Jornada Semanal, domingo 11  de abril  de 2004            núm. 475

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

PABLO SZMULEWICZ 
Y EL SUJETO TÁCITO (II)

Dentro del espíritu de la levedad, él va dejando atrás lo que produce, como un sembrador que rara vez volteara para contemplar las alteraciones e incorporaciones que su actividad demiúrgica ha ido dejando sobre el mundo, poblándolo con nuevos personajes y realidades diferentes; no en balde, él aprecia la actitud infantil de esos pequeños creadores que, una vez concluido un dibujo, pierden el interés en él y desean pasar con impaciencia a la próxima hoja en blanco para garabatearla y llenarla, pues el hecho mismo de desarrollar nuevas imágenes es cuanto importa; así, el engolosinamiento con líneas, texturas y colores es la manera lúdica como Pablo asume una parte importante de su relación con la obra pictórica, asunto que lo llena de regocijo pues encuentra un secreto vínculo entre el pintor y el albañil mediante los rasgos de distintos oficios que connotan la idea de que el maestro es alguien que trabaja y ejerce sus conocimientos y habilidades, de que la pintura es una irremediable forma de vida.

Después de mirar las elegantes facturas que Pablo Szmulewicz otorga a seres como los camarones, no faltará quien se pregunte por qué un pintor devana su trabajo en acercamientos hacia materia tan aparentemente inocua. Mal hecho. Si la idea de paisaje integra a la naturaleza con el ser humano, la contrapregunta de Pablo explicaría la voracidad pictórica por representar frutas, animales y naturalezas muertas en esos objetos llamados bodegones: "¿para qué va uno a los mercados?". Entonces, el feliz recuerdo de la compra, de fisgonear en los puestos y de valorar la mercadería por adquirir, le hacen recordar al preguntón que sí, en efecto, él mismo se ha abismado en la asombrosa muestra de frutas, peces, mariscos, carnes, quesos, panes, vinos y verduras en mercados como los de San Juan, La Boquería, el de la Rue Mouffetard y cuantos hayan existido para maravilla y perplejidad del hombre. La diferencia es que un pintor como Pablo le hace recordar cuanto ha visto de muchas maneras en todos los mercados, pero planteado en forma casi arquetípica: después de mirar sus camarones, no importa el mercado donde hayan sido percibidos los accidentes de la esencia pues ahí, en el lienzo, están todos los camarones del mundo.

Pablo propone nuevas naturalezas: vecindades y paisajes. En estas series corrobora que el acto creador es, simultáneamente, acto de conocimiento y aprendizaje, al igual que el acto de recepción del texto creativo, aunque en planos vertiginosamente distintos, ya que el proceso demiúrgico deja en libertad la obra producida, la cual será recreada por el espectador con total independencia del autor original. Algo que el público puede aprehender del aprendizaje expuesto de Pablo es su convicción de que el trabajo con la imagen, el viejo oficio de la pintura y el dibujo, se están perdiendo bajo supuestas ideas abstraccionistas que, muchas veces, no son sino olvidos de técnicas que ha costado cientos de años conquistar. Fiel a su proyecto personal, él construye maquetas para elaborar pinturas arquitectónicas desde las cuales mide las posibilidades de la luz y la verosimilitud de los espacios; es más importante que esas escenografías previas se transformen en lugares "inventados" a partir de la memoria y recreados desde la percepción de paisajes verdaderos, de vecindades de todos lados. Paradójicamente, la falta de referentes reconocibles inmediatos es una forma de que el público reconozca una atmósfera, una casa o un bosque desde la entrevisión de un objeto que incluye cuanto el contemplador haya mirado antes pero en muchos lugares. Así, las arquitecturas de Pablo son una summa que aspira a integrar los fragmentos y las astillas que habitan los ojos de quien se encuentra del otro lado del lienzo.

El contemplador notará, al acercarse a las vecindades y paisajes de Pablo Szmulewicz, que ambos espacios, urbanos y naturales, parecen encontrarse deshabitados, sin personas, lo cual ya sería una rareza dentro de las costumbres del autor. Al observar con más detenimiento podrá percibir que están abiertos, como esperándolo. En ese momento caerá en la cuenta de que no están despoblados pues, en efecto, lo están aguardando a él, sujeto implícito que parece faltar en la pintura pero se encuentra ahí, tácitamente: es la persona que ingresa por un pasillo y, de pronto, se topa con un perro que le ladra.