resaca del ya no tan reciente centenario, los estudiosos de Borges olvidaron que este año se cumplían ochenta años de la edición princeps de Fervor de Buenos Aires (1923), un libro que, como se verá adelante, ha llegado demasiado depurado a la edición definitiva de la Obra poética (1977 y sus reediciones sucesivas). Al menos, hace diez años Alberto Casares publicó una edición facsimilar del este poemario (también de trescientos ejemplares) que, como aquélla, se ha vuelto una verdadera joya bibliográfica. Ahora, nada.

Hablar de la primera edición de Fervor implica una labor casi arqueológica, debido a los múltiples avatares de un verso, un poema o de una serie de poemas que se hallan repetidos en una suerte de espejos encontrados y, como Teseos redivivos, nos ponemos a buscar la salida de ese laberinto verbal. Esta labor de volver a la edición original permite reconsiderar, y posiblemente reconstruir, la imagen que de sí mismo promovió Borges: según él, entre su obra primera y la de madurez habría una suerte de continuidad sólo separada por los años, como puede corroborarse en varios escritos y entrevistas, por ejemplo en el prólogo escrito para Fervor de Buenos Aires en 1969:

No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente –¿qué significa esencialmente?– el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos devotos de Schopenhauer, de Stevenson y de Whitman.
Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Y en su autobiografía comenta:
El libro era esencialmente romántico, aunque estaba escrito con un estilo escueto y abundaba en metáforas lacónicas. Celebraba los atardeceres, los sitios solitarios, los rincones desconocidos; se aventuraba hasta la metafísica de Berkeley y hasta la historia familiar; registraba primeros amores [...] Y sin embargo, mirándolo ahora en perspectiva, creo que nunca me aparté mucho de ese libro. Siento que todos mis textos siguientes simplemente han desarrollado temas que estaban inicialmente allí; siento que durante toda mi vida he estado reescribiendo ese único libro.
Esta imagen de un Borges que "[ha] estado a punto de escribir lo que escribiría treinta o cuarenta años después"* , sin embargo, se halla muy lejos de aquel joven radical que negaba la existencia de un yo de conjunto y, por lo tanto, de la individualidad personal.

Además, Borges dijo en diversas ocasiones que se sonrojaba cuando hablaba de sus primeros libros, y defendía su actitud de corrector obsesivo como un "derecho a modificar" que todo escritor puede ejercer:

Hay cosas que yo no puedo firmar ahora porque me daría vergüenza hacerlo. Como decía Lane de algunos cuentos de Las mil y una noches: ciertos cuentos muy indecentes no podrían ser modificados sin destrucción. Pero si acaso pueden ser purificados sin destrucción, si puede mejorarse un epíteto, ¿por qué no hacerlo?
Tales declaraciones, por un lado, han influido en los críticos, quienes han seguido las palabras de Borges al pie de la letra y, por otro, sirven de velo entre el Fervor de 1923 y el de la Obra poética. Eduardo García Enterría es un ejemplo paradigmático al respecto, pues niega el valor de la poesía juvenil de Borges y exalta la obra de madurez sin más argumentos que la descalificación: "la bochornosa flaqueza de sus primeros versos", y contrasta: "en este nuevo Borges no hay delirios, ni alucinaciones, ni ebriedad, como no fue infrecuente que ocurriese en su juventud ultraísta"; o bien: "La nueva poesía con que rompe a andar el viejo Borges, desdeñando el camino de gloria que ha consolidado en su prosa, es preferible en absoluto a su juvenil actividad poética."

Mi percepción es distinta, porque en Fervor es posible rastrear lo que ulteriormente será Borges, no tanto en una relación de causa-efecto o como si entre sus primeros versos y los últimos apenas hubiera un sesgo estilístico que se pudiera uniformar con las sucesivas correcciones. Es preciso hacer un corte sincrónico en 1923 para situar el quehacer poético del primer Borges en su justa dimensión; de esta manera se descubrirán los artificios que el Borges maduro empleó para modificar la imagen de sus inicios, además de que puede estudiarse cada uno de sus primeros libros de poesía de manera independiente (pues las concepciones estéticas entre uno y otro saltan a la vista) y no como parte de una obra más vasta a la que se le quiere encontrar la unidad a toda costa. Lo que hoy debe entenderse es que cuando alguien lee Fervor en alguna de las ediciones de Poemas o de Obra poética, no sólo lee la edición de 1923, sino también la 1943, 1954, 1958, 1962, 1964, 1966, 1967, 1969, 1972, 1974 ó 1977 de manera simultánea.

