Jornada Semanal, domingo 11 de abril de 2004        núm. 475

PUERTO RICO Y MÉXICO (III de V)

Luis Lloréns Torres y Antonio Corretjer reúnen las características de poetas nacionales, ambos cantan al jíbaro, personaje emblemático del campo puertorriqueño. El primero, a través de la décima, que es la forma predilecta de los cantores populares, defiende los rasgos esenciales de la cultura insular. El segundo establece la trinidad de la isla compuesta por el pasado indígena, la presencia negra y el jíbaro.

El poeta postmodernista José Antonio Dávila, cuya obra ha sido revalorada recientemente, fue autor de canciones amorosas, y Evaristo Rivera Chevremont encabezó un movimiento vanguardista al cual dio el nombre de "Girandulismo". Al margen de las influencias creacionistas, ultraístas o surrealistas, la poesía de Rivera, sincera y bien meditada, huye de la pose y reafirma su carácter vanguardista.

Dos libros fundacionales: El Jíbaro, de Alonso e Insularismo, de Pedreira iniciaron las reflexiones sobre el ser de Puerto Rico, y lo hicieron sin eufemismos populistas y con una sinceridad capaz de provocar discusiones y polémicas enriquecedoras. La presencia de Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, Pedro Salinas, Tomás Navarro Tomás, Federico de Onís, Ángel del Río, y el paso por las aulas de la Universidad de Puerto Rico de Américo Castro, Valbuena Prat y Fernando de los Ríos, colaboraron determinantemente en la tarea de ubicar y dar forma a la cultura puertorriqueña. La llamada generación del treinta y la aparición de la revista Índice fortalecieron la lucha a favor de la lengua común e incrementaron los estudios sobre la personalidad del pueblo de la isla. "Sin rodeos eufemistas planteamos el problema: ¿qué somos y cómo somos?", dice la presentación del primer número de Índice. Muchos años antes, Eugenio María de Hostos formuló las preguntas esenciales del mundo antillano.

Paralelamente a las reflexiones sobre el ser nacional, la poesía siguió afirmando los valores de la lengua común. Clara Lair (Mercedes Negrón Muñoz) pasó una larga temporada en Nueva York, regresó a Puerto Rico, escribió artículos muy importantes para la consolidación del pensamiento feminista, y pasó los últimos años de su vida apartada del mundo, en su casa del Viejo San Juan. La perfección formal y la audacia de sus poemas eróticos la sitúan al lado de Alfonsina Storni y de Juana de Ibarbourou. Es notable su "Lullaby mayor".

Julia de Burgos, militante independentista, poeta comprometida y amorosa que naufragó al final de su vida en las calles de Nueva York, se ha convertido en un icono cultural. Recientemente, y bajo el título de Song of the Simple Truth, se publicó en Curbstone Press su poesía completa en edición bilingüe. La poesía de Julia, que va desde el compromiso político hasta el puro lirismo, como su Río Grande de Loíza y los ríos de don Jorge Manrique, desembocan en "la mar que es el morir".

Olga Nolla y Rosario Ferré (que ahora incursiona en el mundo de la narrativa en editoras peninsulares y estadunidenses) fueron, son, y espero que sigan siendo, poetas poderosas y originales. Olga fue la única que logró desentrañar el ser oculto del ambiguo Ángel de la Independencia de México que se balancea y equilibra ("de milagro como la lotería") en lo alto de su columna celebratoria, Etnairis Rivera y Vanessa Droz siguen sus originales caminos. Mayra Santos, por su parte, retoma algunos aspectos de la bellas "mulaterías" de Julia de Burgos, y busca su propio camino a través de una lírica que asume las mezclas como su única forma posible. Tres poetas del sexo débil, Edwin Reyes, Hjalmar Flax y José Luis Vega, continúan y rompen la tradición puertorriqueña con actitudes y formas libérrimas. Unos años antes, Ramos Otero, poeta y novelista, nos entregó una obra deslumbrante y abismal.

Juan Rulfo me sugirió hace muchos años que leyera la trilogía novelística del doctor Zeno Gandía, especialmente La charca. Encontré en esta obra una visión naturalista y muy personal del Puerto Rico profundo, de sus grupos sociales, su vida campesina y sus sagas familiares. Esta trilogía abrió una brecha que, poco a poco, se convirtió en el camino que ahora recorren con paso seguro las narradoras y los narradores isleños. La lectura de los cuentos de Emilio Belaval me llevó más allá del folclor y de los giros del lenguaje jíbaro, y hacia un humor desesperanzado y compasivo. No hace concesiones, golpea con puño de gran cuentero y siempre hace sangre. Sus Cuentos para fomentar el turismo, junto con Cuentos de la Universidad son ejemplos de un estilo a la vez descarnado y barroco.
 

(Continuará.)
HUGO GUTIÉRREZ VEGA