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México D.F. Viernes 16 de abril de 2004

Leonardo García Tsao

Olviden El Alamo

Una nueva versión cinematográfica de la batalla de El Alamo y sus consecuencias se anticipa aquí más o menos con el mismo ánimo que ver a la selección mexicana de futbol disputar una clasificación mediante una serie de penales. Pero por lo visto, ni los mismos gringos estaban muy deseosos de verla. Plagado de problemas de producción -que incluyeron un cambio de director y de actor protagónico-, retraso en su estreno (programado originalmente para la Navidad pasada) y un recorte en su metraje, El Alamo ha tenido muy pobres recaudaciones en su primera semana de exhibición. Tal vez en Estados Unidos no quieran saber, por el momento, de otra operación militar desastrosa en tierras ajenas, bajo las órdenes de un texano.

A diferencia de la patriotera versión de 1960 debida al republicano John Wayne y prohibida aquí por denigrante, no faltaba más, la nueva presume ser históricamente correcta. El guión debido a Leslie Bohem, Stephen Gaghan y al propio director John Lee Hancock se ha esmerado, en el comienzo, a establecer las causas del conflicto y desmitificar a sus héroes. Esa separación entre mito y realidad pretende construir una base de verosimilitud histórica. Así, resulta curioso ver a Sam Houston (Dennis Quaid) retratado como un borrachín en desgracia política, a Davy Crockett (Billy Bob Thornton) como un grillo consciente de la leyenda que se ha construido sobre su persona, y a Jim Bowie (Jason Patric) como un amargo moribundo que ve con malos ojos su sustitución por el novato oficial Travis (Patrick Wilson), quien ha abandonado a mujer e hijos para comandar El Alamo.

Sin duda, el personaje central es Crockett, quien, interpretado con simpatía por Thornton, resulta ser un hombre pragmático que admite haber adoptado su emblemático gorro de mapache -nunca visto en la película- porque lo usaba el actor que lo representaba en escena, y cuenta arrepentido una terrible historia de cómo participó en la salvaje masacre de unos indios. En contraste, Antonio López de Santa Anna (Emilio Echevarría, repitiendo el papel que ya había interpretado en la obra Manga de Clavo) es visto como un tirano colérico y vanidoso, demasiado creído de su fama de ser el "Napoleón del Oeste".

No obstante, Hancock y sus colaboradores se cuidan de pintar a los otros paisanos bajo una luz favorable (tampoco se trata de ofender a un amplio público potencial). Sin llegar a los excesos que cometía Wayne por congraciarse con la Secretaría de Turismo, hay constantes referencias al sufrimiento y el valor del soldado nacional -sobre todo en la figura de un adolescente, que acaba por matar a Travis en combate-, así como alusiones al dilema de los "texicanos", los mexicanos que vivían en Texas y eligieron combatir -como Juan Seguín (el catalán Jordi Mollá)- en el bando enemigo, según nuestro punto de vista. (Por suerte, la partitura de Carter Burwell evita las guitarras plañideras y los pasodobles, pero cae en lo que ya es un cliché musical de hoy: la melancólica flauta de acentos celtas.)

Todo eso no acaba por hacer interesante a la película porque, a pesar del inicial prurito desmitificador, la narrativa sucumbe a las convenciones del género histórico y la usual exaltación del heroísmo, el patriotismo y otros ismos. Para cuando ocurre la batalla climática, El Alamo ha perdido su impulso inicial, los personajes no llegan a convencer como seres humanos complejos y las acciones se suceden como en un aplicado telefilme de gran presupuesto, con la dosis habitual de violencia tolerable y gestos heroicos. Con apego a las versiones más recientes de la historia, se muestra que Crockett no muere en la refriega, sino hecho prisionero y fusilado por Santa Anna. Claro, no sin antes lanzar una bravata al general mexicano.

Ese espíritu compensatorio al sentimiento de derrota se remata con la acción final en la batalla de San Jacinto, cuando la tropa improvisada de Houston vence a las fuerzas de Santa Anna (en 18 minutos, nos informa un orgulloso letrero), con la consecuente pérdida de Texas para el territorio mexicano. Lo mismo sucedía en Pearl Harbor (Michael Bay, 2001): el exitoso ataque japonés era compensado con un revanchista bombardeo gringo en el territorio del nuevo enemigo. "No se metan con Estados Unidos", parecen decir estas películas, "que siempre acabará sacándole partido." Eso se podría complementar con un diálogo de El Alamo mismo: "estos desgraciados se quieren apoderar del mundo".

EL ALAMO

(The Alamo)

D: John Lee Hancock/ G: Leslie Bohem, Stephen Gaghan, John Lee Hancock/ F. en C: Dean Semler/ M: Carter Burwell/ Ed: Eric L. Beason, Paul Covington/ I: Dennis Quaid, Billy Bob Thornton, Jason Patric, Patrick Wilson, Emilio Echevarría/ P: Imagine Entertainment, Touchstone Pictures. EU, 2004.

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