Jornada Semanal, domingo 11 de abril de 2004           núm. 475

MARCELA SÁNCHEZ
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EL JUEGO ONÍRICO

En la década los sesenta, en los Estados Unidos, se inicia un movimiento que busca a toda costa establecer qué es danza y qué no es danza. Esto da lugar a una interesante polémica, sobre todo entre los integrantes de lo que hoy se conoce como danza postmoderna. Su iniciador, Merce Cunningham, así como sus seguidores, Lucinda Childs, Steve Paxton y Trisha Brown, llevaron al cuestionamiento de la definición tradicional de "danza" con sus propuestas radicales. Al final, lo que aquellos coreógrafos-bailarines norteamericanos hicieron fue radicalizar el concepto de lo "dancístico", al concebir cualquier movimiento, por simple que fuera, como danza. Lo importante, desde su perspectiva, estaba en el hecho de que el movimiento fuera realizado para un espectador. El movimiento corporal tenía que hablar por sí mismo.

En México, la polémica reaparece de manera constante, sobre todo a partir de los trabajos escénicos propuestos en ciertas compañías, integradas por jóvenes, como Onírico. En 1998 surge el grupo de danza-teatro del gesto Onírico, bajo la dirección de Gilberto González, quién a partir de la experiencia adquirida en el trabajo callejero se une al trabajo colectivo con Ramón Solano, Juan Ramírez y Priscilla Imaz, con el objeto de formalizar sus propuestas escénicas. El trabajo corporal se sustenta en múltiples instrumentos de creación. Los géneros y herramientas se cruzan y conviven en escena: la danza, el gesto corporal y facial, el mimo, la perspectiva del "clown", el teatro de sombras. El trabajo de Onírico es el resultado de una profunda investigación en torno a la gramática gestual surgida del cuerpo, el rostro y los sonidos. Al mismo tiempo, sus propuestas no dejan de ceñirse a los estrictos códigos de la danza. Para estos actores-bailarines la cuestión esencial del porqué y para qué moverse, encuentra una respuesta en el cómo moverse. En las obras de Gilberto González se aprecia un trastrocamiento constante de la condición humana, a través de un fascinante viaje al mundo de la imaginación, pleno de universos poéticos. En sus más recientes propuestas, Vías de vuelo y Escalando a la Luna (intento 1826), González y sus intérpretes construyen espacios donde la fragilidad de las emociones se evidencia de tal manera a través del absurdo, que el espectador no puede sino desembocar en la carcajada. Cada movimiento es sometido a un cuidado exhaustivo, como si se tratara de una pieza de relojería. Cada gesto del cuerpo cobra un significado vital: un movimiento de cabeza, una mirada, la lentitud de un brinco. Es evidente que González pone el énfasis en la interpretación de los personajes, al grado de convertirla en su herramienta esencial. Son las emociones las que rigen los movimientos faciales, corporales o rítmicos. Con ello, Gilberto González consigue tocar una gama asombrosa de reacciones emotivas.

Vías de vuelo es una de sus obras más completas, no sólo por su duración (45 min.) sino también por todo el trabajo de investigación para conformarla. Inspirado en el mito griego de Ícaro, González crea una metáfora a partir del humano deseo de volar. Un personaje X, inventado por un escritor X, se encuentra atrapado entre las hojas de un libro y busca con desesperación liberarse. En su travesía lo acompañan un doble-sombra y las alas de una paloma. Estas imágenes evocadoras conducen al espectador a percibir lo que no existe en el escenario; a sentir y a emprender el vuelo junto a los personajes. Este año, Onírico ha representado a México con Vías de vuelo en los Showcase apap, realizados en la ciudad de New York.

Escalando a la Luna (intento 1826) se hace acreedora al XXIV Premio de Composición Coreográfica Contemporánea INBA-UAM y al premio a la mejor iluminación Premio de Danza INBA-UAM. Tres seres vestidos de astronautas caminan en cuclillas. A su lado, un pequeño cohete espacial resplandece como un símbolo de su máximo anhelo: volar a la Luna. A través del humor y la parodia, el coreógrafo reflexiona en torno a la fragilidad humana y al fracaso.

Onírico ha logrado que los cuerpos de los intérpretes se desplacen en el tiempo y en el espacio para establecer un diálogo con el universo. Esos cuerpos son más que memoria física: son sobre todo, memoria emocional. La conciencia dirige con minucia cada movimiento y le da un sentido. En sus propuestas se asoma la necesidad primordial de expresar a través de las formas corporales un qué y un cómo. En este intento, los intérpretes buscan ir más allá de sus extremidades, de sus músculos y tendones, más allá de la superficie de la piel, llenar el espacio teatral con imágenes dinámicas y dramáticas a la vez, por tenues y sutiles que éstas sean. Los cuerpos en su totalidad son el gesto.

Entre las obras anteriores realizadas por Onírico destacan: Pintando con Caja de música (1998), ganadora del primer lugar del XIX Premio Continental de Danza Contemporánea inba-uam; Con aires de cuento (1999), segundo lugar del XX Premio de Danza Contemporánea INBA-UAM. En los años siguientes (2001-2003) el grupo recibe distintos apoyos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Su propuesta escénica ha participado en festivales en México, Canadá, Grecia y Checoeslovaquia.