La Jornada Semanal,   domingo 11 de abril  del 2004        núm. 475
con-textos
CUESTA DE UN ESCALANTE

Francisco Segovia

Dice Evodio Escalante que soy un crítico literario académico porque trabajo en El Colegio de México (aunque mi trabajo ahí sea como lexicógrafo, no como crítico literario). De su razonamiento podría seguirse, entonces, que los libros de Juan Rulfo tratan de etnología, pues Rulfo trabajaba en el Instituto Nacional Indigenista. Pero Escalante no sólo infiere mal sino que se contradice: ¿cómo puede ser académica la crítica que yo hago si a su juicio es, además, "ditirámbica"? No estoy muy seguro de lo que quiere decir con esto –y quizá tampoco lo esté él mismo–, pero está claro que se trata de un reproche. Tal vez quiere decir que mi crítica es "lírica", "poco rigurosa", "poco profesional"; en cualquier caso, "no académica". Y supongo por eso que él hubiese preferido que el Prólogo al primer tomo de las Obras reunidas de Cuesta se dedicara a cosas más seriamente filológicas: a prosificar valientemente el "Canto a un dios mineral", por ejemplo, como él prosifica valientemente Muerte sin fin en su libro sobre Gorostiza. Pero esa es su manera de hacer crítica, no la mía. Y es que, en efecto, la crítica académica es un estilo de crítica; uno que se atiene a las normas que le impone una institución académica, para bien o para mal, independientemente de que el crítico reciba o no un sueldo de esa academia (por más que normalmente ése sea el caso). Si él está en su derecho cuando juzga que la crítica literaria no académica es "ditirámbica", yo estoy en el mío cuando juzgo que la crítica académica es literariamente timorata.

Pero la crítica tiene el valor que tienen sus argumentos y, en cuanto a la nueva edición de Cuesta, los de Escalante se han reducido a tres: 1) la cantidad de erratas, 2) la autoridad de que no goza un psicoanalista en cuanto editor de la obra, y 3) el establecimiento del texto del "Canto a un dios mineral". El primero es atendible, aunque no deja de ser algo mezquino cuando con él sólo se intenta parecer más inteligente que el editor, apabullándolo con un "A ver, a ver... ¿Y qué me dice de estas erratas, eh?... Ah ¿verdad?" Pero es un problema fácil de solucionar. El segundo es más grave, porque supone que la edición de la obra debe estar restringida a un grupo de profesionales: los académicos... No digo que esté mal que haya editores profesionales; digo que es peligroso dejar en sus manos todo lo editable. ¿Qué sería de la literatura si la dejáramos sólo en manos de los especialistas? Lo que me sorprende es que esos dos argumentos se esgriman tan alegremente, sin ver que en ambos va de suyo bastante mala fe: la chabacanería de los caza-erratas, que, en cuanto pescan una, dejan triunfalmente de leer, y la defensa del coto de caza profesional, que no reconoce más méritos que los que logra advertir (y a veces hasta plagiar) en sus colegas.

El tercer argumento es el más interesante, pero su interés no deja de ser académico. Ha sido la especulación académica la que lo ha propuesto y ha sido la academia el terreno donde se ha dado el debate en torno a él. Aun así, podría discutirse si el problema que tanto desvela a Escalante es un problema verdadero, o un problema al menos resoluble. El caso es que él pretende que se "reconstruya" un texto que supone en ruinas; es decir, en ruinas por comparación con el "original" que le propone cierta interpretación del poema (suya o ajena). Plantea así un problema, a sabiendas de que su solución no podrá ser sino una mera especulación, siempre debatible. Pero, si tal es el caso, ¿a cuenta de qué preferir una versión por encima de otras para establecer el texto? Ese texto siempre podría des-establecerse. Y si aun así ha de hacerse ¿por qué no elegir la que normalmente se ha impreso? ¿Para que el poema cuadre con su interpretación (artilugio preferido de las teorías académicas)?... Autorizar o desautorizar la primera impresión del texto del "Canto..." en nombre de un supuesto orden "más coherente" no es algo que yo pudiera atreverme a hacer, y por eso entiendo que los editores no lo hayan hecho. Al parecer, tampoco a Chumacero se le ocurrió hacerlo. Ni a Panabière, para quien establecer ese supuesto original sería una tarea "muy difícil, por la desaparición de esta parte del manuscrito". Tal vez Panabière creía –y en ese caso con muy poca ortodoxia, tratándose de un académico– que un problema sin solución es un falso problema, y que no valía la pena discutirlo en detalle. Pero quién sabe, a lo mejor la crítica no ditirámbica de Escalante pueda resolver hasta los falsos problemas.

En cualquier caso, reconozco que sólo un interés seriamente académico como el suyo podría librarnos a nosotros (prologuistas y editores) de nuestra ditirámbica autosuficiencia y sabría ponerle riendas y hacerla andar al paso, a su paso... sobre el burro que tan buenamente nos ofreció en su primer comentario. Lo reconozco, pues. Pero no, gracias.