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México D.F. Domingo 11 de abril de 2004

MAR DE HISTORIAS

Cifras rojas

Cristina Pacheco

Ricardo observa las cifras que dibujó con el tenedor sobre el mantel. Los números afantasmados no le bastan para aclarar sus pensamientos y levanta la mano hacia la mesera:

-Señorita: tráigame una servilleta.

Ricardo ve alejarse a la mesera. Tiene la misma complexión de su hija. Quizás ella también esté embarazada. La posibilidad de que un día Herlinda trabaje en un restaurante donde tenga que soportar las descortesías de los clientes, modifica su actitud y Ricardo agrega:

-Por favor.

Lo escuchan nada más sus vecinos de mesa: un matrimonio silencioso y una niña que, inapetente y fastidiada, revuelve los restos del postre. Ricardo siente lástima por la niña y le sonríe. La madre malinterpreta su amabilidad:

-Niña: deja de bobear y cómete el flan. šTú lo pediste!

Ricardo piensa en que no hace mucho Herlinda era una niña alegre y dócil. La idea de que ella jamás retornará a esa etapa de su vida aumenta la frustración y Ricardo la descarga contra la mesera:

-Esto no puede ser: tardó cinco minutos en traerme una servilleta. Hasta creí que se le había olvidado.

-Discúlpeme, tengo que atender otras mesas.

La empleada se estremece al oír la reclamación de su patrona:

-Sonia Ƒqué tanto haces allí? Apúrate. ƑNo ves el gentío?

Ricardo saca el bolígrafo y copia en la servilleta la multiplicación que antes dibujó en el mantel. Mientras escribe, como un niño aplicado repite:

-Noventa por cien son nueve mil.

Agobiado por la contundencia de las cifras, Ricardo estruja la servilleta y la hunde en la taza con restos de café. No tiene caso seguir haciendo cuentas. Los números no mienten: en cuatro días gastó su sueldo de tres meses, en caso de que no hubiera gastado ni un centavo en todo ese tiempo. Se pregunta de qué sirvió el sacrificio. "De nada: Herlinda no disfrutó del mar, Isabel se la pasó en la iglesia y él caminando por el malecón, preguntándose por qué todo lo malo tiene que sucederle a él."

El matrimonio con la niña camina hacia la puerta. Al pasar frente a su mesa la mujer dice: "Luego te cuento". Esa frase le recuerda la discusión que estalló entre él y Columba la víspera de que él y su familia salieran de vacaciones.

II

COLUMBA: Ojalá que un día de estos puedas escaparte para que nos vayamos a nadar al Elba.

RICARDO: šHíjole! No creo que pueda. Nos vamos a Veracruz. Herlinda se muere por conocer el mar.

COLUMBA: ƑSe van? ƑY por qué no me lo habías dicho?

RICARDO: Mi mujer quiso darnos una sorpresa y lo arregló todo.

COLUMBA: O sea que la que manda es tu mujer.

RICARDO: Gordita, no te pongas así. Déjame que te explique.

COLUMBA: No hace falta. Vete tranquilo; pero te advierto que no pienso quedarme encerrada mientras te paseas muy contento con tu familia. Yo también salgo de vacaciones.

RICARDO: ƑAdónde?

COLUMBA: Uf, hay miles de partes...

RICARDO: Te dejo el nombre del hotel donde vamos a estar y el número de teléfono para que me llames. ƑLo harás?

COLUMBA: Si tengo tiempo.

RICARDO: ƑCon quién piensas irte?

COLUMBA: Luego te cuento...

III

Durante el viaje a Veracruz, Ricardo se preguntó si las palabras de Columba significaban la presencia de otro hombre en su vida. Olvidó el tema al oír las exclamaciones de Herlinda ante la primera visión del mar.