Ahora bien, Borges es consciente de que al modificar su obra también modifica su propia imagen, por ello cuando decía que quien escribió Fervor fue otro Borges sin duda tenía razón, pero también era una manera de ocultar esa reactualización de su poesía mediante la reescritura, para volverla cada vez más homogénea y de acuerdo con sus principios estéticos del momento:

El gran poeta William Butler Yeats hacía lo mismo [corregir sus poemas]. Por eso sus amigos le dijeron que no tenía derecho a modificar sus older poems, y él les respondió: It is myself that I remake, es decir, al modificarlos yo mismo me estoy rehaciendo.
GUILLERMO SUCRE COMENTA QUE "lo que asombra en estos textos iniciales no es, por supuesto, el estilo con frecuencia pintoresco; ni siquiera el humor. Lo que asombra es la inexorable correspondencia que tendrán sus ideas con la obra escrita luego", porque la mayor parte de los cambios que Borges practicó en los poemarios de la década del veinte tienen que ver más, en un sentido muy rupestre, con la forma y los medios (lo que equivaldría al estilo) que con el contenido: por una parte, ahí están ya las preocupaciones metafísicas heredadas de Berkeley y Schopenhauer, los héroes familiares, los sitios primordiales como el arrabal y la pampa, los patios y la preferencia por los hechos pasados; pero, por otra, según las estadísticas de Tommaso Scarano, Borges suprime casi el cuarenta por ciento de los versos de la edición de 1923, y eso no es todo: el cuarenta y seis por ciento de los versos que se conservaron fueron objeto de correcciones sustanciales, es decir, sólo ha llegado a la Obra poética el veinticuatro por ciento de los versos de la primera edición; con Luna ocurre algo semejante, porque elimina cerca del sesenta por ciento de los versos de 1925 y de los que sobrevivieron al escrutinio el cuarenta y cinco por ciento sufrió algún cambio, esto es, sólo respeta el veintitrés por ciento de la edición original; por último, Cuaderno es el que menos alteraciones presenta, pues mantiene el sesenta y cinco por ciento de sus versos en la lección original de 1929.

Ante tal cantidad de modificaciones, que en ocasiones consisten en suprimir poemas completos, puede decirse que varios de éstos adquieren el estatuto de casi desconocidos; esto también se debe a las tiradas tan reducidas de las primeras ediciones, pues ninguna rebasó los trescientos ejemplares. El caso de Fervor es muy particular porque, como refiere a Jacobo Sureda en carta del 29 de mayo de 1922, Borges pensaba darlo a la imprenta en Alemania:

