Ante la obstinación de los productores del incongruente experimento televisivo que es el Hermanote, malinchistamente llamado Big Brother, y puesto que hace dos años que la búsqueda de nuevas fórmulas se agostó en invitar a las estrellitas del momento en Televisa y agregar al título la mamizclada de Very Important People que este aporreateclas propone castellanizar "Gente Supuestamente Famosa" o mexicanizar con un "Hermanote, Últimas Cocas En El Desierto", título que incurre en anfibologías geóticas pero deja clara la noción de que en la seudo orwelliana casa se concentraría una quincena de Reinas de Java, esta columna sugiere cambios fundamentales para rescatar y mantener el alicaído rating que, si bien permanece superior al de La Academia de tv Azteca, y en su día de arranque dicen los que saben que alcanzó más de treinta puntos, poco después de su estreno probablemente conocerá el declive que conduce al despeñadero, porque no hay hastío que la tele audiencia, de suyo impaciente, pueda tolerar por más de un par de semanas. Precisamente porque de eso se trata Big Brother, de que veamos cómo un grupito de "afortunados famosos" se encierra a aburrirse como ostiones e inventar inquinas idiotas y concursitos de habilidad párvula que no son más que estrategias de publicidad ramplona, propongo que cambiemos desde ya mismo el elenco completo, incluyendo a la conductora Verónica Castro, convertida en lamentable copia de sí misma, y los sustituyamos por una pléyade de verdaderas personalidades de la vida social, política y cultural de este triste país, con la agridulce prestancia de uno que otro extraño que osase profanar con su planta este suelo, seguramente invitado por el gobierno del cambio, el inminente ex presidente Bush, por ejemplo. Qué tal que, en lugar de que nos
enteremos de la cubana etimología de las palabras "dinga" y "mandinga"
por parte del habanero Julio Camejo y de su celo caribeño con el
boricua Johny Lozada, pasáramos el rato mirando a Carlos Monsiváis
o la Poniatowska mientras lava los trastes del desayuno, discutiendo, como
en juego de espejos, la misma televisión mexicana y su papel preponderante
en la divulgación de la palabra "güey" (léase con acento
de niño bien, güey) con don Antonio Alatorre mientras una Sari
Bermúdez de expresión alelada secaría tazas y vasos
en muy prudente silencio. Que en lugar de cuerpos esculpidos en el gimnasio
y delicadas, melíferas e inquietantes curvas de soberbias ninfas
exceptuando, claro, los lamentables pellejos de Fabián Lavalle
pudiésemos solazarnos en la decadencia expuesta de la barriga de
Gustavo Carvajal en pitagórica competencia por el metraje cúbico
de la alberca con otros más o menos gordos más o menos famosos
y más o menos importantes, como el diputado hoy independiente y
ex panista Pancho Cachondo o don Emilio Chuayffet, emergente coordinador
de la grey priyista en el Congreso. Qué tal que, para calentar los
ánimos, pusiéramos al mismo Chuayffet a compartir cuarto
con la maestra Elba Esther, y que ya encarrerados pusiéramos a que
remoje las barbas en el jacuzzi el vociferante Diego Fernández
de Cevallos para que se diera de patadas bajo el agua con Andrés
Manuel López Obrador. Y no podrían faltar, desde luego, las
videoestrellas
del momento, Carlos Ahumada, su tocayo Imaz, René Bejarano, y el
anodino tahúr Ponce, que en lugar de póquer habría
de contentarse con echar una partida de dominó en equipo con la
"Chayotito" Robles contra un par empresarial de derechas, qué tal
si formado por Lorenzo Servitje y Norberto Rivera. Este último,
sin duda, sería un hit a la hora de la regadera, con solideo
y todo... La conducción del esperpento quedaría, desde luego,
en manos de la muy distinguida Madtita, a veces acompañada por Carlos
Salinas. Y si mi propuesta está jalada de los pelos, baste recordar
el análisis de Raúl Trejo Delarbre: "El Gran Hermano no
es la realidad sino un simulacro de ésta. La gente recluida durante
varias semanas en una casa sellada al contacto exterior es real pero sus
caracterizaciones forman parte de una ficción. Son auténticos
sus gestos, aunque impostados por la omnipresencia de la televisión.
Es real la expectación creada por el frenesí mediático,
pero sin él, Big Brother no pasaría de ser una curiosa
extravagancia." Y para extravagancias dignas de un programa dedicado al
morbo, nada como la mexican grilla.
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