Su dicha se desbordó cuando vio a su hija correr hacia la playa. "Es todavía una niña", le dijo a Isabel y ella se soltó llorando. Ricardo lo atribuyó a la emoción y fue al encuentro de Herlinda. "ƑQué te parece el mar? ƑEs como lo habías imaginado?" En vez de responderle, Herlinda le entregó una conchita blanca. El prometió conservarla como un tesoro y se la guardó en el bolsillo. Se acercó a un vendedor de collares y le preguntó por el hotel Ver-Hay.

Se registraron en la administración. Ricardo le pidió a su mujer y a su hija que subieran a las habitaciones mientras él iba al cajero automático. En realidad necesitaba hablar a solas con la recepcionista: "Si me llegan mensajes, no me los pase al cuarto 324". Ante la sonrisa maliciosa de la muchacha se sintió obligado a darle una explicación: "Queremos descansar y si mi familia se entera de que ya me están buscando de la chamba..."

Ricardo se alejó, tratando de ignorar los cuchicheos y las risas a sus espaldas.

Media hora después dieron su primer paseo por el malecón. Herlinda dijo que tenía hambre. Entraron en una palapa con vista al mar. Con el postre, Ricardo pidió otra cerveza. Al descubrir el intercambio de miradas entre su mujer y su hija se levantó:

-Es la tercera. Para que vean que no estoy borracho, voy a hacerles un cuatro.

Ricardo dio una muestra de equilibrio que entusiasmó a los comensales. Satisfecho de ser la estrella del momento, sugirió que regresaran al hotel para descansar. Tenía planeado que más tarde fueran al Zócalo:

-Dicen que se pone animadísimo-. Tomó a su hija por el talle y mientras caminaban siguió bromeando: -No permitiré que bailes más de un danzón con los galanes. Y si alguno trata de propasarse, que se cuiden porque se las verán conmigo. šA mi niña nadie le falta al respeto! Y ahora, Ƒqué te parece si nos echamos una carrerita?

Ricardo fue el primero en bajar al lobby. Se acercó a la administración y con pretexto de tomar un folleto turístico preguntó si tenía recados. "Nada". Procuró tranquilizarse diciéndose que era demasiado pronto para que Columba lo llamara. Una oleada de celos lo empujó al teléfono: "Columba no está. Regresa el domingo. ƑQuiere dejarle algún recado?" Ricardo colgó y se fue al bar. Mientras esperaba diseñó sobre el folleto excursiones y paseos.

Lo extrañó ver sólo a Isabel. En broma protestó por lo mucho que se tardan las mujeres en arreglarse. Su mujer le aclaró que a la niña le dolía la cabeza y no iba a acompañarlos. El trató de explicarse el malestar:

-No está acostumbrada al sol. Será necesario traerla de vacaciones más seguido. ƑNos vamos?

Caminaron en silencio, confundidos entre turistas y vendedores de golosinas y souvenirs. Isabel se detuvo de pronto:

-Tengo que decirte algo. Hace quince días me enteré...

Ricardo pensó en Columba y, con expresión de inocencia, se alistó para afrontar las recriminaciones de su mujer.

-No sé lo que te habrán dicho; pero te juro que no es lo que te imaginas.

-No me imagino: šlo sé! šEstá embarazada!

-ƑColumba?

-No sé de quién hablas. Me refiero a Herlinda. No quiere decirme el nombre del padre.

-Pues tendrá que decírmelo a mí. Juro que buscaré al tipo y lo obligaré a que se case con ella o, por lo menos, se haga responsable de los gastos.

-No puedo creer que sea el dinero lo único que te importe.

-No tienes derecho a decirme eso cuando gasté hasta lo que no tengo en estas malditas vacaciones-. Ricardo se llevó las manos a la cabeza: -Estoy soñando, dime que estoy soñando. Dime que Herlinda sigue siendo mi niña...

IV

Ricardo mira la servilleta hundida en el café. Aún puede distinguir la cifra: nueve mil pesos. Es el precio que pagó por enterarse de que su mujer lo considera un mezquino y de que su hija está embarazada. El bebé nacerá en noviembre... si las cifras no mienten.

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