Sigo escribiendo el libro metafísico-lírico-gualicheante-confesional, que pienso imprimir allá en la tierra de don Arturo, alias Schopenhauer. La idea de verte me reconcilia con la vuelta a Europa. Ya te conté quizás que estoy enamoradísimo –así, como suena– de una muy admirable niña de diez y seis años, sangre andaluza, ojazos negros y una grata y apacible serenidad, con mar de fondo de ternura. Me duele dejarla.
El plan, sin embargo, tuvo un desenlace distinto, porque debió imprimirlo unos días antes de partir nuevamente para Europa. Borges hace un recuento de esta publicación en Un ensayo autobiográfico, aunque no es del todo fidedigno:
Escribí esos poemas en 1921 y 1922, y el volumen apareció a comienzos de 1923. El libro, de hecho, se imprimió en cinco días. Hubo que apresurar la impresión, pues tuvimos que regresar a Europa, ya que mi padre quería consultar a su médico de Ginebra acerca de su vista. Yo había previsto sesenta y cuatro páginas, pero el manuscrito resultó ser muy largo y en el último momento debieron dejarse fuera cinco poemas, afortunadamente. No puedo recordar nada sobre ellos. El libro se hizo con cierto espíritu infantil. No hubo corrección de pruebas, ni se hizo sumario, y las páginas iban sin numerar. Mi hermana hizo un grabado en madera para la portada y se imprimieron trescientos ejemplares.
Enseguida comenta los métodos de distribución que, sin duda, buscan borrar la urgencia de fama de quien se convertiría en el escritor más influyente de la literatura argentina del siglo xx:
Nunca se me ocurrió, por ejemplo, mandar ejemplares a los libreros o a los reseñistas. La mayor parte los regalé. Recuerdo uno de mis métodos de distribución: habiendo notado que muchas personas que iban a la oficina de Nosotros [...] llevé cincuenta o cien ejemplares a Alfredo Bianchi. Bianchi me miró con asombro y dijo: "¿Espera que venda estos libros?". "No", contesté, "aunque los he escrito, no estoy enteramente loco. Pensé que podía pedirle que deslizara algunos en los bolsillos de esos abrigos que están colgados allí". Generosamente, lo hizo.
Acaso por la distancia temporal entre estas declaraciones y los hechos referidos o por una intención deliberada, Borges incurre en imprecisiones que, de alguna manera, pueden determinar la recepción del poemario, porque hace parecer que éste fue resultado de un trabajo unitario; pero no es así: como muchos de sus libros, Fervor reúne materiales heterogéneos de diversas épocas, y no sólo de 1921-1922, pues en 1999 Alejandro Vaccaro publicó una nota en la que comenta la existencia de un manuscrito de 1914 con sucesivas reelaboraciones hasta 1919: se trata de "Montaña de gloria", un tríptico dedicado a lo héroes familiares de Borges y constituido por "Inscripción sepulcral i", "Inscripción en cualquier sepulcro" e "Inscripción sepulcral ii", títulos de poemas que pasaron a formar parte de Fervor; además, "Llamarada" tiene inscrito al pie la fecha de 1919 y fue publicado originalmente en 1920 con el nombre de "La llama" (Grecia, 41). Podría decirse, entonces, que entre 1921 y 1922 Borges redactó la versión definitiva de varios poemas para la primera edición de Fervor, pero no que escribió todos los textos durante esos dos años.

También mezcla poemas ya publicados en revistas, aunque con variantes, con otros totalmente inéditos; entre aquellos que vieron la luz antes de su inclusión se encuentran: "Sala vacía" (Ultra, 1922, núm. 22: "Prismas: Sala vacía"); "Arrabal" (Cosmópolis, 1921, núm. 32); "Llamarada" (Grecia, 1920, núm. 41: "La llama"); "La noche de San Juan" (Proa, 1922, núm. 1: "Noche de San Juan"); tres estrofas de "Sábados": "Sábado" (Nosotros, 1922, núm. 160 y en Manomètre, 1922, núm. 2), "Atardecer" (Manomètre, 1923, núm. 4) y un poema que, curiosamente, ninguno de los estudiosos y editores del primer Borges ha señalado como parte de Fervor, "Tarde lacia" (Tableros, 1922, núm. 4); "Forjadura" (Proa, 1922, núm. 2); "Atardeceres" (primera estrofa: Prisma, 1922, núm. 2: "Atardecer"; segunda estrofa: Ultra, 1921, núm. 14: "Atardecer") y la primera estrofa de "Campos atardecidos" (Prisma, 1921, núm. 1: "Aldea").

Como se observa, de los cuarenta y seis poemas que forman parte de Fervor, al menos ocho tienen su antecedente en revistas de la época y, puede decirse, no fueron escritos ex profeso para el poemario, además de tres cuya fecha de composición se remonta a 1914-1919: casi una cuarta parte.

