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México D.F. Domingo 18 de abril de 2004

Carlos Bonfil

Elefante

A la trayectoria fílmica de Gus Van Sant la caracterizan sus grandes altibajos, desde su sorpresiva incursión en el cine comercial, a finales de los años 90, con Mente indomable (Good Will Hunting) y Descubriendo a Forrester, hasta su retorno actual en Elefante, y en la aún inédita Gerry, a una manera muy independiente y original de hacer cine, la que fuera su primera forma en Mala noche, de 1985, trabajo poco conocido, o en Mi camino de sueños (My own private Idaho), de 1991. El cronista de las comunidades marginadas y los comportamientos extremos, de la adicción a las anfetaminas o al éxito televisivo (Drugstore cowboy, Todo por un sueño), ofrece ahora su visión muy personal de la matanza perpetrada por dos adolescentes en la escuela preparatoria de Columbine, en Littleton, Colorado, en abril de 1999, que cobró la vida de 13 personas, entre maestros y alumnos.

En su tránsito de la realidad a la ficción, el cineasta ubica la trama en una preparatoria de Portland, altera los nombres de los protagonistas, esboza personajes secundarios en subtramas mínimas, y conserva en esencia lo registrado por los medios el día de la matanza. Conocido ampliamente el desenlace trágico, Gus Van Sant se concentra durante más de una hora (la cinta dura apenas hora y 20 minutos), en reproducir el clima escolar, capturar los movimientos de los alumnos por los corredores, cafetería, baños o biblioteca, y registrar fragmentos de sus conversaciones, algún ejercicio de video amateur, el ritual bulímico de tres jovencitas, o el anuncio a un alumno del desastre inminente.

Nada de esto se narra de modo convencional. La cinta progresa por saltos y retrocesos temporales apenas perceptibles, con la repetición de una misma escena desde ángulos distintos, en un tiempo casi real, aunque continuamente dislocado, todo en un compás de espera subrayado por los largos travellings de rastreo en los pasillos, con la cámara al hombro apuntando, premonitoriamente, a la nuca de los alumnos, colocando al espectador en medio de estos desplazamientos media hora antes de la matanza. Hay un flash-back que rompe con este imbricado entrecruce de acciones alternas, y que informa sobre los preparativos del atentado, la compra de armas por Internet, el diseño gráfico del plan, y la despedida casi amorosa bajo una ducha compartida.

El control del director es absoluto. Las claves de interpretación del acto criminal están ahí, dispersas, y lo mismo podrían ser sociológicas (influencia de los video-juegos, referencia al nazismo, libre acceso a las armas de fuego), que sicológicas (atracción homoerótica, confusión afectiva, resentimiento por maltrato escolar), o de índole apocalíptica (irrupción insidiosa del mal, nubes ominosas en el firmamento). Gus Van Sant no se demora sin embargo en ninguna de ellas, por lo que más de un crítico ha tachado a su cinta de gratuita e irresponsable. ƑQué sucede entonces? Lejos de interpretar y explicar la violencia, el realizador busca sugerir sus zonas oscuras, insondables, y para ello elige el referente de Elefante, mediometraje silente del británico Alan Clarke, realizado en 1989 para la BBC, sobre el conflicto irlandés. ƑCómo entender la espiral terrorista del ERI? ƑCómo capturar todo el horror de la violencia, sin palabras, con la mera sucesión de los actos criminales en toda su desnudez y desmesura? Van Sant compara esto al esfuerzo de un invidente por imaginar y entender la dimensión y naturaleza de un elefante, cuando sólo puede tocar una parte de su conjunto. El acto terrorista, ese gesto irracional, es de igual modo incomprensible para quienes lo presencian y padecen, en Columbine, en Belfast, o en una estación de trenes, y ese elefante, símbolo de lo inabarcable, es el que ronda por los pasillos de la preparatoria donde está a punto de ocurrir lo impensable.

Michael Moore hizo el análisis y los señalamientos pertinentes sobre lo ocurrido aquel 20 de abril en el poblado de Littleton, en su vigoroso documental Masacre en Columbine (Bowling for Columbine). Gus Van Sant dio el paso siguiente y exploró, entre la ficción y el docudrama, y con una gramática visual agilísima y envolvente, la irracionalidad de un acto criminal totalmente gratuito. El resultado es espléndido. El realizador de Mi camino de sueños demuestra estar hoy en su mejor forma, en el goce total de su independencia y su solvencia artística.

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