Jornada Semanal, domingo 18 de abril de 2004        núm. 476

PUERTO RICO Y MÉXICO (IV de V)

Valleinclanesco en el fondo de su alma y de su estilo, barroco caribeño, erudito sin asomo de pedantería, pozo de ciencia literaria, cálido y lejano, Luis Rafael Sánchez escribe sobre su pueblo y para su pueblo. Escritor mayor de la isla, mezcla ironía y compasión para urdir la hermosa saga de su poca tierra, mucho mar, y su entrañable gente que, como decía Palés, "se muere de nada". Guarachas y machos camachos, importantes danieles santos, jueyes de pinzas ominosas aterrorizando a las azafatas rubias y a los bien nutridos pilotos de la "guagua aérea", virtuosas prostitutas negras capaces de bondades metafísicas, niños duros y gárrulos (como los de la barriada meridional de Passolini) defendiendo su vida en las calles de la violencia; políticos melifluos y embaucadores, héroes populares... por esos caminos anda la prosa multicolor de ese maestro de nuestra lengua que ama los fantasmas cinematográficos del subcontinente y sobre ellos escribe con palabras celebratorias y estrictas, pues su barroquismo es de estirpe sorjuanesca; da siempre en el blanco y nunca se pierde en el laberinto. Se hermana con Palés, Walcott, Naipaul, Carpentier, Cesaire, Lezama Lima, Cabrera Infante, Sarduy y Arenas en la danza lingüística antillana.

José Luis González, novelista, ensayista, cuentista, maestro y luchador que tanto reflexionó sobre la cultura y el porvenir de Puerto Rico, nos entregó en su País de cuatro pisos un testimonio lúcido y un conjunto de actualísimas observaciones sobre el ser insular. Su crónica novelada sobre el desembarco norteamericano en Guánica es uno de los textos más hermosos, irónicos y compasivos sobre el llamado "cambio de soberanía".

Edgardo Rodríguez Juliá, educado en colegios católicos que le enseñaron el pecado y su correspondiente sentimiento de culpa, es un narrador de pulso seguro, sarcástico y arriesgado en sus muy personales estructuras novelísticas. Su "Niño Avilés", los personajes que giran en su ronda de Cartagena y sus crónicas sobre la cultura popular con sus boleros, salsas, bailes de estirpe africana, refinamientos incomprensibles para las clases medias y vulgaridades influidas por la zafia sociedad consumista de la metrópoli son algunos de sus principales temas.

Díaz Valcárcel, en sus últimos trabajos, describe el Puerto Rico financiero, diseñado por las compañías multinacionales y americanizado, en algunos casos a regañadientes y por razones de sobrevivencia y, en otros, con la obsequiosidad de los capataces que suelen ser más fríos e implacables que los mismos propietarios. Así como los "ilegales" mexicanos huyen despavoridos del "migra" chicano y prefieren entregarse a un despectivo "wasp", los "puertorricans" procuran tener pocos tratos con los burócratas federales de su propia raza, color y cultura.

Mayra Montero, Ana Lydia Vega, Magali García Ramis, Rosario Ferré y Olga Nolla son las narradoras más notables de la más femenina de todas las islas. Mayra, desenfadada y rigurosa, escribe con humor inteligente y sin impostaciones; Ana Lydia ha venido construyendo su novela-río con audacia formal e imaginación "bien temperada", y Magali nos entrega testimonios en los que brilla un estilo puesto al servicio de las fantasmagorías de la memoria.

La crítica de las literaturas puertorriqueña y "neorrican" (la que se hace en el bariio de "Loisaida") tiene en Carmen Dolores Hernández a su afectuosa, insobornable e inteligente ordenadora. Desde siempre, las mujeres de Puerto Rico han sido brillantísimas críticas y animadoras culturales. Pienso en Concha Meléndez, Nilita Vientós, Margot Arce, Luce López Baralt, notable arabista y sanjuanista, tanto por su ciudad como por San Juan de la Cruz, Mercedes López Baralt, palesiana, arguediana y perezgaldosiana, y María Vaquero, vigilante de la salud del idioma. Arturo Echavarría, borgiano integral, Juan Gelpí, Efraín Barradas, Rodríguez Vechini, Julio Marzán y, fundamentalmente, Arcadio Díaz Quiñones, han sabido armonizar las cualidades de lo puertorriqueño con lo mejor de los métodos de la cultura académica de Estados Unidos.

Luis Trelles, por su parte, cubre con su talento y erudición inagotables, todos los aspectos de la historia del cine.

(Continuará.)

 
HUGO GUTIÉRREZ VEGA