La fecha de publicación de este primer libro de Borges no fue "a comienzos de 1923", sino en julio de 1923, según pesquisa de Carlos García, pocos días antes de zarpar hacia Europa (el 21 del mismo mes). Ahora bien, respecto de los medios de autopropaganda, Borges se aplicó para hacer llegar ejemplares a sus amigos de Europa, Argentina, Chile y Uruguay, y hubo hasta un anuncio de venta de Fervor en la revista Inicial (un peso); el Borges maduro, por el contrario, muestra cierta despreocupación cuando habla de las reseñas que se han escrito sobre Fervor cuando vuelve por segunda vez de Europa: "Cuando volví después de un año de ausencia, encontré que algunos de los dueños de los abrigos habían leído mis poemas y que unos pocos incluso había escrito algo sobre ellos. De hecho, sí fue como me labré una modesta reputación de poeta". La difusión de su obra hizo efecto, ya mediante la intervención de Bianchi, ya mediante el envío de ejemplares a escritores conocidos, pues entre 1923 y 1924 apareció una docena de reseñas sobre Fervor: Juan Torrendell, Rafael Ortelli, Rafael de Diego, V. Llorens y un reseñista desconocido escribieron desde Buenos Aires; Julio J. Casal, desde La Coruña; Pillement, desde París; Salvador Reyes, desde Santiago de Chile; Pedro Leandro Ipuche, desde Uruguay y desde España Ramón Gómez de la Serna, Enrique Díez-Canedo, Rafael Cansinos-Assens y Manuel Abril. Aunque podría argüirse que envió el libro en un plano amistoso, pues casi todos ellos eran sus amigos, la intención de Borges es clara porque también son escritores o críticos literarios: trascender geográficamente y "labrarse" una fama a partir de firmas autorizadas como la de Gómez de la Serna o la de Díez-Canedo, cuya reseña por cierto envió Borges a Nosotros, después de haber aparecido en Madrid, para su reproducción.

Hasta hace pocos años casi nadie acudía a las primeras ediciones de los tres poemarios publicados entre 1923 y 1929. Antes bien, puede decirse que la soltura con que se han utilizado las diversas ediciones de la Obra poética a partir de 1943 ha impedido ver el estado original de los textos; pero como Borges ha dejado múltiples huellas, desde por lo menos la última década los estudiosos han recurrido a las casi inconseguibles primeras ediciones, aun en contra de la decisión de su autor, y han dado cuenta de un Borges otro, del otro Borges.

Para finalizar con esta breve noticia sobre la edición princeps de Fervor..., me gustaría reproducir dos poemas en su estado original que, si no son los mejores del poemario, sí revelan el estilo heterogéneo y en ebullición del joven Borges: uno, diríase, es un homenaje a su ascendencia judía por línea materna y otro, un poema hecho a base de imágenes, procedimiento del que Borges abominaría inmediatamente después de la aparición de Fervor:

Judería

Quejas que nunca cesan se alzan las anhelantes paredes
Paredes tan escarpadas que han caído en lo profundo
  los hombres.
Desangradas antaño en vanas palabras hoy
  se cicatrizaron las bocas
Mudas como el harapo de infinito que las aristas de los
  aleros ahorcan
Y que se arrodilla en los ojos por donde el miedo está
  espiando,
Mientras en el gesto de la resignación las otoñales manos
  se aflojan
Y las plegarias rotas se despeñan desde el firmamento
  implacable.
Con las alas plegadas los kerubim han suspendido
  el aliento.
Ante el portón la chusma se ha vestido de injurias como
  quien se envuelve en un trapo.
Dios se ha perdido y desesperaciones de miradas
  lo buscan.
Presintiendo horror de matanzas los mundos han
  suspendido el aliento.
Alguna voz invoca su fe: "Adonái iejad" –"Dios es uno"
Y arrecia la muchedumbre cristiana con un progróm
  en los puños.

(Este poema desaparece de Fervor en 1954.)
 
 

Alba desdibujada

Se apagaron los barcos
en el agua cuadrada de la dársena.
Las periódicas grúas relajan sus tendones.
Los mástiles se embotan en el cielo playo.
Una sirena ahogada pulsa en vano
las cuerdas de la distancia.
La ceniza de adioses aventados
va agostando el paraje
y es un pañuelo en despedida
la gaviota que pasa
rozando con las alas
las hachas de las proas que talan la foresta
de los mares.
En previsto milagro
la aurora despeñada
rodará de alma en alma.

(Suprimido de Fervor en 1943.)
 * Así se expresaba en una entrevista con Tita Guibert: "Creo que estoy en ese libro, y que todo lo que he hecho después está entre líneas en él. Me reconozco más que en otros libros, aunque no creo que el lector pueda reconocerme. Pienso que ahí he estado a punto de escribir lo que escribiría treinta o cuarenta años después." (Jorge Luis Borges, ed. de Jaime Alazraki, Taurus, Madrid, 1987, p. 338).