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México D.F. Domingo 18 de abril de 2004

Angeles González Gamio

San Pedro de los Pinos

Ya hemos comentado que a mediados del siglo XIX la ciudad de México, que entonces abarcaba el espacio que ahora llamamos Centro Histórico, comenzó a expandirse, en parte por la presión que ejercía la gente que llegaba del campo y de otras ciudades de la República en busca de una vida mejor y, por otro lado, por el deterioro de los vastos inmuebles virreinales, que ya no satisfacían el nuevo modo de vida, que comenzaba a copiar modelos europeos y el estadunidense. Empresarios con visión comenzaron a fraccionar terrenos pertenecientes a ranchos y haciendas que rodeaban la ciudad. La primera colonia fue la llamada De los Arquitectos -hoy Tabacalera-; le siguieron Santa María la Ribera, Guerrero y San Rafael, habitadas por clases medias: comerciantes, profesionistas, obreros calificados y empleados. Las clases pudientes poblaron, con grandes mansiones estilo francés, las colonias Juárez, Roma y Cuauhtémoc.

Colindando con la villa de Tacubaya se encontraban los terrenos del rancho de San Pedro, que se distinguían por estar sembrados de pinos. Ahí se desarrolló la colonia que habría de denominarse precisamente San Pedro de los Pinos. El auge de la zona se dio a partir de 1920, cuando se le anexaron las tierras de San Pedro el Viejo, obra que estuvo a cargo de las empresas Laine, Cortés y la Compañía Fraccionadora Mexicana, SA, que se asociaron y dieron a la colonia la traza urbana que tiene hasta la fecha.

De sus orígenes y transformaciones nos habla el libro Historia oral de San Pedro de los Pinos. Conformación y transformación del espacio urbano en el siglo XX, que editaron el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, el Instituto Mora y la delegación Benito Juárez, fruto del programa de historia oral que llevan a cabo conjuntamente esas instituciones.

Es maravilloso conocer la historia del lugar a través de las voces de personas que ahí nacieron y que fueron testigos y protagonistas de los cambios y de lo que permanece. Otro atractivo de la obra son las fotografías inéditas, la mayoría prestadas por los propios vecinos.

Es fascinante constatar cómo los nombres de las colonias, en la gran mayoría de los casos, han respondido a algún factor histórico, natural o cultural, que predominaba en los terrenos donde fueron establecidas. En este caso, lo confirmamos con los recuerdos de varios de sus habitantes más antiguos, como la señora María de las Mercedes López Quiles: "Yo sí creo que era un entorno maravilloso. Sobre todo recuerdo a San Pedro por los pinos y me da mucha pena que ya no haya. Tengo uno enfrente, maravilloso, pero habrá 40 en todo San Pedro en la actualidad. A veces jugábamos a buscar las semillas de los pinos; las llevábamos a casa y mi mamá las hervía y decía: šmiren qué rico huele!"

Muchos capitalinos nos lamentamos de que se hayan entubado los ríos que cruzaban la ciudad, imaginándolos como los que atraviesan ciudades europeas, pero la realidad es que, salvo algunas excepciones, la mayoría eran riachuelos de aguas negras, excepto en la época de lluvias, cuando inclusive calles de muchas zonas de la ciudad se volvían ríos.

De ello cuenta doña Virginia Ruiz Paredes: "Ya estaban pavimentadas Revolución, Primero de Mayo y la Calle 3, las avenidas principales. La que no estaba pavimentada era Patriotismo, porque existía un río. Para cruzarlo teníamos que pasar sobre tablitas, ya que yo iba al colegio Esperanza, que estaba en la Calle 3, y para ir al recorte de ostias con las monjas, teníamos que cruzar Patriotismo. El río era muy feo y apestoso, la verdad (...)"

Historias parecidas cuentan de los ríos Becerra, Mixcoac y San Antonio, que también pasaban por la colonia.

Otro aspecto interesante son las remembranzas sobre la zona fabril. Los que ya no se cuecen al primer hervor recordarán cuando, a un costado del Periférico, estaban las enormes instalaciones de la fábrica de cemento Tolteca; don Samuel Campos dice: "...nosotros pedíamos que se fuera la Tolteca, porque en la mañana todas las flores, todo lo que era jardín, amanecía cenizo, y echaba mucho esmog (...) y nos prometió don Manuel Avila Camacho que se iba a quitar (...)" Tuvieron que pasar 40 años para que eso sucediera. Este interesante libro lo va a presentar la cronista y coautora, María de Jesús Real, mañana lunes 19 a las cinco de la tarde, en la tercera Feria del Libro de Ocasión, que organizan en el Zócalo los dinámicos Georgina Cordera, César Sánchez y Arturo Urbina.

Antes de la presentación se puede refrescar con una michelada y una suculenta botana, como pozole y tostadas de picadillo, en la tradicional cantina La Puerta del Sol, que se encuentra en la esquina de 5 de Mayo y Palma.

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