Jornada Semanal,  18 de abril de 2004         núm. 476

ANA GARCÍA BERGUA

LA LIBERTAD IMAGINARIA
DE JOSÉ DE LA COLINA

Hace poco se celebraron en Bellas Artes los setenta años de José de la Colina, maestro de prosistas si los hay en este país. En aquella celebración, que también presidieron Eduardo Lizalde y Huberto Batis, Adolfo Castañón dijo que la obra de José de la Colina –de Pepe, como cariñosamente le decimos muchos– se encuentra en gran medida dispersa en los muchísimos suplementos y revistas en que ha participado este animador de la vidita literaria, como él la llama, de la que es una parte fundamental, si acaso silenciosa, pues no es en absoluto proclive a la verborrea larga que a todos nos ataca nada más nos conceden una página con escaparate. Desde el suplemento de Fernando Benítez hasta El semanario de Novedades, pasando por el Plural y la Vuelta de Octavio Paz, o en el suplemento de Milenio donde actualmente colabora, los cuentos, ensayos, crítica de cine e ideas de José de la Colina han estado siempre presentes como un recordatorio de lo que debe ser la buena prosa y la verdadera originalidad literaria. No sé si por autocrítica excesiva, nos ha regalado a sus lectores y admiradores pocos libros, todos ellos impecables y de una lectura francamente deliciosa (y que me perdone por favor estos adjetivos tan poco originales pero sinceros mi maestro del Semanario Cultural de Novedades, cuyas indicaciones para aquellos que nos habíamos aficionado al "asterisco", peculiar género de su invención, eran una pequeña escuela para quien la supiera aprovechar).

Sus primeros libros de cuentos ya no se consiguen: sus cuentos de Cuentos para vencer a la muerte (1955), Ven caballo gris (1959) y La lucha con la pantera (1962) se encuentran en La tumba india, que publicó el fce en 1986, y que hallé en una librería de segunda mano. A su vez algunos de ellos, corregidos y reducidos más que aumentados, o mejor sería decir concentrados y perfeccionados, aparecen en su Tren de historias (Aldus, 1998), que contiene sus cuentos más notables, entre los que se cuenta el famosísimo sobre los músicos del Titanic, el de Scherezada, Billet doux, y unos que son mis preferidos: "Gato trepado", "El partenaire de Leda", desde luego "La tumba india", "Marca La Ferrolesa" y "Tongolele en el cielo", amén de otras sabrosuras. En 2001, José de la Colina publicó Libertades imaginarias, también en editorial Aldus, donde reúne algunos de sus muchos ensayos, en los que da rienda suelta a aquella curiosidad verdaderamente juguetona y sorprendente, bien "estilizando" de diversas maneras su pequeña joya Billet Doux, à la Proust, à la Hamlet, à la Octavio Paz, entre muchos; bien obsequiando al lector con sus lecturas y ensayos sobre los incipit, sobre el tartamudeo en la poesía, sobre Cri Cri, sobre Cervantes, sobre sus hermanos literarios Gerardo Deniz y Pedro Miret; bien aplicándose a una historia de la adivinanza o del palindroma, o a una monografía verdaderamente apasionante sobre los libros fantasmas que sólo existen en otros libros. Es curioso que la lectura de los cuentos y los ensayos de Pepe deja un poco la misma sensación de haber estado en el mismo género; es decir, de haberse borrado la distinción entre cuentos y ensayo literario, pues tan profundamente rasca en ambos sobre la materia misma de la literatura, aquella sorpresa tan grande ante los libros y ante el mundo, que en el fondo las distinciones no importan: son en su caso siempre letra y música, el gozo de un trapecista dando giros en el aire, jugando mientras escribe. Los textos de José de la Colina nos hacen ver que las llamadas curiosidades literarias son en realidad la literatura misma, que el sentido de la literatura es suscitar la curiosidad. Dueño de una cultura amplísima y singular, y de un dominio verdaderamente ingenioso de la lengua, admirador de Ramón Gómez de la Serna (a quien por cierto él se ha preocupado por dar a conocer y difundir aquí), José de la Colina mezcla toda clase de mitos antiguos y contemporáneos y en todos halla la nota insólita, aquella que pertenece de manera íntegra al camino de quien cultiva la letra con injertos de sarcasmo muy profundo, el de quien ha dado ya tantas vueltas al surco que sabe dónde podrán surgir las flores más deslumbrantes.

En la celebración de los setenta años de Pepe, quedó en el aire la tarea de reunir su obra dispersa en la vida cultural mexicana de las últimas tres o cuatro décadas. Habrá que ponerse ya a semejante tarea, pues no hay que dejar pasar el siglo, y el interés, y el cumpleaños, sin guardar en libros toda la obra de este gran maestro de la brevedad.